La medicina se ha regido hasta ahora por parámetros masculinos que han distorsionado investigaciones y diagnósticos. Para que la salud de las mujeres mejore, es urgente que la ciencia tenga en cuenta las diferencias de género.
Hombres y mujeres tenemos biologías y fisiologías con grandes puntos en común, pero también con sustanciales diferencias. Entonces, ¿por qué no existe una disciplina reconocida que investigue acerca de estas asimetrías y pueda así establecer mejores criterios diagnósticos y de intervención para hombres y mujeres, según sus características sexuales y de género?
Una medicina adaptada a las necesidades de las mujeres
¿Por qué se siguen considerando inferiores o poco importantes los problemas crónicos que padecen las mujeres? ¿Por qué se medicalizan procesos naturales como el embarazo, el parto y la menopausia? ¿Qué hay de malo en ellos concretamente?
En la atención sanitaria, las mujeres son invisibles para el diagnóstico y el tratamiento de muchas enfermedades, por lo que a menudo sus síntomas son confundidos, menospreciados o minimizados. Sus quejas se atribuyen frecuentemente a causas psicológicas.
El género femenino, agente de cambio social y médico
La investigadora y filósofa Donna Haraway afirma que debemos convertir a las mujeres en agentes de cambio y en protagonistas de su salud y su destino, y no en víctimas eternas.
Pero es muy difícil–e incluso casi imposible–para muchas mujeres cambiar de actitudes cuando su cuerpo está agotado por la doble jornada, carencias nutricionales, desórdenes disfunciones menstruales, o porque está debilitado a causa de una medicación excesiva.
Por todo ello, y para dar un soporte real a la mujer, es importante que la medicina tenga en cuenta que las mujeres tenemos un cuerpo y un modo de vivir la salud y la enfermedad distinto al de los hombres y que eso, en ningún caso, significa inferioridad.