Tanto en lo positivo como en lo negativo, nuestra historia afecta a nuestro presente. Aunque no seamos plenamente conscientes de ello, nuestro pasado nos programa, nos condiciona y nos hace ser tal y como somos. Por eso, cuando se presentan problemas emocionales, mirar atrás puede ser clave para sanarnos.

Algunas corrientes psicológicas centran su trabajo terapéutico en solucionar el presente. Ofrecen herramientas para afrontar los síntomas que muestran las personas en el momento de acudir a consulta. Sin embargo, obvian el paso imprescindible en terapia: profundizar en el pasado de la persona para hallar y sanar el origen de este malestar. Y al no trabajar los antecedentes de la persona sus problemas jamás quedan realmente solucionados.

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Reforzando la conducta que deseamos potenciar y castigando la que pretendemos eliminar, tal vez sea posible conseguir avances pasajeros. Sin embargo, a la larga, estos cambios son meramente temporales. Para lograr superar los bloqueos o miedos actuales de una forma definitiva es esencial comprender su origen.

Aprender del pasado

Debemos profundizar en nuestro pasado para comprender los patrones dañinos que seguimos en la actualidad. De lo contrario, tarde o temprano atravesaremos alguna crisis vital que nos forzará a caer, de nuevo, en las actitudes tóxicas que creíamos ya solucionadas. No se trata de hurgar en el pasado para recordar y sufrir, sin más. Se trata de realizar, por pasos, un proceso terapéutico sanador:

  • 1. Conectar con las emociones de las diversas situaciones traumáticas vividas en el pasado. Así lograremos comprender cómo se forjaron los patrones perjudiciales que arrastramos todavía en nuestro presente.
  • 2. Asimilar el hecho de que las circunstancias del pasado ya no son las actuales. Comprenderemos así que aquellos patrones que creamos para sobrevivir en aquellas situaciones adversas hoy en día ya no tienen sentido en nuestra vida.
  • 3. Liberarnos de los patrones tóxicos que creamos antaño para ayudarnos a sobrevivir en aquellas nefastas circunstancias. Podremos hacerlo a medida que conectemos con nuestro pasado y nos comprendamos a nosotros como niños.
  • 4. Sacar conclusiones sobre nuestra vida presente y reforzar nuevos aprendizajes para aplicarlos en nuestro día a día. Así, los cambios introducidos en nuestra vida serán mucho más estables y duraderos que si nos hubiéramos centrado, únicamente, y sin haber tenido en cuenta nuestro pasado, en forzar una modificación de conducta.

El caso de Olga y su baja autoestima

Recibo con frecuencia en mi consulta a personas que no han logrado solucionar sus problemas tras haber pasado por una (o varias) terapias centradas en los síntomas y que no trabajan su origen en el pasado.

Fue el caso de Olga, quien, a pesar de haber acudido a la consulta de tres psicólogos antes de contactar conmigo, no había conseguido superar su grave problema de bajísima autoestima.

La joven lograba pequeñas mejoras siguiendo los ejercicios que le proponían pero, a la hora de la verdad, cuando tenía que enfrentarse a situaciones que suponían un reto para ella (como hablar en público, defenderse o pedirle un aumento a su jefe), sus bloqueos volvían a aparecer automáticamente.

Todos los psicólogos a los que había consultado le decían que no servía de nada mirar al pasado. Que debía centrarse en mejorar en el presente sus habilidades sociales y su actitud ante la vida. Sin embargo, a pesar de haber conseguido pequeños avances, Olga sentía que aún le faltaba mucho para sentirse todo lo fuerte y segura que ella deseaba.

A lo largo de sus sesiones en mi consulta, Olga fue repasando diferentes episodios de su vida relacionados con su baja autoestima. No recordaba haberse sentido querida en casa. Su padre pasaba largas temporadas fuera y, cuando estaba presente, apenas le hacía caso. A su vez, su madre siempre estaba regañándola y echándole en cara cada error que cometía.

Enfadada con la vida, frustrada por la mala relación que tenía con su pareja, la pequeña Olga era el chivo expiatorio perfecto para desatar, bajo cualquier pretexto, la ira materna. Con el paso de los años, Olga terminó por creer, como le hacía ver a diario su madre, que realmente tenía un grave problema dentro de ella y que, además, era tonta y torpe.

La niña se fue encerrando en sí misma, dejó de protestar por lo que no le gustaba y acabó dejando que los demás decidieran todo por ella.

Gracias a su trabajo en terapia, comprendiendo su pasado, Olga pudo vislumbrar la enorme influencia que su infancia tuvo sobre su autoestima. La joven se percató de que la visión tan negativa que tenía sobre ella misma procedía de la toxicidad de sus padres.

Después de realizar un esfuerzo y un trabajo terapéutico, pudo conectar con su auténtico yo y reunir la autoestima necesaria para cuestionar todos los mensajes negativos que había recibido a lo largo de toda su vida.

Tras esta toma de conciencia, Olga comenzó a apreciarse sin filtros, aceptándose tal y como era. Dejó de importarle la opinión de los demás y comenzó a regirse por lo que a ella le apetecía hacer en cada momento.

Poco a poco, fue ganando confianza en sí misma y empezó a planificar su futuro, el que ella realmente quería.

Realizando este trabajo de conexión y comprensión podemos mirar hacia el futuro con una nueva perspectiva mucho más libre y auténtica, tomar nuestras propias decisiones y proyectar, sin los condicionamientos del pasado, lo que realmente deseamos para nuestras vidas.