La controversia sobre las vacunas no se puede reducir al sí o no. Es evidente que no todas las vacunas se han de valorar igual, de la misma forma que no todas las enfermedades son iguales ni tienen los mismos riesgos para la salud.

Para ajustarnos a la realidad debemos estudiar por separado cada vacuna y decidir en cada caso a partir del balance riesgo-beneficio cuáles tienen sentido y cuáles no.

A este respecto, el posicionamiento de quien escribe y de otros compañeros médicos, es el siguiente:

  • Sí a la recomendación, pero no obligatoriedad, de las vacunas para enfermedades infecciosas graves (difteria, polio, etc.), sobre todo en zonas endémicas o de riesgo.
  • Valoramos la indicación de vacunas como las de la fiebre amarilla, la meningitis o la hepatitis en situaciones específicas.
  • Cuestionamos la indicación de vacunas para enfermedades infecciosas no graves, de buena evolución con un tratamiento correcto o no supresivo (parotiditis, tosferina, varicela, etc.); así como de las vacunas de poca eficacia (gripe, etc.) o experimentales (papiloma, etc.).

Cómo funcionan las vacunas

El cuerpo dispone de varios mecanismos de defensa que son capaces de neutralizar la mayoría de agentes patógenos.

El organismo cuenta con la barrera de la piel; con lisozimas que destruyen las paredes celulares de las bacterias; con monocitos-macrófagos (una clase de leucocitos o glóbulos blancos que fagocitan partículas); con células asesinas (natural killer) que destruyen células tumorales o infectadas por virus; con la proteína C reactiva y los interferones… Todos son medios que actúan contra agentes patógenos.

Además el organismo es capaz de elaborar una reacción concreta para cada agente infeccioso a través de los anticuerpos producidos por los linfocitos (otra clase de glóbulos blancos) que se unen a los antígenos propios de cada microorganismo para su destrucción.

Normalmente esta reacción permite la curación y establece una memoria, de modo que la reinfección posterior por el mismo agente no provoca la enfermedad o se controla fácilmente: el individuo ha adquirido inmunidad contra el agente infeccioso.

Las vacunas activan el sistema inmunitario específico. Para ello contienen microorganismos (virus o bacterias, atenuados o muertos para que no provoquen la enfermedad), sus toxinas o material sintético antigénico, que son capaces de provocar en el organismo la producción de anticuerpos, que permitirán una respuesta rápida y eficaz en caso de infección.

En las vacunas, los mencionados agentes antigénicos se combinan con conservantes que pueden ser antibióticos, antisépticos mercuriales o compuestos químicos como el hidróxido de aluminio, entre otros.

Beneficios y riesgos de las vacunas

Como la mayoría de medicamentos, las vacunas no están exentas de riesgos. Por ejemplo, el cultivo de los virus o bacterias en tejidos animales está expuesto a contaminaciones por otros microorganismos o a mutaciones inesperadas. Y los conservantes pueden provocar reacciones adversas.

En las consultas no nos encontramos con niños que sufran sarampión y rubeola a la vez, sin embargo, se les administran vacunas múltiples.

¿Cómo responderá su cuerpo ante la administración al mismo tiempo de diferentes virus o bacterias? No se puede predecir si tenemos en cuenta que su sistema inmunitario todavía no ha madurado totalmente cuando ya ha recibido el impacto de varias dosis de fármacos que han hiperestimulado solo una parte de su inmunidad.

No existe la garantía científica de que no se vayan a producir con el tiempo efectos indeseables.

Es cierto que en determinadas enfermedades las complicaciones son graves y habría que valorar la posible vacunación, pero en la mayoría de las consideradas benignas, como sarampión, paperas, rubéola o tosferina, padecer la enfermedad contribuye al desarrollo del sistema inmunitario.

Las complicaciones son ínfimas si se aplica un tratamiento no supresivo adecuado, que produce en algunos casos una inmunidad permanente, mientras que las vacunas no aseguran una protección definitiva.

Hoy solo se consideran los efectos secundarios inmediatos de las vacunas (dolor, hinchazón o enrojecimiento en la zona de la punción, fiebre…) ya que son fáciles de identificar. Pero los efectos a largo plazo son impredecibles y difíciles de evaluar, sobre todo cuando no existe entre los profesionales de la salud una concienciación sobre este problema.

No parece un disparate relacionar el incremento de material antigénico con la mayor incidencia de enfermedades alérgicas, autoinmunes y stocksy degenerativas, tal como apuntan algunos estudios epidemiológicos. Por ejemplo, se ha identificado un mayor riesgo de vasculopatías autoinmunes en la vacunación contra el virus del papiloma humano del VPH (1).

En el descenso de la incidencia de las infecciones desempeñan un papel crucial las condiciones de vida y especialmente la nutrición. Con toda probabilidad, mejorar la nutrición en los países llamados subdesarrollados tendría un efecto protector de las infecciones superior al que aportan las vacunas, ya que un cuerpo desnutrido no puede generar suficiente inmunidad (2).

No ayudan tanto como se cree

Si se estudian los datos de personas fallecidas por enfermedades infecciosas, se comprueba que las vacunas contribuyen poco a la disminución de casos. El estudio de los McKinlay (4) estima en un 3,5% la aportación de las intervenciones médicas al descenso de la mortalidad infantil debida a infecciones en los Estados Unidos.

Las estadísticas españolas coinciden con los datos americanos. Un ejemplo lo encontramos en los resultados, correspondientes a la mortalidad por difteria desde 1900 al 1999, extraídos del documento "Análisis de la sanidad en España del siglo XX", procedente del Instituto de Salud Carlos III.

La incidencia de la difteria ya descendía antes del año 1965, cuando se introdujo la vacunación masiva frente a esta enfermedad.

No se trata de culpabilizar

Parte de la población, los profesionales de la salud y los medios de comunicación persiguen de forma casi inquisitorial a los padres que cuestionan las vacunas.

No responsabilizan de la misma manera a los padres que, desinformados por la permitida publicidad engañosa, ponen en marcha las epidemias más mortales de nuestro tiempo, como son la obesidad, la diabetes, la cardiopatía, el cáncer… todas ellas derivadas de una dieta rica en productos refinados, "chuches", fritos y grasas animales, embutidos, carnes rojas y exceso de lácteos…

La opinión de la sociedad quizás esté condicionada por los poderosos intereses económicos que se mueven detrás de las vacunas, un producto que no necesita promocionarse, ya que se "vende" como "obligatorio".

La vacuna de la varicela ilustra los conflictos entre el interés de los ciudadanos, los profesionales sanitarios y la industria farmacéutica. La Asociación Española de Pediatría (AEP) es partidaria de la vacunación generalizada y precoz (desde los 15 meses). En cambio, la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria aconseja vacunar solo a adolescentes no inmunes.

La presión de la AEP, una organización con financiación poco transparente, consiguió que el gobierno introdujera la vacuna en el calendario.

La vacuna del papiloma ha provocado de manera similar un conflicto entre la Agencia Europea del Medicamento y médicos daneses. La AEM recurrió a expertos vinculados a la industria para rebatir las pruebas de efectos secundarios presentadas por los médicos, según explica Abel Novoa en el artículo Vacunología crítica: ciencia, sesgos e interés (www.nogracias.eu).

Las vacunas no protegen totalmente

La filosofía de la vacunación es prevenir las enfermedades inoculando los antígenos que provocan la reacción del sistema inmunitario específico. Llevado al extremo ideal, esto obligaría, para conservar la salud, a vacunarse repetidamente (son necesarias dosis de recuerdo) de todas las enfermedades infecciosas que se quieran prevenir. Como estrategia médica se trata de una imposibilidad.

Se acusa a los padres que evitan las vacunas –o solo alguna– de irresponsabilidad porque perjudican a los niños. Sin embargo, un trabajo publicado en 2011 (5) relaciona la Tasa de Mortalidad Infantil (TMI) con el número de dosis de vacunas programadas en su calendario vacunal durante el primer año de vida.

Entre los 34 países del estudio, todos ellos del "primer" mundo, existe una alta correlación entre la cantidad de dosis (máximo de 26 en Estados Unidos) y la TMI (la más alta -6,22- correspondiente también a Estados Unidos).

No se debería culpabilizar a los padres que deciden no vacunar por considerar superiores los riesgos a los beneficios, puesto que los vacunados también pueden padecer la enfermedad, ser portadores e infectar a los no vacunados, vacunados mal protegidos o que no han recibido todas las dosis de recuerdo (la mayoría de los adultos).

Es poco riguroso decir que un niño no vacunado de difteria y que ha fallecido por esta enfermedad se habría salvado si hubiera estado vacunado. En el año 2010 hubo un brote de difteria en Brasil y fallecieron tres niños, dos de ellos totalmente vacunados (3). Lo correcto es decir que hubiera tenido muchas más probabilidades de no padecerla.

Tampoco es riguroso decir que debe aislarse a los vacunados portadores para proteger a los no vacunados. Debería añadirse que también es para proteger a los vacunados sin dosis de recuerdo y a los correctamente vacunados no protegidos.

No descuidemos los hábitos saludables

El hecho de estar vacunado no garantiza no padecer la enfermedad. La idea falsa de que la vacuna ofrece una protección total hace que se descuiden factores nutricionales y ambientales. Un "terreno" en buen estado, es decir, unos buenos hábitos de vida, protegen mucho mejor.

La Academia Americana de Pediatría afirma que el riesgo de no vacunar, en el actual contexto epidemiológico, es muy bajo. Es menos probable que un niño tenga un problema de salud prevenible con vacunas que lo sufra a causa de padres fumadores o consumidores de comida basura, como sostiene el doctor Abel Novoa.

Sin embargo, muchos ciudadanos y sanitarios toleran o protagonizan estas situaciones.

Es necesario crear una comisión de profesionales sin intereses económicos, que cree líneas de investigación para determinar beneficios y riesgos, con el fin de conseguir un consenso que oriente a la población en la toma de sus decisiones. Estando informado el profesional, lo estará el paciente.

Referencias bibliográficas

  1. TOMLJENOVIC y SHAW. Death after Quadrivalent Human Papillomavirus (HPV) Vaccination: Causal or Coincidental? Pharmaceut Reg Affairs. 2012
  2. J. M. MARÍN. Vacunaciones sistemáticas en cuestión. Ed. Icaria. 2004.
  3. SANTOS et al. Diphtheria outbreak in Maranhão, Brazil: microbiological, clinical and epidemiological aspects. Epidemiol Infect. 2015.
  4. MCKINLAY y MCKINLAY The questionable contribution of medical measures to the decline of mortality in the United States in the twentieth century. Millbank Mem Fund Q Health Soc. 1977.
  5. MILLER y GOLDMAN. Infant mortality rates regressed against number of vaccine doses routinely given: Is there a biochemical or synergistic toxicity? Human and Experimental Toxicology. 2011.