Miles de mujeres en todo el mundo sufren malos tratos. Aunque algunas culturas consideran “normal” la llamada violencia doméstica y la sitúan en el ámbito privado, el problema también aparece en países cuyas legislaciones promueven la igualdad de género.

Violencia machista una pandemia normalizada

Este es un asunto de salud pública no solo por el número de personas que fallecen cada año (en algunos países supera incluso a la mortalidad por cáncer de cérvix), sino también por las secuelas físicas, emocionales, intelectuales y espirituales que conlleva.

En España, se estima que un 30% de las mujeres que acuden al médico por problemas psicosomáticos podría estar sufriendo malos tratos físicos o psicológicos.

Pero cada día son más las que se niegan a aceptar la opresión que supone una atmósfera de convivencia basada en relaciones de poder en lugar de respeto y amor.

Las agresiones a las mujeres no son actos naturales, puntuales ni aislados, sino la manifestación de una violencia cuyo origen y fundamento son las normas y los valores de la cultura patriarcal.

A lo largo de la historia, las mujeres han vivido esta realidad y han tratado de justificarla con creencias y pautas aprendidas de sus propias madres y del entorno.

Algunas llegan incluso a resignarse y autoinculparse, creyendo que son sus errores los que provocan las “airadas” reacciones de sus parejas.

El sentimiento de culpa que acompaña a estas mujeres les impide desarrollar conductas de afirmación y decisión personal basadas en su autoestima.

Como señala la escritora Victoria Sau, “la mujer se representa a sí misma no como un individuo total sino como un complemento, y como tal no es nada ni nadie sin aquel que debe darle su verdadera significación”.

Este convencimiento, junto con la indefensión, las trabas judiciales, la incomprensión de la familia, la falta de alternativas para construir una nueva vida, la baja autoestima y, en general, la falta de recursos económicos, sociales o emocionales para alejarse del agresor, explican que algunas mujeres soporten vejaciones durante años.

Un dolor difícil de detectar

Normalizada e integrada en los usos y costumbres sociales, la violencia contra las mujeres ha permanecido invisible durante mucho tiempo y, todavía hoy, resulta difícil de detectar.

Es más sencillo identificarla cuando toma la forma de agresiones físicas.

La destrucción psicológica de un ser humano puede hacerse tan confusa que la propia víctima no sepa identificar qué le está pasando.

En ambos casos, se acaban socabando los recursos físicos y morales de las personas que las sufren.

Síntomas para la detección precoz del maltrato

Las primeras repercusiones se manifiestan a nivel conductual y cognitivo y pueden ser:

  • Confusión mental.
  • Pérdida de memoria y de capacidad de concentración, olvidos frecuentes...
  • Pérdida de claridad al expresarse o cambio del orden de las palabras y las frases.

A largo plazo, pueden aparecer estados de ansiedad y depresión que suelen ser tratados con sedantes, lo que aumenta la indefensión de unas mujeres que se dirigen a los servicios médicos para pedir ayuda para sus síntomas sin que ellas mismas sepan que sus dolencias son causadas por la situación que viven.

Otras acuden a la consulta con estos síntomas:

  1. Ahogos
  2. Vértigos
  3. Dolores de cabeza
  4. Ardores de estómago
  5. Diarreas
  6. Náuseas
  7. Vómitos
  8. Dolores musculares
  9. Contracturas

Estos problemas musculares pueden incluso ser confundidos con fibromialgia si no se hace una investigación dirigida.

Si la visita médica es rápida y no permite profundizar, si la mujer no puede expresarse más a fondo por el poco tiempo que tienen los profesionales para dedicarle, es más que probable que las causas de estos síntomas permanezcan ocultas e invisibles.

Por esta razón, se han elaborado algunos cuestionarios que se utilizan con éxito en atención primaria.

A partir de una detección lo más precoz posible, es posible ofrecer ayuda psicológica a la víctima, ya sea en los propios centros o en los servicios sociales de los ayuntamientos