El estoicismo es muchas cosas, pero no lo que tantos imaginamos. El estoicismo no tiene que ver con ducharse con agua fría a las 5 de la mañana, emprender con mano dura, dejar de sentir emociones o dedicarnos a negar lo que sentimos. No, el estoicismo es mucho más que eso. Esto es lo que se ha propuesto demostrar el catedrático de la Universidad de Texas Ward Farnsworth, que en el Estoico practicante (Sirio) recoge milenios de sabiduría para enseñarnos, de una vez por todas, qué es el estoicismo y cómo debemos convertirlo en una práctica diaria.
Porque sí, para Farnsworth el estoicismo no es solo teoría, es algo que debemos aplicar en nuestra rutina, algo que practicar cada día. Como si se tratase, como lo fue en su día, una escuela a la que acudir no solo cuando estamos perdidos, sino también para forjar el carácter y la virtud. Esta, según los estoicos, era la clave de la felicidad. Y para alcanzarla, estas son las doce lecciones que el filósofo de Texas nos da en su libro.
Los juicios
La primera enseñanza del estoicismo es tan simple como profunda: no son los hechos los que nos alteran, sino la interpretación que hacemos de ellos. O en palabras de Farnsworth “siempre tenemos la sensación de que reaccionamos a las cosas del mundo; en realidad, reaccionamos a las que hay en nosotros”.
En su libro, Farnsworth nos explica que, si aprendemos a observar esos juicios con más distancia, podremos evitar caer en emociones automáticas como la rabia, la vergüenza o el miedo. No se trata de ignorar lo que sentimos, sino de comprender qué pensamiento lo provoca y si realmente merece la pena ocupar tanto espacio en nuestra mente.
Lo externo
Los estoicos diferenciaban con precisión entre lo que depende de nosotros y lo que no. Es decir, cultivaban una actitud desapegada, si entendemos que “desapego significa, además no permitir que la felicidad dependa de conseguir, o evitar, cosas externas”, como nos explica Farnsworth.
Nuestros pensamientos, decisiones y actitudes están bajo nuestro control. En cambio, la salud, el clima o las opiniones ajenas no lo están. En lugar de desperdiciar energía preocupándonos por lo externo, lo que deberíamos hacer es centrarla en mejorar nuestro mundo interior.
Perspectiva
“Nos asomamos al mundo desde nuestro interior, y en cada momento percibimos las cosas en referencia a nosotros; nos olvidamos o no somos conscientes, de lo insignificante o efímeros que son nuestros juicios”, nos explica Farnsworth. Es por eso que una de las herramientas más útiles que nos plantea el escritor pasa, precisamente, por hacer un cambio de perspectiva que nos permita luchar contra la efimeridad de nuestros juicios.
Para ello, explica Farnsworth, los estoicos se valían de dos recursos. Uno analítico, “valerse de la realidad para desmontar lo externo y mostrar su verdadera naturaleza”, y otro intuitivo, “observar el mundo desde un punto de vista que puede producir un cambio automático en nuestra forma de verlo”. Los estoicos nos animan, por tanto, a adoptar una mirada más amplia por naturaleza, para reducir el impacto emocional de los eventos que nos acontecen.
La muerte
La muerte es, nos explica Farnsworth, “el acontecimiento más aterrador al que la mente ha de enfrentarse”. Pero desde la practicidad estoica no podemos negar que “siendo tan difícil comprender la muerte con precisión, es irracional la actitud habitual que se tiene hacia ella”. O lo que es lo mismo, no debería ser causa de nuestras angustias.
En lugar de temerla, nos dice el escritor, debemos contemplar la muerte para aprender a aceptarla. No es un acto morboso, sino liberador. Cuando dejamos de comportarnos como si fuéramos inmortales, empezamos a aprovechar mejor cada día y a dar menos peso a las preocupaciones banales.
El deseo
Séneca, nos explica Farnsworth, llegó a la acertada conclusión de que la mente humana tiene una tendencia clara en lo que respecta al deseo: “que lo que más deseamos es aquello que no tenemos o no podemos temer; que ambicionar algo es más placentero que poseerlo; que la posesión de un bien y la familiaridad con él tienden a provocar indiferencia o fastidio; que tasamos mal el valor de lo que tenemos, o de lo que no tenemos, porque lo comparamos con nuestras expectativas o con las posesiones de otros”.
Como relacionarnos, entonces, de forma más saludable con el deseo. El estoicismo no nos dice que suprimamos el deseo, eso sería una locura, sino que lo observemos y elijamos cuáles de todas nuestras ambiciones merece realmente nuestra atención. Porque como nos recuerda el autor, no hay mayor libertad que necesitar poco. Cuando aprendemos a desear con sabiduría, dejamos de vivir en tensión constante y nos acercamos a una forma de paz mucho más estable que la que ofrecen los impulsos momentáneos.
La riqueza y el placer
Si hablamos de deseo, es inevitable llegar a dos de las tentaciones que más atraen al ser humano, que son la riqueza y el placer.
Sobre esta primera, nos dice Farnsworth, los estoicos pensaban que “nuestra fascinación por el dinero y las posesiones nos convierte generalmente en seres ridículos”. En cuanto al placer, reconoce, podría aplicársele la misma reprimenda. “Lo sobrevaloramos, e infravaloramos el coste de intentar obtenerlos. El placer y el dolor constituyen un ciclo; son inseparables, y hay que abordarlos juntos”.
Lo esencial, según esta lección, es no poder nuestra felicidad en cosas que podamos perder. La vida buena no se mide en lujos, sino en coherencia. Actuar conforme a nuestros valores, incluso cuando el mundo no premie ese camino
Lo que piensan los demás
“En la base del estoicismo está la voluntad de percibir la verdad de las cosas”, nos explica Farnsworth en su libro. Por eso, una de sus enseñanzas es “el desprecio por la conformidad, por la opinión de la mayoría, por el hábito de pensar en la opinión de los demás a la hora de decidir o hacer algo”.
Y es que, como nos explica, buena parte de lo que sucede, se dice y se hace en nuestro mundo, “es producto de la convención. Esta tiene una gran fuerza en nuestras vidas, “no es fácil resistirse a ella, sabiendo que comportarnos de acuerdo con lo que los demás esperan les hará pensar bien de nosotros, mientras que desviarnos de ella significa exponernos a que nos castiguen de inmediato aquellos que se siente más cómodos diciendo, haciendo y asegurándose de cumplir con lo establecido”.
Solo cuando aprendemos a confiar en nuestro propio criterio, y a actuar con rectitud, alcanzamos una forma de independencia emocional que no depende de aplausos ni de likes. Y esa es la verdadera senda del estoico.
Valoración
Valorar en su justa medida lo que acontece en nuestra vida es esencial para vivir según el estoicismo. Y como dice Farnsworth, nosotros tendemos a “infravalorar el presente, infravalorar el tiempo en general y otros bienes intangibles, a la vez que nos sobrevaloramos a nosotros mismos y juzgamos mal a los demás, por ver en ellos nuestros defectos”.
Farnsworth nos plantea, de esta forma, una pregunta clave. ¿Qué valoras en los demás? ¿Y qué desprecias en los demás? Es muy probable que estas respuestas te hablen más de ti misma que del otro, y por supuesto, no tendrán que ver con su coche o su cuenta bancaria, sino con su forma de estar en el mundo. Y esa misma vara de medir, deberíamos aplicarla sobre nosotros mismos.
La emoción
Los estoicos, lejos de lo que podríamos imaginar, no despreciaban los sentimientos. Aunque como nos advierte Farnsworth, si qué nos proponen “evitara ciertas variedades de sentimientos, en especial aquellos que se desbocan y adoptan forma de lo que podríamos llamar emoción”. Es decir, aquellas emociones que surgen sin filtro, que se apoderan de nosotros y nos arrastran hacia reacciones desproporcionadas.
La filosofía estoica propone una forma de vivir más pacífica, en la que cultivamos una relación lúcida con nuestras emociones. La tristeza, el enfado o la ansiedad no deben reprimirse, pero sí observarse, analizarse y, con práctica, transformarse. Porque lo que nos desequilibra no es sentir, sino no entender lo que sentimos.
La adversidad
Las adversidades llegan tarde o temprano en la vida, nos explica Farnsworth, y el objetivo estoico es “aceptar el revés sin sobresaltos y convertirlo en materia prima para la creación de cosas más trascendentales”.
Es decir, no se trata de evitar el dolor, sino de usarlo como herramienta de crecimiento. Solo cuando dejamos de resistirnos a lo que no podemos cambiar y empezamos a usarlo a nuestro favor, algo dentro de nosotros se transforma. Lo que antes nos destruía, ahora nos moldea. Y la adversidad deja de ser solo un reto, para convertirse en la oportunidad de probarnos, de pulir lo que somos y de vivir con más sentido.
La virtud
“La virtud es el resultado natural de hacer un uso adecuado de la razón; la razón es el don que claramente diferencia a los seres humanos de los animales, y por tanto el propósito de la vida humana debe encontrarse en ella”, escribe Farnsworth. Y es que, para los estoicos, vivir con virtud no es una elección moral cualquiera, es el único camino posible hasta la verdadera felicidad.
La virtud, que se construye con sabiduría, justicia, valentía y templanza, no depende jamás de lo externo. Podemos practicarla tanto en el éxito como en la derrota, en la riqueza y en la escasez. Por eso es el único tesoro que nadie puede robarnos, por eso es la única fuente verdadera de felicidad.
Aprendizaje
Para acabar, Farnsworth nos recuerda que entender todas estas grandes lecciones no servirá de nada si no pasamos a la práctica. “El estoicismo es, entre otras, cosas un régimen de entrenamiento mental”, escribe en el último capítulo de su libro. Y como cualquier disciplina, requiere constancia, humildad y tiempo.
No se trata de ser perfectos, sino de mejorar un poco cada día. De observarnos, de aprender de nuestros errores y de aplicar estas ideas cuando más las necesitamos. Porque el estoicismo no es un ideal lejano, es una forma realista de vivir con fortaleza, libertad y sentido.
Si te ha interesado este artículo y te gustaría recibir más sobre estilo de vida saludable, únete al canal de WhatsApp de Cuerpomente.