En un artículo anterior, ya hablamos de la Teoría del Apego y de los diferentes tipos de apego que los bebés desarrollan según la calidad de los cuidados y las atenciones que recibe de su madre o de sus figuras de apego principales. En aquel texto vimos qué actitudes favorecen un apego seguro y qué beneficios conllevan en la autoestima y en la salud emocional de niños y adultos.

Por desgracia, no todos los bebés tienen la suerte de tener unas madres cariñosas y atentas a sus necesidades. Mary Ainsworth, gracias a su herramienta de observación de las interacciones de las madres con sus bebés conocida como la “Situación Extraña”, encontró que casi una cuarta parte de las madres no atendían de forma consistente y continua las necesidades de sus bebés. Este grupo de madres del estudio de Ainsworth se mostraban distantes y poco sensibles ante las demandas de sus hijos.

Apego evitativo: necesidades reprimidas

Los bebés con este tipo de madre apenas manifestaban interés por ella durante todo el proceso de observación. Ni siquiera cuando la madre salía de la sala presentaban signos evidentes de ansiedad. Tampoco cuando su madre volvía a la habitación evidenciaban cualquier tipo de emoción.

En efecto, aquellos niños se mostraban indiferentes ante la presencia de su madre. Sin embargo, se comprobó que su frecuencia cardíaca era alta, lo que induce a pensar que no lo estaban pasando bien en esta situación y que lo que realmente estaba ocurriendo es que estos bebés estaban inhibiendo sus manifestaciones físicas para evitar mostrar sus sentimientos.

Los pequeños no parecían afectados, pero como se suele decir, la procesión va por dentro. Aquellos bebés no exteriorizaban su ansiedad, sino que la mantenían reprimida en su interior y esta inhibición, como veremos más adelante, supone el origen del desarrollo de patrones de comportamiento muy perjudiciales para la salud emocional.

Proceso de represión

Ainsworth dedujo que estos bebés, al comprobar que sus demandas no eran atendidas por sus cuidadores, habían aprendido a reprimir la expresión de sus necesidades. El bebé, dentro de sus escasos recursos, siempre busca la forma de protegerse. En este caso, al sentirse desatendidos, su estrategia se centró en dejar de buscar ayuda para replegarse sobre sí mismos.

Al tiempo, al mostrarse muchos de ellos (paradójicamente) muy sociables y aparentar que se relacionan fácilmente con desconocidos, se crea alrededor de ellos una falsa imagen de independencia.

Sin embargo, en realidad, todas las relaciones que mantienen en sus vidas son muy superficiales. Estos niños, evitan todo tipo de contacto emocional, no se sienten cómodos en relaciones de intimidad con otras personas.

El apego evitativo en adultos

En consulta, ya con adultos, con frecuencia escucho frases del tipo “para qué abrirme a los demás, si nadie me hace caso” o “ si confío en los otros, sé que tarde o temprano me van a abandonar”. Estas personas, autosuficientes (en apariencia), al evitar apegarse en exceso a sus parejas, suelen mantener únicamente relaciones esporádicas y poco profundas.

Esta aparente independencia, lo que realmente muestra es la coraza que crearon en sus infancias como protección ante la desatención que sufrieron por parte de sus cuidadores. Como consecuencia de sus experiencias previas de abandono, estas personas sienten que van a volver a ser rechazados y se protegen bajo esa falsa imagen de adultos racionales, impasibles y autosuficientes.

A la larga, la secuela más devastadora de toda una vida ocultando las emociones es la desconexión de uno mismo. Estas personas son incapaces de escuchar sus propias necesidades. Les cuesta mucho trabajo poner palabras a sus sentimientos y emociones.

Una chica me decía en consulta: “Sólo sé decir si estoy bien o mal, pero no puedo especificar más. A veces no sé si estoy enfadada o triste. Me es imposible definir lo que siento”.

Repetición de clichés

Todos estos efectos negativos del apego evitativo se muestran mucho más evidentes cuando criamos a nuestros propios hijos. Si en nuestra infancia no atendieron nuestras necesidades, hoy en día, desconocemos cómo cuidar correctamente a nuestros propios bebés.

Si de niños, no aprendimos y asimilamos un modelo sano de apego seguro, ya de adultos, presentamos inmensas dificultades para ocuparnos, de forma adecuada, de todas las necesidades de nuestros pequeños.

El caso de Alba

Este fue el caso de Alba, una chica que acudió a consulta porque se sentía incapaz de cuidar a su bebé recién nacida. No es que no supiera alimentarle o cambiarle los pañales, sino que sentía una ansiedad insoportable cuando el bebé lloraba reclamando su atención.

En los momentos de mayor tensión, según me comentó, siempre temía perder completamente el control. Alba, se asustó, y ante esta situación (de descontrol) nueva para ella, buscó ayuda para entender lo que le sucedía.

La joven me contó que su madre, una importante empresaria, volvió a trabajar a las dos semanas de haberla tenido. Su padre, copropietario de la empresa de la madre, no se tomó ni un día libre cuando ella nació. Todas las mañanas, antes de que Alba se despertara, sus padres se marchaban al trabajo y ella se quedaba al cuidado de un familiar o, cuando no encontraban disponible a nadie de la familia, de alguna persona que contrataban de forma esporádica.

Los padres de Alba, llegaban a casa a la hora de la cena, por lo que solo pasaban con ella unos pocos minutos al día. Además, en esos pocos instantes que la niña compartía con sus padres, siempre sentía que tenían la cabeza en otro sitio, no con ella.

Refugiada en sí misma, para sobrevivir, Alba se hizo dura, luchó por estudiar y logró una exitosa carrera profesional como la de sus padres. Con el paso del tiempo, llegó su primer bebé y la cercanía con su niña, provocó en la joven madre un salto atrás en el tiempo.

Al sentir a su bebé, vivir las mismas situaciones y pasar por circunstancias parecidas, Alba volvió a conectar con la ansiedad y los miedos que sentía cuando era pequeña y nadie la atendía.

Sin embargo, lo que en un principio parecía un problema, supuso finalmente el camino hacia la sanación de Alba. La ansiedad que sentía cuando su hija lloraba, la ayudó a conectar con la ansiedad que ella misma notaba de bebé cuando se sentía sola y desatendida.

Comprender el terrible desamparo que sufrió de pequeña, la ayudó a conectar con las emociones de su bebé cuando la reclamaba incesantemente por las noches. En realidad, su sufrimiento, sus emociones, no habían desaparecido con el tiempo, simplemente, estaban escondidas esperando a que las rescatara.

Con su trabajo terapéutico, por fin Alba pudo llorar y sanar su pasado, y así, recuperar la conexión con su bebé. Ya no veía a su hija como a una enemiga, sino como lo que realmente era, una bebé que necesitaba sus cuidados.

Conclusión: invirtiendo la cadena

El apego evitativo puede erigirse como una cadena infinita de malestar y desequilibrio emocional transmitido de generación en generación. Estos bebés desatendidos, a su vez, se convierten en padres y madres que no saben atender a sus propios hijos y, si no se le pone fin, el ciclo vuelve a empezar una y otra vez.

Pero ejemplos como el de Alba nos demuestran que se pueden romper los eslabones de esta cadena. Su hija, pasará al lado de los bebés con apego seguro que crecen con elevada autoestima y que, ya adulta, criarán a sus propios bebés de una forma más amorosa.