Hay personas que caminan por la calle como si estuvieran a punto de perder el único tren que puede llevarlos de vuelta a casa. Con la urgencia de quien está a punto de dejar escapar lo mejor de su vida. Como si llevasen motores en los pies en lugar de dedos. Y lo hacen incluso si no tienen prisa para llegar a ningún lugar.
Estas personas, que no bajan el ritmo nunca, que llegan siempre los primeros y a quienes amigos y familiares tienen que rogar con la lengua fuera que bajen la velocidad, caminan de esta manera sin darse cuenta.
Y eso es, precisamente, lo interesante. Porque como nos explica la psicóloga Leticia Martín Enjuto, “caminar siempre muy deprisa, incluso cuando no hay una razón clara para hacerlo, es algo que llama la atención tanto en la vida cotidiana como desde la psicología”.
De hecho, la experta asegura que “este comportamiento suele ir mucho más allá de una simple costumbre física”, siendo más bien “un reflejo de cómo una persona se mueve por el mundo y cómo procesa internamente sus emociones y pensamientos”.
Una forma de ser
Los rasgos personales juegan un papel clave en todo aquello que hacemos de manera inconsciente. ¡Incluso el pie con el que nos levantamos de la cama dice mucho de nosotros!
Por ejemplo, nos explica la psicóloga, “uno de los rasgos más evidentes en quienes caminan rápido es una personalidad activa y orientada a metas”. Según asegura la experta, “Estas personas suelen ser enérgicas y decididas, y no les gusta perder el tiempo”.
De cierta forma, su manera de caminar es un reflejo de esta actitud inconformista. “Son de las que siempre tienen un plan en mente y buscan avanzar hacia sus objetivos de manera eficiente, aprovechando cada minuto del día”, asegura la experta.
Otros rasgos de personalidad asociados a esta manera de caminar pueden ser la extroversión y la actitud proactiva.
“A menudo, este ritmo acelerado de andar está vinculado con la extroversión”, nos explica la psicóloga, que añade que “quienes caminan rápido también tienden a ser proactivos y disfrutan de la interacción social”. Son, en definitiva, personas a las que “les resulta natural tomar decisiones con rapidez y adaptarse a los cambios, lo que revela una mente inquieta y siempre en movimiento”.
Por último, añade la psicóloga, “caminar deprisa puede transmitir confianza y seguridad personal”. Y es que en lo personal y en lo laboral, “un paso firme y decidido puede proyectar autoridad y control sobre el entorno, reforzando la percepción de competencia y liderazgo ante los demás”.
Cuando las prisas nunca te abandonan
Frente a esta personalidad activa y extrovertida, existe otro perfil que suele caminar siempre a máxima velocidad. Los del club de la intranquilidad. Y es que, como explica la psicóloga, “este hábito también puede estar relacionado con la impaciencia y la intolerancia a la lentitud”.
De hecho, asegura Martín Enjuto, “no es raro que estas personas se frustren fácilmente ante las demoras, ya sean propias o ajenas, y busquen constantemente la eficiencia en todo lo que hacen, incluso en los pequeños detalles del día a día”.
Si bien la impaciencia puede ser un simple rasgo de personalidad, también puede estar vinculado a la sensación de urgencia. Como nos explica Martín Enjuto, “este comportamiento puede estar vinculado a la creencia de que ‘nunca hay suficiente tiempo’”, algo que se ve con mayor frecuencia en personas “que viven bajo mucha presión o que tienen muchas responsabilidades, lo que puede llevarlas a exigirse demasiado y a tener dificultades para relajarse”.
El ritmo que preocupa
Aunque en muchos casos el ritmo al que caminamos es, sencillamente, un reflejo de nuestros rasgos personales (a veces positivos, a veces negativos), también hay casos en los que puede ser una señal preocupante.
“Desde una mirada más crítica”, continua la psicóloga, “este hábito puede formar parte de la llamada adicción al hacer, donde el valor personal se mide por la productividad y no por el bienestar emocional”. Cuando damos con estos casos, según la experta, “caminar rápido puede ser una forma de evitar conectar con emociones incómodas o con el aburrimiento, lo que a la larga puede derivar en fatiga mental y desgaste emocional”.
De hecho, asegura la psicóloga, hay casos en los que este ritmo frenético puede ser “una manera de canalizar estrés o ansiedad” o de “evadir pensamientos que generan incomodidad”. Como si el “cuerpo encontrara en el movimiento una vía de escape ante la presión interna”.
Lo importante, en todo caso, es “observar el propio ritmo y preguntarse por qué se mantiene ese paso acelerado”, asegura Leticia Martín Enjuto. Porque solo así podremos “entender mejor las propias emociones y necesidades”.
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