Huir del dolor y apegarse al placer es un mecanismo básico de todo ser vivo. La vida no existiría sin este acto reflejo que, de muchas maneras, nos protege tanto del dolor físico como del emocional. Pero como todo en la vida, lo hace en su medida.
A menudo, para sanar, hay que entrar donde duele, reconocer ese dolor, observar qué nos enseña y cómo tiene su propia vida, en transformación continua.
Entrar en el dolor duele y por eso huimos de él de maneras creativas, por ejemplo haciendo broma o un gesto manual para restarle importancia. Adicciones como a la comida o al trabajo, o la búsqueda obsesionada de una aprobación constante por parte de los demás, también suelen ser síntoma de un dolor no atendido.
Pero a veces la huida del dolor ya duele más que enfrentarse a él; y cuando eso llega se puede despertar a una nueva manera de responder.
Estudiar el dolor con curiosidad para saber cómo afecta a la respiración, al tono muscular y a la relación con uno mismo es fascinante. Esta actitud otorga libertad para poder vivirlo como un viejo amigo que nos recuerda el camino a casa.
Relaja tus trapecios trabajando tus puntos gatillo
Casi todos tenemos los trapecios cargados. Atender al dolor en esta zona trabajando sobre los puntos gatillo te aliviará y reducirá la tensión.
1. Usa una pelota de tenis
Sitúa la pelota en la parte superior del trapecio derecho donde más te duele.
Si molesta demasiado, cubre la pelota con una manta para suavizar la presión.
2. Respira y relaja
Inhala llevando el aire hacia la zona donde está la pelota, donde te duele. Exhala y relaja el cuerpo sobre la pelota.
La respiración es tu aliada, descansa en ella.
3. Insiste en el dolor
Puedes exhalar por la boca y notar la presión añadida sobre la pelota.
Repite el ejercicio en el otro lado, quedándote más tiempo en el lado más dolorido.