Cuando el cuerpo está sano puede atacar y destruir los organismos infecciosos que lo invaden o reparar los tejidos dañados a través de una reacción bien organizada. Una vez eliminada la amenaza, el sistema inmunitario se calma y vuelve a la normalidad, pero no siempre ocurre así.

La intensidad de la respuesta inmunitaria es coordinada y modulada por sustancias mensajeras como las citoquinas, que están compuestas por aminoácidos y glúcidos y son producidas por los macrófagos, un tipo de células inmunitarias. Un desequilibrio en las citoquinas puede significar la diferencia entre la salud y la enfermedad.

La inflamación es una respuesta inmunitaria normal y necesaria. Nos permite defendernos y recuperarnos de heridas, traumatismos, quemaduras, infecciones e intoxicaciones. Sin inflamación, no hay curación.

Desequilibrios en la inmunidad

Pero cuando por diversas circunstancias la presencia de sustancias inflamatorias y células inmunitarias es continua e intensa, los tejidos se irritan y aparece una inflamación crónica, silenciosa y peligrosa, que se relaciona con el cáncer, la diabetes, la enfermedad cardiovascular y otros trastornos.

A nivel cerebral, esta inflamación altera las neuronas y la comunicación entre ellas e inhibe la producción de dopamina, que es la molécula de la motivación, lo que nos puede conducir a la depresión y la ansiedad.

La función de las citoquinas es positiva, pero se han hecho tristemente famosas porque protagonizan la «tormenta de citoquinas», que es una de las complicaciones más graves de la infección con el virus de la COVID-19. Es una reacción brutal del organismo, que ataca diferentes órganos y sistemas y que pone en peligro la vida del enfermo.

Sistema inmunitario innato y adaptativo

El sistema inmunitario innato es el encargado de enfrentarse a los virus desconocidos, que pueden desencadenar esta tormenta. Se trata de una respuesta a ciegas, que se activa cuando el organismo no tiene otras opciones para protegerse contra la invasión de un patógeno.

Por desgracia, aunque sea la única forma de defenderse, en algunos casos causa más daños que beneficios. Ante las amenazas conocidas, como los virus para los que ya tenemos anticuerpos, el responsable de la respuesta es el sistema inmunitario adaptativo. Es una respuesta inteligente, dirigida contra el patógeno concreto causante de la enfermedad. Nos interesa, por tanto, potenciar este tipo de respuesta inmunitaria.

Tipos de citoquinas

Diferentes citoquinas modulan tanto la inflamación como la desinflamación. En la tormenta de citoquinas, las que activan la respuesta no pueden ser controladas por las encargadas de desactivarla.

  • Las interleucinas se encargan principalmente de regular la activación de las células del sistema inmunitario. Algunas tienen funciones proinflamatorias y otras antiinflamatorias.
  • Los «factores de necrosis tumoral» son importantes durante las primeras etapas de la respuesta inflamatoria. Tienen un papel central en infecciones virales y en la muerte celular (apoptosis).
  • Los interferones son claves en la acción innata contra microorganismos. Promueven la activación de las células asesinas naturales (natural killer o NK). Son proinflamatorias.
  • Los «factores estimuladores de colonias» estimulan la diferenciación y la proliferación de células madre a células del sistema inmunitario. El «factor de crecimiento transformante beta» es uno de los más importantes. Regula la proliferación y diferenciación de varios tipos celulares, pero también de la respuesta inmunitaria. Son antiinflamatorios.
  • Las quimiocinas estimulan la motilidad de las células del sistema inmunitario, como los neutrófilos, y las dirigen, por ejemplo, hacia el lugar de inflamación, mediante un fenómeno denominado quimiotaxis.

Consecuencias de una inmunidad alterada

El sistema inmunitario no es inmune a los trastornos. Cuando no funciona de manera adecuada pueden ocurrir tres tipos de alteraciones:

  • Actividad reducida: cuando la respuesta inmunitaria es poco intensa se habla de inmunodeficiencia. Puede ser una enfermedad propiamente, como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, o puede ser causada por un tratamiento médico, como la quimioterapia, por ejemplo.
  • Enfermedad autoinmune: ocurre cuando el sistema inmunitario no distingue las células propias del organismo de los cuerpos extraños que lo invaden. Hay muchísimas enfermedades autoinmunitarias, entre las más conocidas podríamos citar la tiroiditis de Hashimoto, la artritis reumatoide, la diabetes mellitus tipo 1 o el lupus eritematoso.
  • Reacción excesiva: es el caso de la tormenta de citoquinas que puede complicar el curso de las infecciones víricas y bacterianas.

Cómo mejorar la reacción inmunitaria

A través del estilo de vida podemos modular a nuestro sistema inmunitario para que reaccione de la manera más adecuada posible ante una agresión, ya sea por un traumatismo o una cirugía, o ante patógenos, como virus o bacterias.

Una mala alimentación, basada en productos ultraprocesados ricos en azúcares añadidos, grasas saturadas y trans, con exceso de omega-6 y pobre en verduras y frutas aumenta la producción de citoquinas inflamatorias y causa inflamación crónica. Con el tiempo puede favorecer la obesidad, la depresión, el alzhéimer y el cáncer, entre otros problemas de salud. Tres estrategias pueden servirnos para favorer la armonía entre las citoquinas y prevenir la inflamación innecesaria.

1. Dieta basada en plantas

La dieta vegetal en al menos un 80%, con productos frescos, locales y de temporada, ayuda a regular la producción de citoquinas. Es recomendable incluir abundantes verduras de hoja verde, coles, ajo, cebolla, y especias y aromáticas como cúrcuma, jengibre, pimienta negra, cayena, canela o romero.

  • Omega-3: esta familia de ácidos grasos se halla, además de en los pescados azules, en alimentos vegetales como las semillas de chía y lino y en las nueces.
  • Ácido oleico: dominante en los aguacates y en el aceite de oliva, reduce el riesgo de enfermedad inflamatoria.
  • Probióticos: las bacterias del kéfir, el yogur, la kombucha, el tempeh, el miso o el chucrut modulan el equilibrio entre citoquinas inflamatorias y antiinflamatorias.
  • Vitamina C: presente sobre todo en las frutas y hortalizas frescas, este nutriente contrarresta la acción inflamatoria de las citoquinas.
  • Especias: guindilla, cúrcuma, jengibre, chile, canela, anís estrellado, clavo, romero, perejil o albahaca, entre otras, poseen principios que regulan la inmunidad. Otros alimentos, como las setas y las algas posee polisacáridos con propiedades similares.
  • Suplementos inmunomoduladores: la vitamina D y la melatonina regulan la inmunidad y producen muchos otros beneficios en el organismo. La vitamina D se sintetiza a partir de la exposición de la piel a la luz del sol. La melatonia se produce por la noche, mientras se duerme. También se puedeen conseguir en forma de suplemento. Si se sufre de deficiencia de vitamina D, se puede tomar temporalmente suplementos de 2.000–5.000 unidades internacionales diarias de vitamina D3 (colecalciferol). La melatonina corrige deficiencias del sistema inmunitario ocasionadas por el estrés, las infecciones por virus o los tratamientos con fármacos. En forma de suplemento se suelen tomar 5-10 mg diarios.

Con estas medidas dietéticas y de estilo de vida podemos conseguir que las citoquinas y el resto de elementos que participan en la inmunidad sirvan a la salud y no se conviertan en un problema.

2. Ayuno intermitente

El ayuno intermitente favorece la reducción de citoquinas en sangre. Dejar periodos de reposo al sistema digestivo y al sistema inmunitario (asociado al digestivo) es una de las mejores herramientas para luchar contra la inflamación excesiva y la inmunodepresión. La forma más sencilla de practicarlo es cenar temprano y dejar pasar de 16 a 18 horas hasta la siguiente ingesta.

3. Ejercicio físico

La actividad física –basada en una combinación de entrenamiento aeróbico no extenuante (correr, ir en bici, nadar) y ejercicios de fuerza (con cargas)– regula el sistema inmunitario y la producción de citoquinas.

El número y la actividad de los linfocitos T, las células NK, los neutrófilos y los macrófagos, así como la producción de citoquinas antiinflamatorias e inflamatorias son factores que se ven influenciados por el ejercicio.

En cambio, la vida sedentaria induce la acumulación de grasa visceral y su infiltración con células inmunitarias proinflamatorias, lo que ocasiona mayor liberación de citoquinas y genera un estado inflamatorio de bajo grado. Este se ha asociado con resistencia a la insulina, inmunodepresión, aterosclerosis, neurodegeneración, tumores y otras enfermedades.