Cuando en terapia analizamos los trastornos psicológicos más extendidos en la población (ansiedad, fobias, depresión, etc.), comprobamos que la causa subyacente de la mayoría de estos problemas procede de algún tipo de carencia afectiva sufrida en la infancia que ha sido arrastrada hasta la vida adulta.
Los bebés vienen al mundo con unas necesidades físicas (cuidado y alimentación) y emocionales (amor, apoyo, seguridad) que deben ser cubiertas para que se conviertan en adultos equilibrados. El contacto físico, las muestras de cariño, el hecho de sentirse protegido o el respeto por su persona y sus intereses no son esenciales para su supervivencia física. Sin embargo, resultan imprescindibles para su correcto desarrollo psicoemocional.
Libro recomendado
El libro Tu ADN emocional (Editorial Sirio), habla sobre cómo heredamos nuestro ADN emocional, pensamientos, sentimientos y actos que se transmiten de generación en generación en forma de patrones familiares que se repiten.
Sin estos cuidados, los niños, aunque físicamente crecen, emocionalmente arrastran graves secuelas afectivas.
Solo tenemos que recordar las terribles imágenes de los orfanatos rumanos de los años 70 y 80, en los que los pequeños, al no haber sido atendidas sus necesidades emocionales, desarrollaban comportamientos autistas.
Muchas personas, sin haber pasado por un abandono tan extremo, también acarrean desde su infancia diferentes tipos de carencias emocionales. Sus padres y demás familiares, por inmadurez, por inexperiencia o por sus propias historias personales de privación, no supieron atender sus necesidades afectivas. Estas personas crecen convencidas de que sus experiencias emocionales disruptivas son las mismas que las de los demás. Pasado el tiempo, cuando intentan llevar una vida normal, las secuelas de sus traumas se reflejan en su día a día, de una forma u otra.
Un vacío que llenar
La necesidad primaria de cuidado y cariño que no fue satisfecha por los padres provoca en muchas personas, al llegar a la edad adulta, una sensación de vacío o de espacio oscuro en su interior que necesita ser colmado. Para tratar de obtener un momento de satisfacción que llene el abismo, surgen las obsesiones, las adicciones o los enganches a personas tóxicas.
Cualquier elemento exterior (relaciones, objetos o trabajo) puede crear la ilusión de llenar ese vacío pero intentar colmar el abismo a cualquier precio puede acabar desencadenando nefastas consecuencias.
Por ejemplo; una adicción nubla momentáneamente el dolor, pero atrapa y resulta difícil escapar de ella; un poco de atención amorosa puede llenarnos momentáneamente pero dejarnos enganchados y sin defensa a la hora de protegernos de una relación tóxica. Además, como sucede con cualquier adicción, la sensación de plenitud es momentánea: una vez pasado su efecto, el vacío sigue ahí.
Cómo sanar las heridas de la infancia desde el interior
Aunque resulta imposible cambiar el pasado, todos tenemos la potestad de intervenir tanto en nuestro presente como en nuestro futuro. Para lograrlo, debemos centrarnos en nosotros mismos y prodigarnos los cuidados que tanto nos faltaron en la infancia. Es preciso que nos recordemos que ya no somos aquellos pequeños que estaban indefensos ante la vida: ahora podemos valernos por nosotros mismos y no necesitamos que nos cuiden y atiendan desde fuera.
Así, para sanar las privaciones emocionales de la infancia, tenemos que comenzar por cambiar el sentido de la búsqueda del amor.
No se trata de encontrar a alguien de fuera que nos preste la atención y el cariño que no tuvimos en la infancia (ya hemos visto que eso solo crea una insana dependencia), sino que debemos ser nosotros mismos quienes comencemos a contemplarnos con ternura y compasión. Nosotros mismos somos quienes mejor podemos ofrecernos un verdadero amor incondicional.
Se necesita tiempo; no podemos sanar en un día el vacío de toda una vida. En ocasiones, el daño ocasionado es tan profundo que resulta necesario buscar ayuda profesional para poder reconstruir la autoestima perdida. Poco a poco, asumiendo la realidad del pasado y trabajando desde pequeños detalles del día a día, podremos empezar a recuperar nuestro amor propio.
Cuando logras conectar contigo mismo y comienzas a quererte, se produce un cambio interno efectivo y permanente. Siempre estarás presente en tu vida, cuidándote. Desaparece el abismo, el vacío se colma y, desde ese momento, ni nada ni nadie puede desviarte de tu camino.
Claves para una vida emocional sana
La mayoría de nosotros arrastra algún tipo de carencia afectiva de la infancia que, hoy en día, todavía nos perjudica. ¿Qué medidas podemos tomar para minimizar sus efectos y disfrutar de una vida emocional más saludable?
- No restarle importancia. El primer paso para la sanación pasa por asumir y valorar la relevancia de las carencias sufridas en el pasado. Mucha gente dice: “Bueno, no fue para tanto” o “Al fin y al cabo, he crecido y soy adulto”. Sin embargo, no podemos olvidar que cuando fuimos pequeños, esta ausencia de cuidados nos dañó y que el dolor aún perdura. Seamos sinceros con nosotros mismos y preguntémonos: “¿De veras no me afecta esa carencia emocional?”, “¿Podría estar buscando en los demás o en otras cosas el amor que no obtuve durante mi infancia?”.
- No culpar pero sí reconocer. No se trata de culpar a los padres ni a los demás familiares por no haber sabido atendernos en el pasado. Seguramente, ellos también fueron víctimas de carencias afectivas y nos cuidaron lo mejor que supieron. No obstante, tenemos que ponernos del lado del niño que fuimos para reconocer lo que nos faltó y de esta forma poder centrarnos en sanarnos.
- Centrarnos en la solución. Por muy dura que haya sido nuestra historia, no sirve de nada regodearnos en lo negativo. Tras reconocer lo sucedido, no debemos olvidar que siempre hay esperanza y oportunidad de sanar y de liberarnos de las consecuencias de las carencias sufridas.
- Cuidarnos. Si estamos continuamente esperando que alguien venga a cubrir nuestras carencias emocionales, siempre dependeremos de los demás y jamás lograremos ser felices. Recuerda: tú eres la persona que mejor te puede amar y que siempre te va a acompañar.