La manera en la que nos relacionamos con los demás es un reflejo de cómo funciona nuestra psique. Y en especial sí nos centramos en la forma de hablar. Los gestos, las palabras elegidas y hasta el tono pueden darnos información sobre la persona con la que nos estamos comunicando. Y sí, la cantidad de palabras que es capaz de emitir por minuto también dice mucho del individuo en cuestión.
Hablamos, como no, de aquellas personas que no se callan ni debajo del agua. Que hablan por los codos. Que no se callan ni aunque les pagues. Sabes de quién estamos hablando, lo tienes en la mente, nítido, recuerdas su última verborrea. Y en esta ocasión, la psicóloga Olga Albaladejo explica para Cuerpomente lo que esconde tras estas personas y sus discursos sin final.
¿Una forma de ser?
Aunque en principio hablar mucho o muy rápido puede ser un simple rasgo de personalidad, la experta Olga Albaladejo, autora de Cuentos del Bien-estar, asegura que no siempre se trata de una forma de ser. “Desde la psicología, hablar mucho puede ser una forma de regular las emociones o de protegerse frente a lo que no se sabe gestionar”, expone la psicóloga.
Desde su perspectiva como profesional, hay ocasiones en las que esta forma de comunicarnos es, en realidad, un reflejo de una estrategia inconsciente para lidiar con diferentes circunstancias o emociones. La ansiedad es una de ellas. “Hay personas que, al sentirse nerviosas, hablan sin filtro solo por decir algo”, asegura la experta.
También es habitual hablar mucho en quien busca “evitar conectar con emociones incómodas”, explica Albaladejo, porque “hablar sin pasar impide sentir o reflexionar, y también bloquea al otro”.
Esto último nos llega a la siguiente posible explicación, que es un perfil que intenta “controlar la interacción”, ya que “al no dejar espacios, se reduce el riesgo de que el otro diga algo incómodo o difícil de encajar”. Es posible, en algunos casos, que lo que se busque es en realidad “evitar el silencio, que a menudo se asocia con vacío, incomodidad o rechazo”.
En el peor de los casos, añade la psicóloga, esta verborrea puede llegar a ser un reflejo de que la persona en cuestión “no considera importante lo que el otro tenga que decir”. Estas personas son, dice con buen sentido del humor Albaladejo, “los que ‘solo han venido a hablar de su libro’”.
Por último, es posible que nos encontremos con personas que “nunca fueron escuchadas”, y que ahora hablan sin parar en un intento de “ocupar el lugar que antes les fue negado”.
Dime cuánto escuchas y te diré cómo eres
Es fácil caer en la trampa de juzgar a una persona por lo que dice, y no por lo que hace. Sin embargo, para Olga Albaladejo “la escucha es el espejo del habla”. Y es que, según la experta, dice mucho más de nosotros la forma en la que escuchamos a los demás que lo mucho o poco que hablamos. No hay problema en ser hablador, si sabes escuchar.
En este sentido, la psicóloga diferencia claramente a cuatro tipos de oyentes.
- El que escucha para contestar, y “deja de oír al otro en los primeros segundos de su intervención”.
- El que escucha para resolver o aconsejar, “aunque nadie le haya pedido soluciones”. Esto, destaca Albaladejo, es “muy común en parejas o entre padres e hijos”.
- El que invalida sin querer, al interrumpir la conversación con frases como “eso no es nada, fíjate lo que le pasó a…”. En especial, destaca la psicóloga, estos casos son doloroso cuando “alguien está compartiendo algo personal o de salud”.
- El que escucha para entender. “Por suerte”, explica la psicóloga, “también está quien escucha para entender y hacer sentir al otro acompañado, reconocido y validado”. Esta forma de escuchar “se relaciona con lo que la comunicación no violenta define como escucha empática”, que es “una forma de estar presente sin juicio, sin necesidad de tener la razón ni de dar respuestas inmediatas”. Y es que, asegura Albaladejo, “a veces, lo más reparador es simplemente que alguien nos escuche de verdad”.
Cambiando el paradigma
Si eres una de esas personas que habla sin parar, o conoces a alguien que es así, puedes conseguir corregir esta forma de comunicarte que, en ocasiones, puede hacer sentir mal a los demás. En especial, cuando no se acompaña de una escucha activa.
Para Olga Albaladejo, la clave es entender que “no se trata de hablar menos, sino de hablar mejor”. Y para ello, nos deja estos cuatro consejos.
- Piensa antes de hablar. ¿Qué es lo que quieres decir? ¿Por qué lo dices? ¿Es necesario? ¿Es el momento? Estas preguntas pueden salvarte de meter la pata y acabar hablando de más.
- Escucha con atención real, sin adelantar conclusiones ni interrumpir.
- Tolera el silencio como parte de la comunicación. Porque “no todo debe ser dicho para ser sentido”, explica Albaladejo
- Respeta el espacio del otro. Y hazlo tanto “para hablar como para no hacerlo”.
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