Nada es más importante que la paz. Sin ella, se hace difícil vivir. Pero al mismo tiempo, cuán frágil e incierta se presenta. Puede esfumarse cuando la violencia, el odio o la ignorancia invaden el territorio de la convivencia. Incluso definirla no es fácil. Deriva de la palabra pax, que para los romanos indicaba un periodo sin conflictos bélicos.

Pero la paz es mucho más que la ausencia de guerras, del mismo modo que la libertad va más allá del hecho de no estar presos.

Dentro del significado de paz encontramos distintos niveles. Hay primero una dimensión que podríamos denominar física, en la que destaca la ausencia de ruido o de ajetreo en un lugar o un momento dados.

Necesitamos de vez en cuando, o durante periodos más largos, encontrar un ambiente donde predomine la calma para que nuestro organismo descanse y se renueve. Hay también un apaciguamiento psicológico, un estado que evita o mantiene a raya la agitación mental que impide a la postre pensar con claridad.

Finalmente, hay una dimensión espiritual, una paz serena que reina en la parte más profunda de nuestro ser, una llama que no se apaga pese a los vientos y tormentas que puedan presentarse en el exterior.

¿Una vida tranquila?

Tener una vida tranquila hoy no es fácil. Si alguno de nuestros antepasados apareciera en medio de cualquier ciudad contemporánea, la experiencia sería para él una mezcla de sorpresa y espanto.

Edificios donde las personas viven apiñadas, peatones apresurados por calles llenas del ruido de rugientes automóviles… ¿Qué diría ante ese mismo espectáculo el escritor estadounidense Henry David Thoreau que, en el nada tecnológico siglo XIX, se fue a vivir al bosque porque estaba harto de la artificiosa e injusta vida ciudadana?

Nos hemos acostumbrado al ruido y a la prisa, pero eso no significa que nuestro organismo se haya adaptado por completo. Por eso necesitamos fines de semana o unas largas vacaciones para huir del trabajo agotador o del tedio de la permanente insatisfacción.

Los necesarios momentos de paz

Es pues conveniente que por lo menos en el hogar encontremos un poco de paz a diario, un ambiente tranquilo donde reposar y relacionarnos con la familia y los amigos. El paseo a pie por las afueras del pueblo o por los barrios tranquilos de la ciudad, preferiblemente con zonas verdes, es igualmente una manera de recobrar un ritmo más humano marcado por nuestros pasos.

El contacto periódico con la naturaleza es imprescindible para recobrar la calma. Las nuevas tecnologías nos obligan, cada vez más, so pena de quedar obsoletos y marginados, a participar en las actividades virtuales –es decir, alejadas de nuestra realidad inmediata–, cuya rapidez de ejecución nos hace creer que estamos ganando tiempo, cuando en realidad no es así.

Resulta sorprendente cómo abrimos indiscriminadamente nuestra conciencia a tantos estímulos, imágenes y sonidos que de alguna manera dificultan una vida tranquila. Algo más grave incluso si se trata de niños y adolescentes que se mantienen conectados muchas horas al día a móviles, tablets o videojuegos.

El cerebro necesita relajamiento, dormir cada día las horas suficientes para renovarse y desintoxicarse. También momentos de placidez contemplativa para que las ondas beta de la actividad ordinaria den paso a las ondas de tipo alfa (8-13 Hz), con un estado relajado pero a la vez atento.

Perder el miedo para vivir el presente

El miedo es uno de los obstáculos que impiden vivir en paz. Se trata de una pulsión difícil de controlar. Surge de sentimientos atávicos que nos conectan con los albores de la humanidad: el miedo a la oscuridad, el sufrimiento o la muerte. La sensación de sentirnos vulnerables.

Nos cuesta aprender la lección de que tras la noche llega el alba y nos aferramos al miedo ante lo desconocido, a lo que el futuro pueda depararnos. Y esa inquietud impide justamente vivir y disfrutar el presente.

Como sabía el gran escritor de relatos inquietantes Edgar Allan Poe, el miedo reside en la imaginación. Como cuando éramos niños y en la oscuridad de la habitación creíamos escuchar ruidos misteriosos o vislumbrar sombras fantasmales en la ventana.

Puede sentirse miedo del pasado en la forma de remordimientos, de lo que se hizo mal. También del futuro, cuando anticipamos posibles desgracias. Y está el temor a que una situación presente desagradable se prolongue demasiado.

No puede controlarse todo; lo pretendemos, porque así creemos eliminar lo azaroso de la vida, pero resulta imposible: es una lección que debemos aprender. Por eso vivimos en una casa que nos protege de las inclemencias del tiempo, sin estar pensando que algún huracán o terremoto la puede destruir.

Hay que prevenir posibles acontecimientos, pero al mismo tiempo vivir con cierta despreocupación. Solo hay que temer al miedo.

Cada noche, antes de adentrarnos en el sueño reparador, podemos rememorar los buenos momentos pasados durante la jornada, pedir que se nos perdone lo que quizá hicimos mal respecto a otras personas y desear que mañana sea un buen día para todos.

Es una manera de tener presente lo bueno de cada día, no dejarse llevar por lo negativo y extender los buenos deseos a los demás.

Buscando la paz interior

Estar contento suele entenderse como un estado de sana alegría. Pero también significa contentarse, permanecer tranquilos aunque las circunstancias de la vida vayan cambiando.

Si el miedo antes comentado surge del temor a no alcanzar lo que queremos o de perder lo que poseemos, estar contento es el mejor antídoto contra las inevitables frustraciones. Consiste en pensar que lo que nos sucede ahora es lo que nos corresponde experimentar.

No es una suerte de fatalismo creer que no podemos mejorar la situación. Es un pragmatismo existencial que permite ir más ligeros de equipaje, disfrutando de lo que encontramos en el camino.

Saber lo que se puede cambiar y lo que no

La sabiduría consiste en cambiar lo que se puede cambiar, resignarse ante lo que no tiene remedio y saber distinguir una cosa de la otra. Es la forma convencional de definirla.

Y el contento forma parte de ese saber vivir sin miedos innecesarios. Consiste en valorar lo que se tiene en vez de anhelar siempre lo que no tenemos. Amar y respetar a los que el destino ha puesto cerca de nosotros. También apreciar las cosas sencillas y gratuitas, como el aire que se respira, los rayos del sol o un hermoso paisaje.

Como decía el poeta Antonio Machado, solo el "necio confunde valor con precio". Otra mala costumbre que impide el contento es la de compararnos con los demás, no ser menos que el otro. Cuando lo cierto es que cada persona es diferente y puede tener distintos gustos y valores.

La envidia es enemiga de la paz.

Necesitamos la paz interior, y la mente es el lugar donde se fragua un sentimiento de calma o de inquietud. Como Buda enseñó, "los actos siguen a los pensamientos como la carreta al buey". De la naturaleza de los pensamientos y deseos depende el que seamos más o menos felices.

Espiritualidad y paz

Todas las religiones buscan la paz, la armonía entre las personas y con uno mismo. Lo que no quita que determinadas personas a lo largo de la historia hayan cometido violencia en su nombre.

Si a todos nos gusta la paz es porque intuimos que es el estado natural de las cosas si dejamos de empeñarnos en alejar su presencia con nuestros miedos y emociones negativas.

Si hacemos una síntesis de las diversas doctrinas espirituales que ha habido, distinguimos tres niveles del ser: cuerpo, alma y espíritu. Base material, individualidad psíquica mental y emocional, y espíritu transpersonal (tamas, rajas y sattva).

Al igual que en un disco que gira, en el que la velocidad enlentece conforme nos vamos acercando a la parte central, el alma encuentra sosiego si se orienta o se acerca a su esencia. Todo camino espiritual debería conducir a un estado de mayor paz y felicidad. Rezar o meditar son medios para alejarnos del ruido y la confusión que reina a menudo en nuestra periferia y así acercarnos al centro interior.

La verdadera paz es un reflejo de la unidad esencial, más allá de las aparentes oposiciones y contradicciones de la multiplicidad. Es la unidad en todas las cosas y todas las cosas en la unidad. Como dijo Mahatma Gandhi: "No hay caminos hacia la paz, la paz es el camino".