La microbiota ha pasado de ser considerada un simple comensal del organismo a identificarse con un verdadero órgano interno, es decir, un sistema que ejerce funciones nutricionales, sintetiza vitaminas y otros compuestos, modula y estimula la inmunidad, detoxifica, actúa de barrera contra agentes patógenos, regula procesos inflamatorios y la evacuación, y renueva y mantiene el epitelio intestinal.

Cuando entra un agente patógeno, por ejemplo, las bacterias residentes de la flora impiden que se instale y actúan a modo de coach del sistema inmunitario estimulándolo y facilitando las funciones de barrera microbiana. La manera de lograrlo es simple: las bacterias comensales ocupan lugares estratégicos que impiden a las invasoras situarse y además consumen los nutrientes disponibles y evitan que el agente patógeno pueda acceder a ellos.

Qué es la microbiota intestinal y cómo se forma

Cada persona presenta desde la infancia una población bacteriana determinada en la microbiota intestinal. Si bien con la edad esta se vuelve más diversa y llega a su máximo desarrollo en la edad adulta, se estabiliza a partir de los dos años. A esa edad se parece ya a la del adulto y permanece en un equilibrio dinámico que puede alterarse por causas internas o externas.

En el útero el bebé vive en un ambiente estéril y es al nacer cuando el tubo digestivo se coloniza con microorganismos procedentes de la flora vaginal y fecal de la madre. En 24 horas anidan las primeras bacterias. Luego lo hacen otras especies influidas por factores como la alimentación, el entorno o la toma de medicamentos.

Por otro lado, el tipo de parto influye decisivamente en la variedad bacteriana. Si tiene lugar por cesárea las bacterias no proceden de la flora materna y dependen más de los factores del entorno.

Dónde está la flora bacteriana

La flora se reparte en tres grandes regiones del aparato digestivo y el ambiente de cada una hace que la carga microbiana difiera notablemente.

  1. Estómago. Solo alberga bacterias que toleran sus condiciones extremas (con el oxígeno aportado al tragar y un ambiente muy ácido). Su población es minoritaria en relación al resto de tramos: de 0 a 100 bacterias por gramo.
  2. Intestino delgado. Contiene bacterias anaerobias facultativas (se adaptan si hay oxígeno) como lactobacilos, estreptococos y enterobacterias; y bacterias anaerobias como bifidobacterias, bacteroides y clostridios. En el duodeno la concentración es algo superior a la del estómago y aumenta en tramos inferiores como el yeyuno y el íleon.
  3. Colon o intestino grueso. En esta zona desprovista de oxígeno, con un tránsito intestinal lento, la variedad en microorganismos es la más compleja y dominan las bacterias anaerobias estrictas: entre 100.000 millones y un billón de bacterias por gramo.

Cómo se alimenta la flora intestinal

¿De qué se nutre la flora? La flora intestinal es básica para digerir los alimentos. Gracias a ella se recupera parte de la energía ingerida pero no digerida. Esto ocurre con los hidratos de carbono no digeribles y fibras alimentarias, es decir, los componentes prebióticos de los alimentos: las bacterias del colon los transforman en compuestos como los ácidos grasos de cadena corta (AGCC), que una vez absorbidos actúan como reguladores metabólicos.

Otra ayuda son los probióticos, microorganismos vivos como las bacterias lácticas que favorecen el equilibrio ecológico del intestino. Al mismo tiempo, las bacterias de la flora se nutren de los restos alimentarios no digeridos que llegan al colon, en una especie de segunda digestión.

Según el tipo de bacterias que actúan sobre esos restos, predominan las reacciones de fermentación, favorables al organismo, o bien las de putrefacción, negativas para la persona y la propia microflora. La fermentación es producida básicamente por bifidobacterias y lactobacilos, por lo que interesa que esas especies predominen en el intestino.

Así pues, los efectos de los alimentos sobre la microbiota y sus repercusiones para la salud están en función del tipo de metabolismo que posee cada población bacteriana, lo que se conoce como fenotipo o enterotipo bacteriano:

  • Las bacterias del enterotipo 1 obtienen energía de fermentar hidratos de carbono y proteínas. Facilitan la síntesis de las vitaminas B2, B5, B8 y C.
  • Las del enterotipo 2 degradan mucinas y glicoproteínas del film que recubre el tubo digestivo y participan en la síntesis de vitamina B1 y ácido fólico.
  • Las del enterotipo 3, las más abundantes, degradan mucinas y la celulosa de los vegetales.

Esto supone formas diferentes de obtener energía y sintetizar vitaminas según el tipo de bacterias. Si se tiene en cuenta que la alimentación puede favorecer la proliferación de un enterotipo bacteriano concreto, más fermentativo o putrefactivo, se explica por qué la alimentación condiciona también, a través de la flora intestinal, un entorno de salud determinado.

Esto afecta asimismo al tipo y la cantidad de nutrientes que se ingieren con los alimentos. El equilibrio ecológico intestinal depende en gran parte de cuáles son esos nutrientes que las bacterias fermentan para obtener energía: carbohidratos, proteínas o grasas.

Qué dieta mejora la flora intestinal

Una alimentación variada y equilibrada contribuye a mantener la flora intestinal. Los probióticos con bacterias de origen natural, como los lactobacilos o bifidobacterias, y los prebióticos capaces de crear el ambiente adecuado para el equilibrio bacteriano, son magníficos ejemplos de ello.

Se ha de desterrar, pues, la idea de que la fibra como prebiótico tiene un papel pasivo que solo sirve para prevenir el estreñimiento. A más diversidad de fibra en la dieta, mejor calidad de la flora intestinal y mayor biodiversidad. En el caso concreto de los lactantes, se sabe que varios componentes de la leche materna estimulan el crecimiento de bifidobacterias.

Cómo afecta a la salud tener una microbiota alterada

Como todo ecosistema, el equilibrio de la microbiota es relativamente frágil, pero en condiciones de normalidad se mantiene estable. Ahora bien, un tratamiento largo con antibióticos, el estrés prolongado o cambios en la dieta pueden alterarlo. Esto puede y suele ocurrir, por ejemplo, en viajes a lugares con otra cultura alimentaria.

Si el desequilibrio es leve, la resiliencia del sistema hace que el restablecimiento espontáneo sea la norma en personas sanas. Pero cuando se produce un desequilibrio mayor, la pérdida de biodiversidad afecta a grupos bacterianos determinados y se produce lo que se conoce como una disbiosis.

Una microbiota alterada genera trastornos digestivos (gases, diarreas, flatulencias, estreñimiento, dolores abdominales…), como sucede en el síndrome del colon irritable. Pero también puede afectar a la función de barrera microbiana y facilitar la entrada de sustancias extrañas.

Por ello la disbiosis intestinal se asocia con enfermedad celiaca, enfermedades inflamatorias intestinales, alergias, cáncer colorrectal, obesidad e incluso alteraciones psíquicas. Recientes investigaciones con animales sugieren que la microbiota puede influir en el sistema nervioso y el comportamiento probablemente por las sustancias neuroactivas que producen y liberan ciertas bacterias.