Abril, con dos años recién cumplidos, tiene mocos, la garganta enrojecida y 38,5 °C de temperatura. Sus padres, Estrella e Ibai, deciden llamar al 061. Una doctora les recomienda que le administren Dalsy, a base de ibuprofeno, un analgésico, antipirético y antiinflamatorio infantil que todos los padres conocen.

Pero Estrella e Ibai deciden esperar. Solo querían explicar los síntomas y tranquilizarse un poco. La fiebre no les preocupa tanto y Abril no se queja y duerme tranquila. Al día siguiente piden hora en la consulta de su pediatra homeópata, que examina a la niña. El diagnóstico es favorable, no necesita antipiréticos ni antibióticos. Basta con su remedio constitucional.

Qué se puede hacer cuando el niño tiene fiebre

No es la mala de la película: la fiebre, como el lobo, tiene una fama pésima. Pero no es la enemiga de los niños. Más bien es su amiga, porque les ayuda a librarse de virus y bacterias. La mejor temperatura para que se desarrollen se sitúa entre los 33 y los 35 °C. En cambio, con 39-40 °C las cosas se complican para los agentes infecciosos. La fiebre estimula la actividad de las células inmunitarias y protege las células sanas.

Se ha demostrado, incluso, que experimentar infecciones con fiebre durante la infancia previene la aparición de alergias (y que tomar antibióticos y antipiréticos las favorece). La fiebre es una reacción eficaz del cuerpo para superar la enfermedad. Por tanto, ¿qué sentido tiene bajar la fiebre a toda costa?

Así se toma la fiebre

La punta del termómetro debe quedar en el centro de la axila, mientras que el brazo se apoya en el tórax. Conviene tapar el hombro y el brazo mientras se toma la temperatura. En un termómetro de galio –que sustituye al contaminante de mercurio y es mucho más fiable y sostenible que los electrónicos e infrarrojos– el tiempo de medición es de cinco minutos.

Las temperaturas de hasta 37,5 °C se consideran normales. Hasta 37,9 °C es un valor elevado y solo a partir de 38 °C se considera fiebre.

Cuándo ir al pediatra

Debemos acudir a un centro de salud cuando no conocemos el origen de la fiebre. Las enfermedades que la producen con más frecuencia son las infecciones gripales y los resfriados, seguidos de las infecciones de oído, las infecciones gástricas y los exantemas víricos como el boca-mano-pie.

Pero también puede obedecer a otras causas, como un exceso de abrigo, deshidratación o un diente que está saliendo. Si se conoce la causa, se puede actuar en consecuencia.

Si no hay síntomas que permitan descubrir su origen –no hay mucosidad, garganta inflamada, diarrea…– es necesario acudir al médico para que realice un examen.

Los resfriados, las gripes y los virus digestivos pueden ser tratados en casa. Pero un recién nacido con fiebre por encima de 38 °C durante varias horas necesita ser examinado. En niños mayores, cuando supera los 40 °C se debe acudir a la consulta.

También cuando se observa cualquier síntoma fuera de lo normal o se está preocupado por cualquier razón. Síntomas como vientre duro y dolor en la nuca al acercar la barbilla al pecho deben llevarnos inmediatamente al médico.

En cualquier caso hay que evitar que la fiebre llegue a 42 ºC porque entonces deja de ser inofensiva y puede causar daños cerebrales.

¿Qué pasa con las convulsiones?

La obsesión por bajar la fiebre a toda costa puede explicarse por el pánico que provocan las convulsiones. Pueden ser más o menos intensas: al niño se le pueden poner simplemente los ojos en blanco o bien sufrir contracciones de todo el cuerpo durante segundos o hasta 10 minutos.

El susto es grande, sobre todo porque el niño no responde a los padres, pero en la inmensa mayoría de casos no tienen ninguna consecuencia. Entre uno y cinco minutos después el niño se ha relajado, ha vuelto en sí y se ha dormido.

Sufrir una convulsión es motivo suficiente para ir al médico y observar su evolución, porque es necesario descartar la meningitis, muy poco probable (uno de cada 1.000 casos).

Las convulsiones ocurren porque el cerebro inmaduro del niño es sensible a la subida de la temperatura. Tres de cada cien niños sufren convulsiones sin consecuencias en los primeros años de vida. No obstante, es posible que el médico quiera realizar encefalogramas u otras pruebas.

No está probado que exista una relación de causa y efecto entre las convulsiones febriles y la epilepsia. Es posible que las personas que desarrollarán epilepsia tengan una predisposición a las convulsiones.

Ni la convulsión ni la fiebre causan la enfermedad, pero en dos de cada cien niños que sufren convulsiones pueden ser indicio de una patología subyacente.

Tratamiento natural de la fiebre... ¿con paños calientes o fríos?

Si no son recomendables los medicamentos antitérmicos a las primeras de cambio, tampoco lo es pasarse con las medidas caseras para bajar la fiebre. Deben aplicarse con moderación en el momento apropiado.

Cuando la fiebre sube, si las pantorrillas están frías al tacto, se pueden poner compresas humedecidas en agua caliente con tintura de árnica en las muñecas y los tobillos.

Durante la fase de subida, conviene que el niño permanezca abrigado y puede beber alguna infusión caliente. Es frecuente que vomite y que le duelan la cabeza y las extremidades.

En cambio, cuando las pantorrillas estén calientes llega el momento de ayudar a bajar la temperatura aplicando compresas frías en muñecas y pantorrillas, y paños frescos en la frente, pero solo si el niño lo acepta. El objetivo es mantener la fiebre por debajo de los 40ºC.

Si pese a todo la fiebre supera los 40 ºC mientras la piel de las extremidades está fría, podemos administrar ibuprofeno –en la dosis indicada en el prospecto– y llamar al médico para que examine al niño.

Pocos alimentos y muchos líquidos

La fiebre quita el apetito, por lo que la alimentación suele convertirse en otro quebradero de cabeza en esos días. No hay que preocuparse. Es normal que el niño pierda algo de peso: lo recuperará enseguida cuando todo pase. Eso sí, es importante que el niño beba. Se le puede ofrecer estos alimentos y bebidas:

  • Zumo de naranja diluido en la mitad de agua
  • Pequeñas cantidades de arroz o pasta con poca grasa y poca proteína
  • Infusiones de hierbaluisa con unas gotas de limón y una pizca de sal y azúcar