En los últimos tiempos los avances en el mundo de la asepsia, la anestesia y la mejora del instrumental y de las técnicas quirúrgicas han desembocado en grandes avances de la cirugía.

A pesar de todo esto, la actitud con la que las personas afrontan la cirugía sigue siendo de lo más variado: unas con auténtico pavor, otras respetuosas con los especialistas, otras muy entregadas... ¿Qué hacer cuando sentimos mucho miedo cuando nos van a operar? Algunos consejos pueden ser de gran utilidad para afrontar el miedo al quirófano o tomofobia.

Pedir una segunda opinión para mayor tranquilidad

La cirugía es un arte como lo es la medicina. Drenar un absceso, limpiar un apéndice, cerrar una úlcera, resolver una obstrucción intestinal, arreglar una fractura abierta, curar un gran quemado, salvar una vida por cesárea...

Muchas operaciones necesarias y bien indicadas bastan para mantener y mejorar la cirugía, no es preciso hacer publicidad de que con ella todo es posible.
El primer objetivo ante una operación es tener un diagnóstico del problema, que debe considerarse dentro del contexto global de la situación del paciente.

La indicación quirúrgica debe ser en ese momento lo más adecuado para el cirujano y el paciente, y eso se da pocas veces: con frecuencia el paciente es capaz de recuperarse por sí solo; otras veces su condición es tan mala que la cirugía no haría sino empeorarla.

En medio de esas opciones se sitúa la indicación quirúrgica precisa. Para realizarla, además de criterio, se requiere la habilidad del cirujano, el instrumental adecuado, el equipo óptimo de profesionales, etc.

No todos los cirujanos y todos los equipos están preparados para hacer todo tipo de cirugía y también depende de las condiciones del paciente, su estado general, su capacidad para soportar la hemorragia, el choque y el trauma operatorio. Pedir una segunda opinión te hará sentir la seguridad de que esa cirugía es necesaria y adecuada.

Mentalizarse antes la operación

El miedo está ahí de forma natural para defendernos del medio agresivo, y la operación lo es. La mínima intervención quirúrgica supone una gran agresión, así como la medicación preoperatoria y la anestesia. En la intervención se lesionan tejidos, se produce hemorragia, trasvase de líquidos intersticiales, acidosis metabólica...

Por ello, la decisión de operarse ya implica un acto de valor. Y así lo debería tener en cuenta también el personal médico, pues a pesar de que se ofrece la anestesia para mitigar el dolor, no deja de suponer una agresión en toda regla.

Hemos llegado al quirófano porque estamos mal, a veces con un traumatismo importante o una enfermedad grave. Y vamos a ser sometidos a una nueva agresión. No se puede estar en estas condiciones sin tener miedo, el mayor de los miedos.

La operación a veces nos eleva a la antesala misma de la muerte o dilata el espacio que conduce hacia ella. En este campo entran en juego muchas pulsiones inconscientes que pueden alterar a la persona, por aséptico y profesionalizado que sea el hospital.

El médico y el resto del equipo sanitario capta este miedo del paciente y le podrá infundir valor cuando él asuma su papel con el compromiso de hacerlo lo mejor posible.

Para ello cobran importancia los preparativos:

  • Asumir la situación. Hay que sopesar las posibilidades de lograr una mejor calidad de vida afrontando la operación. El valor sólo se puede sacar cuando la mejora vale la pena.
  • Mentalizarse para cambiar. La operación implica un gran ritual de cambio para producir una mejoría importante y dejar atrás una antigua etapa.
  • Conocer al equipo. Es muy importante la relación casi protocolaria con el hospital y su cuerpo técnico. No sólo el doctor: también enfermeras, anestesistas... ¿Cómo se puede optimizar la relación con todos ellos? Conviene seguir el protocolo, pero preguntando lo justo para que todo lo que nos contesten lo entendamos muy bien. Y experimentar claramente una sensación de confianza en la persona que nos va a operar.

Fijarse en el ritual de la operación

El quirófano puede ser hoy uno de los lugares donde mejor se representa el drama de la vida, la muerte y el renacimiento, pero aquí el enfermo no es un mero espectador, sino el protagonista de una historia cuyo desenlace le concierne vivamente.

La cirugía sigue siendo un ritual y su representación simbólica es tan fuerte o incluso más que la práctica. Sus protocolos están tan arraigados que evitarlos se consideraría una mala praxis.

El método, la pulcritud, la técnica precisa y adecuada, el manejo del instrumental, la anestesia, el control de la hidratación y la hemorragia... todo debe seguir un orden y quien se lo salta comete un gran error o negligencia.

El cumplimiento estricto del ritual es lo que otorga confianza y seguridad al paciente y al cirujano. Los notables avances de la cirugía en las últimas décadas, el control de la asepsia, los equipos de anestesia, los recursos humanos invertidos en el buen hacer han promocionado que esté mucho mejor vista que otros actos médicos.

Después de la operación: comprender la respuesta del organismo

Tras la operación el cuerpo pone en marcha todos los grandes mecanismos de adaptación al estrés, y en un periodo que va de ocho horas a tres días intenta restablecer la normalidad.

Segrega corticoides y antiinflamatorios, y establece su sistema de coagulación, a veces excesivo. De ah! el peligro de padecer trombos y la importancia de movilizar el cuerpo para equilibrar la coagulación.

Reorganiza la hidratación, resuelve la acidosis metabólica y elimina gran cantidad de desechos por los riñones. En una primera adaptación de oliguria elimina poca orina para recuperar líquidos; luego establece la eliminación normal de orina.

Existe una depresión corporal y anímica que se pasa rápidamente conforme aparecen la recuperación y mejoría físicas. Para ello es importante utilizar los analgésicos y tranquilizantes al mínimo.

Hay que empezar a levantarse de la cama lo mas rápido posible. Al despertar de la anestesia se comenzarán a realizar movimientos. Si la hidratación y la respuesta renal son buenas la persona se incorporará y, en cuanto se pueda, iniciará el movimiento. Esto evita trombosis postoperatorias y regula la circulación general y renal.

El ejercicio más indicado es el isométrico: hacer la máxima fuerza sin movimientos, o contracciones de brazos y piernas con fuerza, o bien ejercicios de desperezamiento con respiraciones profundas.

Cualquier ejercicio suave, sin fuerza ni brusquedad, va a ayudar a la recuperación explorando los límites corporales y del dolor, y sin sobrepasarlos en ningún momento.

Libros sobre la cirugía y sus indicaciones

  • La enfermedad; Jean Shinoda Bolen. Ed. Kairós.
  • Nacer por cesárea; Ibone Olza y Enrique Lebrero. Ed. Granica