¿Qué necesitamos para ser felices? Es una pregunta difícil de abordar que todos, en algún momento u otro, nos hemos hecho. Porque quizá pensaste que cuando consiguieras ese puesto con el que soñabas, cuando tuvieras pareja, cuando tuvieras tu propia casa o cuando te compraras el coche, serías feliz. Y, sin embargo, al tachar la tarea de la lista de pendientes, la insatisfacción siguió ahí, a tu lado, preguntando “¿y ahora qué?”
Es fácil caer en las trampas cognitivas que nos presenta la falsa felicidad. ¿Seríamos más felices si nos quisieran más? Entonces quizá deberíamos fingir para ser amados. ¿Seríamos más felices si fuéramos más auténticos? Entonces, adiós a los compromisos, abraza la individualidad. ¿Seríamos más felices con menos dinero y más tiempo? Deja tu trabajo, acaba con todo. ¿Seríamos más felices con mayor estabilidad? Esfuérzate, dalo todo por la empresa.
Quizá, como suele suceder en la filosofía, la respuesta sea mucho más compleja de lo que imaginamos.
Necesitamos bienestar
Victoria Camps es una de las muchas filósofas que defienden que la felicidad es algo que debe enseñarse. Aunque eso no quiere decir que exista una fórmula secreta, una píldora, ni una asignatura de la felicidad. La felicidad, asegura, es el resultado de un esfuerzo “personal y colectivo”. En parte era así como lo definía Aristóteles, que hablaba la felicidad como “un esfuerzo constante del individuo”.
Aunque, matiza Camps, debemos tener cuidado con un matiz. “Hacen falta las condiciones básicas, tener satisfechas las necesidades básicas”, explica en su intervención para Aprendemos juntos de BBVA. “Una persona que solo se tiene que preocupar de la propia supervivencia difícilmente será feliz. Esa es una necesidad, una condición: que las instituciones públicas y los estados garanticen esas condiciones”.
Cubiertas estas necesidades, comienza la verdadera tarea. Una que, insiste, debe hacerse desde lo individual, pero también desde lo colectivo.
Un esfuerzo colectivo
Si la felicidad es algo que se debe enseñar, es al mismo tiempo algo que debe preocuparnos de forma colectiva. Es decir, que en la educación nos deben enseñar, explica Camps, “a saber distinguir lo que vale la pena de lo que no vale la pena, lo que merece un esfuerzo de lo que no merece un esfuerzo, lo que merece una lágrima de lo que no merece una lágrima”.
De forma instintiva, no sabemos hacerlo, por lo que el aprendizaje depende, en buena medida, del colectivo. Deberíamos esforzarnos, asegura, en enseñar lo que ella llama “el gobierno de las emociones”. Es decir, “saber gobernar los sentimientos o convertir las emociones en sentimientos que deben ser cultivados, o que no deben ser cultivados, y en qué ocasiones hay que cultivar unos sentimientos, o no”.
Esto, como ves, está lejos de ser una fórmula infalible. Más bien, es una herramienta esencial para lo que Camps considera el verdadero esfuerzo para alcanzar la felicidad que es, en última instancia, individual.
La verdadera autoayuda
Con un autogobierno bien desarrollado, podemos echarnos la mochila a la espalda y comenzar la verdadera búsqueda de la felicidad. Y para ello, nos recuerda Camps, necesitaremos filosofía.
En uno de sus libros, La búsqueda de la felicidad, la filósofa advierte al lector que no debe buscar “fórmulas, ni consignas, ni recetas fáciles para encontrar una cosa que es cuestión de cada uno”. La filosofía, por tanto, sirve en este aspecto como un trampolín. Nos ayuda a reflexionar sobre el tema y a “dar conceptualmente una serie de instrumentos que sirvan de reflexión”. Porque, asegura Camps, “la verdadera autoayuda para la felicidad es la cultura”.
Este concepto tan revelador enlaza con las ideas que otros filósofos repetían, nos explica la catedrática, como Boecio, “que dice que la felicidad la buscamos fuera y está en uno mismo”.
Pero para poder llegar a ese fondo, necesitamos cultura. Camps asegura que “la cultura es un recurso fundamental, si realmente somos capaces de hacer eso que la cultura exige, que es el cultivo de uno mismo a través de la lectura, a través del teatro, a través de la música, del arte… De todo aquello que se ha convertido en un acervo cultural de la humanidad, que siempre tiene algo que decirnos y algo que enseñarnos, y que uno adquiere si no hace el esfuerzo de aprender a adquirirlo”.
Esta reflexión de la filósofa nos lleva de nuevo a lo que, durante siglos, se consideró la cuna de todo el saber: el Oráculo de Delfos. En su puerta, aseguraban los clásicos, podía leerse “Conócete a ti mismo”. Pudiera ser esa la única y verdadera clave para ser felices, conocernos, dominarnos y explorarnos. Y para hacerlo, si hacemos caso de las palabras de Victoria Camps, necesitamos únicamente cultura.
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