Célebre poeta de la literatura española, Antonio Machado nunca fue un buen estudiante, pero sí un gran lector. Condenado al exilio durante la Guerra Civil Española por sus ideas liberales y su condición de republicano, murió en Colliure (Francia) dejándonos versos tan míticos como su “Caminante, no hay camino: se hace camino al andar”. A continuación puedes disfrutar de 22 poemas célebres que te enamorarán del popular escritor. 

Antonio Machado formó parte del mundo intelectual. Pero eso nadie lo dudaba. Al menos, a nadie le iba a sorprender si así lo decidía, ya que el escritor sevillano nació en el seno de una familia con un activo papel en la vida cultural española.

Uno de sus bisabuelos fue escritor y filósofo, el hermano de su abuela paterna había sido miembro de la Real Academia Española y director de la Biblioteca Nacional, su abuelo paterno desempeñó el cargo de rector en la Universidad de Sevilla, gobernador civil de Sevilla y acabó su carrera como catedrático en la Universidad Central en Madrid, además de fundar algunas revistas, como la Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencia;  y su padre combinó la abogacía, la filosofía y la escritura, pasando a la historia como un referente folclorista que impulsó la recuperación de la cultura popular, especialmente la andaluza.

En definitiva, con estos antecedentes era previsible que Antonio Machado se dedicara a las letras, aunque nunca destacara como estudiante, más bien al contrario, ya que no obtuvo el título de Bachiller hasta los 25 años. Sin embargo, le apasionaba leer, se consideraba autodidacta y acudía casi a diario a la Biblioteca Nacional.

Esta inquietud por el saber decía haberla cultivado en sus primeros años como estudiante en la Institución Libre Enseñanza de Madrid, ciudad a la que se había trasladado toda la familia porque su abuelo, Antonio Machado Núñez, había sido nombrado catedrático de la Universidad Central.

De su época de instituto y universalidad, de Filosofía y Letras, convencional, dijo que “no conservo más huella que una gran aversión a todo lo académico”.

Antonio Machado: poesía, teatro y prosa

Conocido por su poesía, Antonio Machado también fue un gran amante del teatro, llegando a formar parte de la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza en 1896, antes de embarcarse en la aventura de escribir sus propias obras junto a su hermano Manuel Machado. Títulos como Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel (1926), Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928), La Lola se va a los puertos (1929), La prima Fernanda (1931) y La duquesa de Benamejí (1932) se estrenaron en Madrid.

Aun así, Machado fue poeta, uno de los más destacados de aquella Generación del 98 que se preocupaba por la crisis que estaba viviendo en España tras perder sus últimas colonias y que la dejaba en total desventaja frente al avance de Europa. Impregnado por esta realidad, Antonio Machado escribió una de sus obras más importantes, Soledades (1903), con la que se ganaría el reconocimiento de escritores de la talla de Unamuno, y la cual volvería a editar en 1907 bajo el nombre de Soledades. Galerías. Otros poemas.

Su siguiente publicación sería otra de sus obras icónicas, Campos de Castilla (1912). Alejado ya del modernismo e influenciado por su vida en Soria, en este poemario donde utiliza el paisaje castellano como metáfora de sus sentimientos y reflexiona sobre lo pasajero y lo eterno, se encuentra el largo poema romanceado La tierra de Alvargonzález. Cinco años después vería la luz Poesías completas, que recopila ampliaciones de sus libros anteriores, como Campos de Castilla, y en el que ya se pueden leer los famosos versos “Caminante no hay camino: se hace camino al andar” de Proverbios y cantares. Puedes encontrarlos en esta recopilación de 22 poemas célebres que te enamorarán.

En 1924 publicaría Nuevas canciones. Algunos expertos consideran que en estas páginas se observa cierta decadencia de la creatividad del poeta. Y en los años siguientes trabajaría en ampliaciones de su Poesías completas. Habría que esperar a 1937 para poder leer La guerra, un libro ilustrado por su hermano José y en el que combinando prosa y poesía habla de la crudeza del momento bélico que les ha tocado vivir. Esta sería su última publicación en vida.

Francia: principio y fin de Antonio Machado

Francia fue un país importante en la vida de Antonio Machado. El país galo fue amor, pero también odio para el poeta sevillano. Con tan solo 24 años vivió unos meses en París junto a su hermano Manuel. Se ganaban la vida trabajando como traductores para la editorial Garnier, pero también pudieron entrar en contacto con la vida bohemia e intelectual parisina que, evidentemente, influiría en la posterior obra de Machado.

Durante aquellos meses, Antonio Machado descubriría y se fascinaría con las ideas filosóficas de Henri Bergson, además de conocer a reconocidos escritores como Rubén Darío, Pío Baroja o Oscar Wilde.

Sin embargo, las siguientes dos visitas a Francia tendrían el sabor amargo de la muerte como protagonista. La primera fue en 1911, cuando la Junta para Ampliación de Estudios  trasladó al poeta a París para que asistiera a algunos cursos en el Collège de France. En ese tiempo también aprovecharía para acudir a alguna conferencia de su admirado Henri Bergson y para escribir, pero todo se trunca cuando su mujer, la joven Leonor, enferma de tuberculosis.

Con la ayuda económica de Rubén Darío lograrían regresar a España, a Soria, ciudad en la que se habían conocido y donde habían esperado a que ella cumpliera la mayoría de edad, en aquella época los 15 años, para poder casarse. Su historia de amor solo duraría tres años. Leonor no lograría ganarle la batalla a la tuberculosis y Machado quedaría sumido en una profunda tristeza que reflejaría en sus poemas de la época.

Pero dicen que no hay dos sin tres, y Antonio Machado volvió a Francia para nunca más volver. Cuando a finales de enero de 1939 todo hacía presagiar que los republicanos perderían la guerra civil que se batallaba en España, el poeta sevillano, su hermano José y su madre pusieron rumbo al país vecino para tratar de salvar sus vidas, aunque esto no fuera posible debido a una enfermedad. Madre e hijo pasaron sus últimos días cama con cama en el Hotel Bougnol-Quintana de Collioure. Él, totalmente lúcido. Ella, semiinconsciente.

Antonio Machado murió el 22 de de febrero de 1939 y su madre 3 días después, pero sus restos continúan juntos en el bonito pueblo pesquero francés que los acogió.

Guiomar, su otro gran amor

Revisando sus bolsillos después de fallecer encontraron unas notas: sus últimos versos que decían "Estos días azules y es sol de infancia", un papelito con el Ser o no ser de William Shakespeare y algunas correcciones de un poema a su amada Guiomar: "Se canta lo que se pierde", y es que bajo este pseudónimo se escondía el que fuera otro de sus grandes amores, la poetisa Pilar de Valderrama

Casada, con tres hijos, católica y perteneciente a la alta burguesía madrileña, esta mujer 17 años más joven que Machado se convirtió en la musa del escritor a la que le dedicó numerosos poemas. Mantuvieron un idilio donde la admiración profesional se mezclaba con el amor romántico. Tal era así que muchos consideraban que las intenciones de ella no eran tan puras, apuntando que su interés real era aprovecharse de la habilidad de Machado con la pluma.

No obstante, tras años de encuentros furtivos, el tenso clima político previo al estallido de la guerra truncó su amor. El marido de Pilar decidió trasladar a toda la familia Estoril (Portugal).

Pero en estos 22 poemas célebres que te enamorarán de Antonio Machado encontrarás algunos de los versos que el poeta sevillano le dedicó a su amada Guiomar.

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Proverbios y cantares (Extractos)

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Proverbios y cantares (Extractos) (poema de Antonio Machado)

XXIX

Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino:
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.

XXX

«El que espera desespera»,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.

XXXI

Corazón, ayer sonoro,
¿ya no suena
tu monedilla de oro?
Tu alcancía,
antes que el tiempo la rompa,
¿se irá quedando vacía?
Confiemos
en que no será verdad
nada de lo que sabemos.

Los sueños (poema de Antonio Machado)

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Los sueños (poema de Antonio Machado)

El hada más hermosa ha sonreído
al ver la lumbre de una estrella pálida,
que en hilo suave, blanco y silencioso
se enrosca al huso de su rubia hermana.

Y vuelve a sonreír porque en su rueca
el hilo de los campos se enmaraña.
Tras la tenue cortina de la alcoba
está el jardín envuelto en luz dorada.

La cuna, casi en sombra. El niño duerme.
Dos hadas laboriosas lo acompañan,
hilando de los sueños los sutiles
copos en ruecas de marfil y plata.

Anoche cuando dormía (poema de Antonio Machado)

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Anoche cuando dormía (poema de Antonio Machado)

Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Dí: ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.

Abril florecía (poema de Antonio Machado)

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Abril florecía (poema de Antonio Machado)

Abril florecía
frente a mi ventana.
Entre los jazmines
y las rosas blancas
de un balcón florido
vi las dos hermanas.
La menor cosía;
la mayor hilaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas,
la más pequeñita,
risueña y rosada
—su aguja en el aire—,
miró a mi ventana.
La mayor seguía,
silenciosa y pálida,
el huso en su rueca
que el lino enroscaba.
Abril florecía
frente a mi ventana.
Una clara tarde
la mayor lloraba
entre los jazmines
y las rosas blancas,
y ante el blanco lino
que en su rueca hilaba.
—¿Qué tienes—le dije—,
silenciosa pálida?
Señaló el vestido
que empezó la hermana.
En la negra túnica
la aguja brillaba;
sobre el blanco velo,
el dedal de plata.
Señaló la tarde
de abril que soñaba,
mientras que se oía
tañer de campanas.
Y en la clara tarde
me enseñó sus lágrimas...
Abril florecía
Frente a mi ventana.
Fue otro abril alegre
y otra tarde plácida.
El balcón florido
solitario estaba...
Ni la pequeñita
risueña y rosada,
ni la hermana triste,
silenciosa y pálida,
ni la negra túnica,
ni la toca blanca...
Tan sólo en el huso
el lino giraba
por mano invisible,
y en la oscura sala
la luna del limpio
espejo brillaba...
Entre los jazmines
y las rosas blancas
del balcón florido
me miré en la clara
luna del espejo
que lejos soñaba...
Abril florecía
frente a mí ventana.

Inventario galante (poema de Antonio Machado)

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Inventario galante (poema de Antonio Machado)

Tus ojos me recuerdan
las noches de verano
negras noches sin luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.

Tu hermana es clara y débil
como los juncos lánguidos,
como los sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre los pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano.

De tu morena gracia,
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.

Para tu linda hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a los almendros blancos,
en un tranquilo y triste
alborear de marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu linda hermana
yo haré un ramito blanco.

Canciones a Guiomar (poema de Antonio Machado)

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Canciones a Guiomar (poema de Antonio Machado)

I

No sabía

si era un limón amarillo

lo que tu mano tenía,

o el hilo de un claro día,

Guiomar, en dorado ovillo.

Tu boca me sonreía.

Yo pregunté: ¿Qué me ofreces?

¿Tiempo en fruto, que tu mano

eligió entre madureces

de tu huerta?

¿Tiempo vano

de una bella tarde yerta?

¿Dorada esencia encantada?

¿Copla en el agua dormida?
¿De monte en monte encendida,
la alborada
verdadera?
¿Rompe en sus turbios espejos
amor la devanadera
de sus crepúsculos viejos?

II

En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.

Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.

En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño -juntos estamos-
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.

(Uno: Mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: No puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer.)

*

Por ti la mar ensaya olas y espumas,
y el iris, sobre el monte, otros colores,
y el faisán de la aurora canto y plumas,
y el búho de Minerva ojos mayores.
Por ti, ¡oh Guiomar!...

III

Tu poeta
piensa en ti. La lejanía
es de limón y violeta,
verde el campo todavía
Conmigo vienes Guiomar;
nos sorbe la serranía.
De encinar en encinar
se va fatigando el día.
El tren devora y devora
día y riel. La retama
pasa en sombra; se desdora
el oro del Guadarrama.
Porque una diosa y su amante
huyen juntos, jadente,
los sigue la luna llena.
El tren se esconde y resuena
dentro de un monte gigante.
Campos yermos, cielo alto.
Tras los montes de granito
y otros monte de basalto,
ya es la mar y el infinito.
Juntos vamos; libres somos.
Aunque el Dios, como en el cuento
fiero rey, cabalgue a lomos
del mejor corcel del viento,
aunque nos jure violento,
su venganza,
aunque ensille el pensamiento,
libre amor, nadie lo alcanza.

*

Hoy te escribo en mi celda de viajero,
a la hora de una cita imaginaria.
Rompe el iris al aire el aguacero,
y al monte su tristeza planetaria.
Sol y campanas en la vieja torre.
¡Oh tarde viva y quieta
que opuso al ''panta rhei'' su ''nada corre'',
tarde niña que amaba a su poeta!
¡Y día adolescente
-ojos claros y músculos morenos-,
cuando pensaste a amor, junto a la fuente,
besar tus labios y apresar tus senos!
Todo a esta luz de abril se transparenta;
todo en el hoy de ayer, el Todavía
que en sus maduras horas
el tiempo canta y cuenta,
se funde en una sola melodía,
que es un coro de tardes y de auroras.
A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.

Consejos (poema de Antonio Machado)

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Consejos (poema de Antonio Machado)

I

Este amor que quiere ser
acaso pronto será;
pero ¿cuándo ha de volver
lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer.
¡Ayer es Nunca jamás!

II

Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da.

La Saeta (poema de Antonio Machado)

¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Saeta popular

¡Oh la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

Noche de verano (poema de Antonio Machado)

Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cénit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma.

Amanecer de otoño (poema de Antonio Machado)

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas,jarales.

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor:
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.

Españolito que vienes al mundo (poema de Antonio Machado)

Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.

Retrato (poema de Antonio Machado)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Cante hondo (poema de Antonio Machado)

Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la tristeza,
cuando llegó a mi oído,
por la ventana de mi estancia, abierta

a una caliente noche de verano,
el plañir de una copia soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos
de las músicas magas de mi tierra.

... Y era el Amor, como una roja llama...
¿Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro
que se trocaba en surtidor de estrellas?

... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,
el paso largo, torva y esquelética.
¿Tal cuando yo era niño la soñaba?

Y en la guitarra, resonante y trémula,
la brusca mano, al golpear, fingía
el reposar de un ataúd en tierra.

Y era un plañido solitario el soplo
que el polvo barre y la ceniza avienta.

Desnuda está la tierra (poema de Antonio Machado)

Desnuda está la tierra, 
y el alma aúlla al horizonte pálido 
como lobo famélica. ¿Qué buscas, 
poeta, en el ocaso? 

Amargo caminar, porque el camino 
pesa en el corazón. ¡El viento helado, 
y la noche que llega, y la amargura 
de la distancia!... En el camino blanco 

algunos yertos árboles negrean; 
en los montes lejanos hay oros y sangre... El sol murió... 
¿Qué buscas, poeta, en el ocaso?

La luna, la sombra y el bufón (poema de Antonio Machado)

I

Fuera, la luna platea
cúpulas, torres, tejados;
dentro, mi sombra pasea
por los muros encalados.
Con esta luna parece
que hasta la sombra envejece.
Ahorremos la serenata
de una cenestesia ingrata,
y una vejez intranquila,
y una luna de hojalata.<
Cierra tu balcón, Lucila.

II

Se pinta panza y joroba
en la pared de mi alcoba.
Canta el bufón:
¡Qué bien van,
en un rostro de cartón,
unas barbas de azafrán!
Lucila, cierra el balcón.

Mariposa de la sierra (poema de Antonio Machado)

¿No eres tú mariposa
el alma de estas tierras solitarias
de sus barrancos hondos
y de sus cumbres agrias?
Para que tú nacieras
con su barita mágica
a las tormentas de la piedra, un día,
mandó callar un hada,
y encadenó los montes,
para que tú volaras.
Anaranjada y negra
morenita y dorada,
mariposa montés, sobre el romero
plegadas las alillas o, voltarias,
jugando con el sol
crucificadas.
¡Mariposa montés y campesina
mariposa serrana,
nadie ha pintando tu color; tú vives
tu color y tus alas
en el aire, en el sol, sobre el romero,
tan libre, tan salada!….
Que Juan Ramón Jiménez
pulse por ti su lira franciscana.

Dedicado a Juan Ramón Jimenez  por su libro Platero y yo

Poema de un día. Meditaciones de un pueblo (poema de Antonio Machado)

Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber,
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y manchego.

Invierno. Cerca del fuego.
Fuera llueve un agua fina,
que ora se trueca en neblina,
ora se torna aguanieve.

Fantástico labrador,
pienso en los campos.¡Señor
qué bien haces!  Llueve, llueve
tu agua constante y menuda
sobre alcaceles y habares,
tu agua muda,
en viñedos y olivares.

Te bendecirán conmigo
los sembradores del trigo;
los que viven de coger
la aceituna;
los que esperan la fortuna
de comer;
los que hogaño,
como antaño,
tienen toda su moneda
en la rueda,
traidora rueda del año.

¡Llueve, llueve; tu neblina
que se torne en aguanieve,
y otra vez en agua fina!

¡Llueve, Señor, llueve, llueve!

 En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y medito.

               Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic—tic, olvidado
por repetido, golpea.

Tic—tic, tic—tic... Ya te he oído.
Tic—tic, tic—tic... Siempre igual,
monótono y aburrido.

Tic—tic, tic—tic, el latido
de un corazón de metal.

En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo?  No.

En estos pueblos se lucha
sin tregua con el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.

Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?

(Tic—tic, tic—tic...) Era un día
(Tic—tic, tic—tic) que pasó,
y lo que yo más quería
la muerte se lo llevó.

 Lejos suena un clamoreo
de campanas...

Arrecia el repiqueteo
de la lluvia en las ventanas.

Fantástico labrador,
vuelvo a mis campos. ¡Señor,
cuánto te bendecirán
los sembradores del pan!

Señor, ¿no es tu lluvia ley,
en los campos que ara el buey,
y en los palacios del rey?

¡Oh, agua buena, deja vida
en tu huida!

¡Oh, tú, que vas gota a gota,
fuente a fuente y río a río,
como este tiempo de hastío
corriendo a la mar remota,
en cuanto quiere nacer,
cuanto espera
florecer
al sol de la primavera,
sé piadosa,
que mañana
serás espiga temprana,
prado verde, carne rosa,
y más: razón y locura
y amargura
de querer y no poder
creer, creer y creer!

 Anochece;
el hilo de la bombilla
se enrojece,
luego brilla,
resplandece
poco más que una cerilla.

Dios sabe dónde andarán
mis gafas... entre librotes
revistas y papelotes,
¿quién las encuentra?... Aquí están.

Libros nuevos. Abro uno
de Unamuno.

¡Oh, el dilecto,
predilecto
de esta España que se agita,
porque nace o resucita!

Siempre te ha sido, ¡oh Rector
de Salamanca!, leal
este humilde profesor
de un instituto rural.

Esa tu filosofía
que llamas diletantesca,
voltaria y funambulesca,
gran don Miguel, es la mía.

Agua del buen manantial,
siempre viva,
fugitiva;
poesía, cosa cordial.

¿Constructora?

—No hay cimiento
ni en el alma ni en el viento—.

Bogadora,
marinera,
hacia la mar sin ribera.

Enrique Bergson: Los datos
inmediatos
de la conciencia. ¿Esto es
otro embeleco francés?

Este Bergson es un tuno;
¿verdad, maestro Unamuno?

Bergson no da como aquel

Immanuel
el volatín inmortal;
este endiablado judío
ha hallado el libre albedrío
dentro de su mechinal.

No está mal;
cada sabio, su problema,
y cada loco, su tema.

Algo importa
que en la vida mala y corta
que llevamos
libres o siervos seamos:
mas, si vamos
a la mar,
lo mismo nos ha de dar.

¡Oh, estos pueblos!  Reflexiones,
lecturas y acotaciones
pronto dan en lo que son:
bostezos de Salomón.

¿Todo es
soledad de soledades.
vanidad de vanidades,
que dijo el Eciesiastés?

Mi paraguas, mi sombrero,
mi gabán... El aguacero
amaina... Vámonos, pues.

 Es de noche. Se platica
al fondo de una botica.

—Yo no sé,
don José,
cómo son los liberales
tan perros, tan inmorales.

—¡Oh, tranquilícese usté!
Pasados los carnavales,
vendrán los conservadores,
buenos administradores
de su casa.

Todo llega y todo pasa.
Nada eterno:
ni gobierno
que perdure,
ni mal que cien años dure.

��Tras estos tiempos vendrán
otros tiempos y otros y otros,
y lo mismo que nosotros
otros se jorobarán.

Así es la vida, don Juan.

—Es verdad, así es la vida.
—La cebada está crecida.
—Con estas lluvias...
                   Y van
las habas que es un primor.
—Cierto; para marzo, en flor.
Pero la escarcha, los hielos...
—Y, además, los olivares
están pidiendo a los cielos
aguas a torrentes.
                  —A mares.

¡Las fatigas, los sudores
que pasan los labradores!

En otro tiempo...
                 Llovía
también cuando Dios quería.

—Hasta mañana, señores.
 Tic—tic, tic—tic... Ya pasó
un día como otro día,
dice la monotonía
del reloj.

 Sobre mi mesa Los datos
de la conciencia, inmediatos.

No está mal
este yo fundamental,
contingente y libre, a ratos,
creativo, original;
este yo que vive y siente
dentro la carne mortal
¡ay! por saltar impaciente
las bardas de su corral.

 

Los olivos (poema de Antonio Machado)

I

¡Viejos olivos sedientos
bajo el claro sol del día,
olivares polvorientos
del campo de Andahicía!
¡El campo andaluz, peinado
por el sol canicular,
de loma en loma rayado
de olivar y de olivar!
Son las tierras
soleadas,
anchas lomas, lueñes sierras
de olivares recamadas.
Mil senderos. Con sus machos,
abrumados de capachos,
van gañanes y arrieros.
¡De la venta del camino
a la puerta, soplan vino
trabucaires bandoleros!
¡Olivares y olivares
de loma en loma prendidos
cual bordados alamares!
¡Olivares coloridos
de una tarde anaranjada;
olivares rebruñidos
bajo la luna argentada!
¡Olivares centellados
en las tardes cenicientas,
bajo los cielos preñados
de tormentas!...
Olivares, Dios os dé
los eneros
de aguaceros,
los agostos de agua al pie,
los vientos primaverales,
vuestras flores racimadas;
y las lluvias otoñales
vuestras olivas moradas.
Olivar, por cien caminos,
tus olivitas irán
caminando a cien molinos.
Ya darán
trabajo en las alquerías
a gañanes y braceros,
¡oh buenas frentes sombrías
bajo los anchos sombreros!...
¡Olivar y olivareros,
bosque y raza,
campo y plaza
de los fieles al terruño
y al arado y al molino,
de los que muestran el puño
al destino,
los benditos labradores,
los bandidos caballeros,
los señores
devotos y matuteros!...
¡Ciudades y caseríos
en la margen de los ríos,
en los pliegues de la sierra!...
¡Venga Dios a los hogares
y a las almas de esta tierra
de olivares y olivares!

II

A dos leguas de Úbeda, la Torre
de Pero Gil, bajo este sol de fuego,
triste burgo de España. El coche rueda
entre grises olivos polvorientos.
Allá, el castillo heroico.
En la plaza, mendigos y chicuelos:
una orgía de harapos...
Pasamos frente al atrio del convento
de la Misericordia.
¡Los blancos muros, los cipreses negros!
¡Agria melancolía
como asperón de hierro
que raspa el corazón! ¡Amurallada
piedad, erguida en este basurero!...
Esta casa de Dios, decid hermanos,
esta casa de Dios, ¿qué guarda dentro?
Y ese pálido joven,
asombrado y atento,
que parece mirarnos con la boca,
será el loco del pueblo,
de quien se dice: es Lucas,
Blas o Ginés, el tonto que tenemos.
Seguimos. Olivares. Los olivos
están en flor. El carricoche lento,
al paso de dos pencos matalones,
camina hacia Peal. Campos ubérrimos.
La tierra da lo suyo; el sol trabaja;
el hombre es para el suelo:
genera, siembra y labra
y su fatiga unce la tierra al cielo.
Nosotros enturbiamos
la fuente de la vida, el sol primero,
con nuestros ojos tristes,
con nuestro amargo rezo,
con nuestra mano ociosa,
con nuestro pensamiento
?se engendra en el pecado,
se vive en el dolor. ¡Dios está lejos!?.
Esta piedad erguida
sobre este burgo sórdido, sobre este basurero,
esta casa de Dios, decid, oh santos
cañones de von Kluck, ¿qué guarda dentro?

Yo voy soñando caminos (poema de Antonio Machado)

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…

¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero…
—La tarde cayendo está—.

En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.

Jardín (poema de Antonio Machado)

Lejos de tu jardín quema la tarde
inciensos de oro en purpurinas llamas,
tras el bosque de cobre y de ceniza.
En tu jardín hay dalias.
¡Malhaya tu jardín!... Hoy me parece
la obra de un peluquero,
con esa pobre palmerilla enana,
y ese cuadro de mirtos recortados...
y el naranjito en su tonel... El agua
de la fuente de piedra
no cesa de reír sobre la concha blanca.

Horizonte (poema de Antonio Machado)

En una tarde clara y amplia como el hastío,
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.

La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,

era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura...
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.

El loco (poema de Antonio Machado)

Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesta su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
Huye de la ciudad... Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
?rojo de herrumbre y pardo de ceniza?
hay un sueño de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
?¡carne triste y espíritu villano!?.
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.