¿En qué consiste la felicidad? Por un momento, intenta dar con tu propia respuesta a esta pregunta. Si has pensado en conseguir tus metas, alcanzar ese puesto de trabajo con el que sueñas, sentirte realizada con tus proyectos, comprar una vivienda o encontrar al amor de tu vida, siento decirte que vas en la dirección equivocada. Al menos, eso es lo que Adam Adatto Sandel –filósofo y profesor de Harvard e hijo del famoso pensador Michael J. Sandel– defiende en su libro La felicidad en acción (Debate, 2024).

Esta forma de pensar, nos explica, puede hacer que caigamos en un ciclo infinito de insatisfacción. Una vez cumplida una meta, buscamos raudos la siguiente, sin disfrutar realmente de lo conseguido. Está en la naturaleza humana, asegura, y precisamente por eso, debemos buscar la felicidad en otro lugar. En uno del que la filosofía clásica nos hablaba hace más de 2000 años.

La felicidad escondida

“Ser feliz, en el sentido más profundo, es estar vinculado en una actividad que habla de una narrativa personal, una historia que cohesiona y da dirección a la vida de uno”, explica en su libro en pensador. Pero ojo, porque no está en el fin de esa actividad. Para que nos produzca felicidad, expone Sandel, esta actividad debe estar “inacabada y en proceso de ser aclarada a través de encuentros con lo difícil e inesperado”.

Puede sonar confuso. ¿Cómo es posible que lo que nos haga felices es aquello que está inacabado? Quizá te eches las manos a la cabeza a leerlo, pero con un ejemplo, se disipan la niebla.

Piensa en esa actividad que tenías tantas ganas de hacer. Ese concierto, esas vacaciones, ese plan con tus amigas. Durante las semanas previas al evento, puede que, incluso durante meses antes, sentías ilusión. Esa especie de cosquilleo que anticipa lo bueno. Llegó el día y lo disfrutaste al máximo. Pero cuando se acabó, la felicidad duró a penas unos instantes antes de disiparse. Ya has tachado de tu lista ver a ese artista, hacer ese viaje, conocer esa ciudad. ¿Y ahora qué?

Lo mismo sucede con las metas que requieren de un mayor esfuerzo. Peleas con uñas y dientes para conseguir ese puesto de trabajo, ahorras arduamente para comprarte el coche, dedicas horas de tu tiempo a acabar un proyecto y entonces… Acaba. ¿Y ahora qué?

“Lo celebramos por una noche, disfrutamos del resplandor del logro, pero tarde o temprano, nos encontramos preguntándonos: ¿y ahora qué?”, escribe el filósofo ganador de un premio Leo Strauss.

 

 

¿Y ahora qué?

Si decidiéramos ser extremistas podríamos pensar, “la solución es no ambicionar nada en la vida. No tener objetivos”. Además de imposible, esta idea es absurda. “No hay nada de malo, por supuesto, en perseguir tales objetivos”, explica el autor, siempre cuando entendamos que “incluso el logro de las metas más elevadas trae solo una satisfacción fugaz”.

Entender esto nos permite responder a la eterna pregunta. Enfrentarla y decirle: ahora sigo adelante. La felicidad no debe estar en llegar a la meta, sino en el desarrollo de esta.

“La actividad más significativa, en este sentido, puede implicar dificultades y luchas. A medida que nos dedicamos a ello, podemos sentirnos estresados o perturbados. Y, sin embargo, paradójicamente, podemos ser felices”, escribe Sandle. La felicidad se desarrolla en ese vaivén, en ese esfuerzo continuado. “Podría ser escribir un libro, resolver un problema o simplemente tratar de entender a un amigo en una conversación”, continua el autor. “El significado de estas actividades y la alegría que nos aportan es inseparable del proceso de resistencia y superación”.

Para él, de hecho, esta felicidad se encuentra en el deporte. De hecho, tiene el récord Guinness de mayor número de flexiones en un minuto.  Así lo explica también en su libro, en el que escribe “al final de una serie de flexiones, me arden los brazos y mis dedos comienzan a entumecerse de fatiga mientras aprieto la barra. Y, sin embargo, en ese momento, estoy intensamente comprometido y lleno de vida”. Esta es su actividad de la felicidad, dado que asegura, “una parte de mí ama la lucha en sí. Cuando el set termina, la sensación de satisfacción que lo acompaña es inseparable del proceso de lucha y superación”.

El sentido del viaje

El “ahora qué” acaba cuando entendemos que la vida no está segmentada en capítulos, que no estamos en una sitcom divida por temporadas. La vida es un viaje continuo, en el que aprendemos y crecemos cada día, no algo que completar como si de una fila del bingo se tratara. Da igual si salen tus números o los del vecino, el juego continúa.

Esta idea no es nueva, nos explica el filósofo, ya la defendían los griegos y hasta el propio Buda. “Sabemos que la aceptación del aquí y ahora es precisamente lo que falta en una vida orientada a objetivos, que mira ansiosamente hacia la próxima victoria potencial o mira hacia atrás con abatimiento a lo que percibimos como un fracaso pasado”.

En esta visión centrada en los objetivos, salimos perdiendo. Y “lo que perdemos en el esfuerzo orientado a metas”, asegura Sandle, “es el aprecio por la vida en su desarrollo. Perdemos el sentido de la vida como un viaje sin límites en el que los encuentros inesperados, los desafíos y los fracasos son parte integral de la formación de nuestro carácter y nuestro autodescubrimiento”.

Y no solo eso, "también perdemos el sentido de alegría intrínseco a una actividad que a menudo nos llevó a dedicarnos a ella en primer lugar. Considera cómo una pasión por la creación artística que encuentra expresión con cada trazo del pincel puede convertirse en un esfuerzo apresurado para terminar una pintura a tiempo para una próxima exhibición. Lo que una vez disfrutamos por sí mismo como una forma distintiva de esfuerzo apasionado se convierte en un objeto de éxito o fracaso".

En esta vida, por tanto, no es más feliz quien más consigue. Eso es irrelevante. El que es feliz es que es capaz de entender que ninguna meta puede darnos la felicidad. La felicidad está en el discurrir de nuestros esfuerzos, en nuestros intentos de ser cada día un poco mejor en aquello que nos apasiona. Nada más importa.

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