El derecho a la felicidad está recogido por la constitución de varias naciones y por la Organización de las Naciones Unidas, que designó el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad. ¿Se puede afirmar que todos los seres humanos tienen derecho a ser felices? De forma irreflexiva podemos decir que sí, pero ¿verdaderamente un asesino o un violador tienen ese derecho? ¿No se podría decir que su felicidad constituiría un agravio a las víctimas y una ofensa a la sociedad?
El filósofo alemán Immanuel Kant sostenía que la felicidad no es un derecho, sino algo que nos debemos merecer. Solo nos ganamos el derecho a ser felices cuando obramos éticamente. Lo cierto es que los malvados no suelen ser felices. Hitler o Stalin nunca sonríen en las fotografías. Dominados por sus demonios interiores, sus gestos transmiten insatisfacción, rabia o hastío.
¿Ética significa felicidad?
Por el contrario, Nelson Mandela, pese a su largo cautiverio, sonreía sin parar, desprendía alegría.
Una vida ética es una vida feliz. Asociamos la dicha a placeres elementales y efímeros, pero la verdadera felicidad, la que despunta incluso en las circunstancias más aciagas, procede de la conciencia de haber hecho lo correcto.
Anne Frank vivió escondida con su familia en la "casa de atrás", angustiada por el miedo de ser descubierta por los nazis, pero en sus diarios no circulan la tristeza o el despecho, sino la pasión por vivir. Su determinación era no odiar, no dejarse llevar por la ira o el desdén. Su equilibrio, su calma y sentido de la justicia constituyen un ejemplo de lo que es vivir éticamente.
Por suerte, hoy en día la historia, al menos la de los que vivimos en países desarrollados, no es tan despiadada, lo cual no significa que muchas personas no soporten desgracias como la soledad, la pobreza o los estragos de la enfermedad.
decidir el camino de cada uno
La vida nos arroja desafíos a diario, obligándonos a elegir entre lo bueno y lo malo.
Cuando Nerón condenó a Séneca a muerte, le prohibió dejar sus bienes a sus amigos, familiares y sirvientes. Sin dejarse intimidar, el filósofo respondió: "Os dejaré lo único que está a mi alcance. El ejemplo de una existencia digna y una muerte afrontada con entereza".
El maestro y médico Janusz Korczak, que asumió el cuidado de los huérfanos del gueto de Varsovia, pudo huir cuando los nazis decidieron deportar a los campos de exterminio a hombres, mujeres y niños, abandonar a sus alumnos, pero prefirió subir a los trenes con ellos, sabiendo que moriría a su lado en Treblinka. Imagino que sufrió, pero creo que su conciencia le proporcionó la paz que infunde saber que podría confortar hasta el final a los niños a su cargo.
DEJAR EL EGO A UN LADO
Vivir éticamente no implica protagonizar gestos heroicos. Es suficiente actuar con ternura, delicadeza y generosidad.
El médico que conforta a sus pacientes, el maestro que ayuda a sus alumnos, los padres que educan a sus hijos sin escatimar esfuerzos, los hijos que cuidan a sus padres mayores, las personas que socorren a los más necesitados o acogen a animales abandonados son perfectos ejemplos de vidas éticas.
Para vivir éticamente solo hace falta amar y, como apunta el doctor Manuel Sans Segarra, postergar ese ego que nos incita a buscar insaciablemente éxito, placer y dinero, sin reparar en las necesidades de los otros.
Hay palabras que no están de moda, pero que no han perdido su inmenso valor: sacrificio, altruismo, abnegación. Pondré tres ejemplos:
- El sacrificio de unos padres que alivian el malestar físico o psíquico de sus hijos.
- El altruismo del desconocido que nos auxilia en la calle si sufrimos un percance.
- La abnegación de los voluntarios que colaboran con una causa humanitaria.
El simple hecho de poner el corazón en nuestro trabajo o de concebir nuestra profesión como un servicio a los demás ya es un triunfo ético.
hallar el sentido de la vida
Las pequeñas cosas pueden ser hazañas silenciosas. Lo ordinario siempre alberga lo extraordinario. El simple hecho de sonreír a la persona a la que cedemos el paso o de oír con atención al que comparte con nosotros sus preocupaciones contribuye a crear un mundo más justo y humano.
El sentido ético de la vida no implica sermonear, censurar o adoctrinar, sino escuchar, acompañar, acariciar. Un ser humano ético no es un moralista estricto, sino una persona indulgente, empática y solidaria. No le cuesta trabajo perdonar y no se deja envenenar por el odio o el rencor.
«Siempre es el momento adecuado para hacer lo correcto», afirmó Martin Luther King. Quizás el signo más característico de la vida ética es el inconformismo. Intentemos que el mundo sea un lugar mejor después de nuestro paso por él, como pidió el jesuita Pedro Arrupe. Ser para los demás es un camino seguro hacia la dicha y la plenitud.