Hoy el psiquiatra Claudio Naranjo es un hombre sabio. Un doctor de 84 años con aspecto de profeta: las cejas pobladas, desaforadas. El pelo algodonoso, polar.

Siempre me ha llamado la atención el contraste entre sus facciones, las facciones aplomadas de un hombre culto, noble, y lo desenfadado de su indumentaria: suele vestir ropa barata. No tendría que sorprenderme: la gente más consciente no da demasiada importancia a lo material, ni al dinero.

El suceso que más le marcó en su vida, hace muchos años, fue la muerte de su hijo. Hasta entonces, Claudio fue una persona poco cariñosa, poco expresiva, “poco viva”, según sus palabras.

La muerte de su hijo: un antes y un después

Claudio ya era un buscador, pero no tenía mucha capacidad amorosa. “A mi hijo lo postergaba bastante”, declara. Pasaba poco tiempo con él. Era un padre ausente. “Cuando falleció me di cuenta en retrospectiva cuánto le había faltado y cuánto me había perdido de amarlo bien”. Eso influyó muchísimo en el resto de su vida.

“Tuve que pasar por la muerte de mi hijo para despertarme”.

Primavera de 1970. Viernes Santo. Según cuenta Javier Esteban en el libro Claudio Naranjo: la vida y sus enseñanzas (Kairós), esa misma tarde, Claudio había asistido al funeral de su viejo maestro Fritz Perls, cuando su mujer y sus tres hijos (uno de ellos de Claudio), tuvieron un accidente de coche. Una llamada de la policía le confirmó que su único hijo, el pequeño Matías, que entonces tenía 11 años, fue el único de los cuatro ocupantes del vehículo que murió en el accidente.

¿Para quién es una tragedia la muerte?

Durante un tiempo, Claudio acompañó a su mujer en el hospital. Estuvo ocupado con su recuperación. Pero al cabo de unas semanas, regresó a su casa y se echó en la cama de Matías para llorar. Y después de mucho llorar —lloró sin parar dos meses—, Claudio se hizo la reflexión de por quién estaba llorando: si por Matías, o por él.

“Me di cuenta de que no lloraba por mí, porque yo podría perfectamente soportar su ausencia si esta hubiera tenido sentido, como si se tratase de un largo viaje; pero me di cuenta de que tampoco lloraba por él, pues tenía fe en que él estaba en un mundo mejor y que para él la muerte no era una tragedia”.

De esta manera, el sufrimiento se transformó en una fuerte presencia de Matías. Naranjo sintió entonces como que lo volvía a querer de una forma más intensa a como lo había querido antes, cuando el niño estaba vivo. Se sintió como bañado en él, y supo que no tenía sentido llorarlo más. “No tenía que llorar ni por él ni por mí”.

En aquella circunstancia terrible, se gestó el renacimiento espiritual de Claudio. En el envés del sufrimiento por el duelo de su único hijo, la aceptación y el amor transformaron la existencia de Claudio.

Se fue al desierto durante cuarenta días: eso cambió su vida.

En el desierto los días transcurrían en un retiro solitario, en semiayuno, donde alguien le llevaba agua y algo de alimento preparado cada cierto número de días y se lo dejaba cerca para que no se diera el contacto y se interrumpiera el proceso.

Lo más importante fue llevar el hara, el centro energético del cuerpo, a tierra. Dejarlo caer a tierra. “Bajar el hara para que me entrara luz por la cabeza”. Desde ese momento, su cuerpo empezó a recibir de arriba algo que lo iba abriendo y transformando, como si se estuviera incubando otro cuerpo nuevo dentro de él.

Las sensaciones físicas del cuerpo se acompañaban de color. Era como un continuo circular de energía y se le movían las manos como en órbitas que le rodeaban. “Era como si yo estuviera tejiendo mi propio cuerpo, tejiéndome una crisálida”.

La conexión con lo sagrado a través de la Nada

Claudio atravesó muchos estados. Lo más profundo fue la Nada. El no pensamiento y la intuición de que ahí estaba el Todo.

“Imposible poner palabras. También la intuición de que una semilla se estaba plantando en mí y que fructificaría a lo largo de toda mi vida”.

Tres meses más tarde, sucedió que todo se le hacía sagrado. Era como vivir en el mundo de la divinidad.

Devolver lo recibido: la enseñanza

Fue entonces cuando Claudio empezó a enseñar. En el desierto, Claudio se había conocido a sí mismo. Lleno de una nueva energía, comenzó a devolver al mundo todo aquello que tomó de la vida.

Creó el programa SAT, una palabra sáncrita que significa Ser y Verdad. Sintió que estaba siendo inspirado. Las cosas se desarrollaban orgánicamente, como en los cuentos de hadas: “el que está demasiado empecinado con lo que tiene que llegar, no ve lo que pasa por el camino. Y a veces el que está suficientemente atento a lo que le sale a su encuentro es el que al final recibe la información secreta del gnomo”.

Claudio siempre suele preguntar a los grupos, a las personas —no es un hombre gregario, y sin embargo a su alrededor siempre hay grupos de alumnos—, de qué han aprendido más en la vida. Y la respuesta nunca cambia: de las experiencias duras, de las pérdidas. Este fue también su caso.

Sin duda, la muerte de su hijo le abrió el corazón. Desde entonces, Naranjo se deja fluir. Ha tenido maestros de todas las tradiciones fundamentales, y de ellos ha aprendido una verdad que no tiene que ver con el intelecto ni la emoción. Una verdad que tiene mucho de humildad. Se trata de confiar en la vida. Se trata de vaciarse. “Cuando uno se vacía, le llegan todas las riquezas”

Claudio Naranjo

  • Lleva cuarenta años desarrollando la sabiduría del eneagrama y ha creado la psicología de los eneatipos.
  • Como discípulo de Fritz Perls, se ha convertido en referente mundial de la terapia gestalt.
  • Es profesor de la Universidad de Berkeley y miembro del Club de Roma.

Sus ideas

Eneagrama

Es un mapa de la personalidad que creó como disciplina. Recomienda que se combine con práctica psicológica, la gestalt y la autoobservación.

Los otros

Aconseja a los buscadores que se interesen en la idea del servicio. Se trata de curarse a sí mismo para poder curar a otros.

No hacer

Su trabajo espiritual consiste más en un no hacer, que en hacer. En “no ser”, en el sentido de desidentificarse.