La empatía, la capacidad de ponernos en la piel de otra persona, es el fundamento de las relaciones interpersonales. Es clave para el bienestar personal y para el bien común.

La empatía nos permite intuir qué siente y piensa el otro, sentirlo y pensarlo nosotros mismos y responder de manera solidaria.

Actuar con empatía es...

  • Mirar a la persona: sus ojos, sus gestos. No quedarse meramente en lo que dicen sus palabras. Oírlas verdaderamente, escuchando el sentir que late detrás de ellas. La clave de la empatía emocional es adentrarse en los sentimientos y las motivaciones de la otra persona.
  • Compartir un interés sincero por lo que transmite. La falsedad es fácil de detectar. Quien pretenda mostrar empatía sin sentirla de verdad, puede acabar provocando el efecto contrario: que la persona se sienta engañada.
  • Reafirmar lo que la otra persona ha dicho, intentando ser lo más fieles posible, ayuda a que se sienta escuchada (“creo que estás diciendo que…”, “si no me equivoco, creo que sientes que…”).

También se sentirá escuchada si le pedimos que aclare cualquier punto que no acabamos de entender.

  • Ser consciente de los propios sentimientos y opiniones, sin confundirlos con los suyos. Si has de compartir opiniones distintas, exprésalas después de haber intentado entender a la otra persona.
  • Recordar que si estás con personas con problemas de salud física o emocionales, cuanta mayor es la empatía que sientan, mayor será su capacidad de salir adelante.

Existen diferentes tipos de empatía

Un proverbio de los indios norteamericanos decía: “no juzgues a una persona sin haber caminado varios kilómetros con sus mocasines”. Lo de los mocasines no ha de tomarse literalmente, pero está claro que no podemos entender a los demás sin participar de algún modo de su experiencia. Y mejor entenderemos su experiencia cuanta más claridad tengamos sobre la nuestra. Para entender qué sienten los demás, antes necesitamos entender qué sentimos nosotros.

Podemos distinguir tres tipos de empatía, como hace el psicólogo Daniel Goleman en su obra, Focus (Kairós).

  • La empatía cognitiva nos permite entender el estado mental de otra persona, contemplar el mundo desde el marco de su ventana.
  • La empatía emocional, por su parte, nos permite sentir en nuestro propio cuerpo un eco de las emociones que siente otra persona. Está ya muy desarrollada en los bebés, que fácilmente se ponen a llorar cuando oyen llorar a otros, o sonríen cuando les sonreímos.

“Nuestro sistema nervioso está diseñado para experimentar la alegría o la tristeza de otras personas”, escribe Goleman.

  • Ambas, la empatía cognitiva y la empatía emocional, dan fruto en la verdadera virtud social de la empatía, cuando la usamos en beneficio de quienes nos rodean. Es lo que podemos denominar con más precisión solidaridad empática (Goleman la llama empathic concern).

¿Es bueno ser empático?

No hay ética sin empatía, pero la empatía cognitiva y la empatía emocional pueden tener usos no virtuosos si la solidaridad empática está ausente. A su manera, hay criminales que usan la empatía para manipular mejor a sus víctimas, tal como la emplean los publicistas para manipular mejor a las víctimas de sus anuncios.

Por otra parte, los buenos cirujanos bloquean su empatía emocional (no es necesario que sientan el dolor que siente el paciente) en beneficio de la solidaridad empática que está en el fondo de toda práctica médica.

El cultivo de la empatía, por cierto, debería estar más presente en las facultades de medicina.

Una de las quejas más en alza entre los pacientes es la falta de empatía de los médicos. Todos habremos pasado por la desagradable experiencia de estar ante un médico que mira constantemente a la pantalla del ordenador y apenas nos mira a los ojos.

Se ha comprobado que los médicos que se interesan empáticamente por lo que sienten sus pacientes realizan diagnósticos más precisos y efectivos. De hecho, la empatía con los pacientes es para muchos médicos la parte más gratificante de su trabajo.

“La codicia está de baja; la empatía, en alza”. así empieza el libro La edad de la empatía (Tusquets), del primatólogo Frans de Waal, que ha mostrado cómo la empatía forma parte del comportamiento habitual de muchos primates.

La codicia parece haber llegado a su máxima expansión, pero hasta hace pocos años se veía como algo natural, incluso sano. Ahora ya no. Ha perdido su prestigio, y cada vez más voces nos recuerdan que el provecho individual no tiene sentido si no beneficia simultáneamente a la sociedad y al planeta.

Hacia una sociedad empática

Cada vez tenemos más evidencias científicas sobre cómo la empatía y la confianza desempeñan un papel clave en todo tipo de animales sociales, nosotros incluidos.

Nuestra capacidad ética, lejos de ser un artificio caído del cielo, es una continuación de los instintos sociales que compartimos con otros primates, así como con los delfines y los elefantes. Sin embargo, Frans de Waal afirma que el ser humano es un “simio bipolar”, porque somos capaces de ser más altruistas que cualquier otro animal, pero también somos capaces de ser mucho más crueles. Tenemos, como personas, un potencial para lo mejor y para lo peor. Y en la encrucijada actual, nuestra sociedad también puede evolucionar hacia lo mejor o involucionar hacia lo peor.

Como señala el analista de tendencias Jeremy Rifkin, necesitamos un nuevo tipo de civilización, una “civilización empática”.

De hecho, existen notables indicios de que la empatía humana ha ido extendiéndose a través de los siglos. Así, se ha expandido lo que podríamos llamar nuestro horizonte ético: el que abarca a todos aquellos que identificamos como nuestros semejantes.

  • Se han extendido los derechos. En la antigua Atenas, el horizonte ético solo abarcaba a los hombres libres allí nacidos: mujeres, esclavos y forasteros no eran ciudadanos de pleno derecho. Los derechos se han ido extendiendo a todos los ciudadanos y ciudadanas, y en las últimas décadas han cobrado fuerza iniciativas que aspiran a ampliar el horizonte ético más allá de lo humano, afirmando nuestra responsabilidad hacia los animales, los ecosistemas o la tierra entera.
  • La violencia ha ido disminuyendo a través de la historia. Siguen existiendo atrocidades como la tortura y la esclavitud, pero antes se consideraban normales y hoy nadie en su sano juicio es capaz de justificarlas en público. Las actitudes han cambiado.
  • La codicia no está bien vista. En 1922, León Tolstoi se mostraba convencido de que el ser humano del futuro “será una criatura sumamente interesante y atractiva, y de que su psicología será muy distinta de la nuestra”. Incluso un célebre economista como John Maynard Keynes imaginó un futuro en el que el afán de lucro y la codicia serían considerados “inclinaciones semipatológicas”.

Convertirnos en el homo empathicus

Nuestra mejor oportunidad para construir un mundo mejor es transformarnos en lo que Rifkin llama homo empathicus, extendiendo nuestra empatía natural al conjunto de la humanidad y de la biosfera.

Como señalaba hace medio siglo Erich Fromm, “por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical en el corazón humano”. Una nueva sociedad, empática, sabia y solidaria, pugna por nacer. la mayor transformación de nuestra época es la que ha de ocurrir en el corazón humano, la mayor fuente conocida de energía limpia y renovable.

La empatía hace que nos sintamos mal con el sufrimiento de los otros y que intentemos aliviarlo. De esa fuerza natural nace el poder del amor.

Adaptando un ejemplo que ponía hace un siglo el científico finlandés Edvard Westermarck, al igual que no podemos evitar sentir dolor si el fuego nos quema, tampoco podemos evitar sentir solidaridad empática por lo que sienten nuestros amigos. Y no porque nuestros “genes egoístas” inventen enrevesadas artimañas (según querrían complicadas explicaciones materialistas), sino porque la bondad humana es algo espontáneo.