La adolescencia es una etapa crítica en la vida y que afecta tanto al propio adolescente como a toda su familia, debido a que es un momento de grandes cambios a nivel psicológico que supondrán el paso de la niñez a la edad adulta.

Todo ello implica que durante una serie de años el adolescente deberá tantear nuevas formas de comportamiento para llegar a establecer una personalidad definitiva. En estos tanteos presentará cambios de carácter, de humor y de relación que harán que el contacto con él sea difícil en algunos momentos.

Para vivir bien estos años los padres deben conocer las tensiones que se libran en el interior de los adolescentes y entender que, a pesar de todas las dificultades, la adolescencia es una etapa muy enriquecedora para padres e hijos y en la que todos deben reacomodar sus papeles para salir de ella mucho más maduros.

El problema principal de los adolescentes es configurarse una nueva identidad, lo que hace que pierdan progresivamente la seguridad en sí mismos y se encuentren un tanto perdidos preguntándose quiénes son, qué quieren y qué van a hacer en un futuro próximo. Todo eso hace que acaben siendo unos desconocidos para sí mismos y para quienes les rodean.

Conflictos entre padres e hijos en la adolescencia

La adolescencia va pasando por diferentes etapas que suponen cambios a nivel físico, intelectual, psicológico y de relaciones sociofamiliares.

  1. La pubertad suele darse entre los 8 y los 12 años, y viene marcada por una serie de cambios hormonales que comportan a su vez importantes cambios en el aspecto físico. Es el primer momento de crisis ligado sobre todo a su nuevo aspecto, lo que significa que los comentarios de los padres nunca han de estar teñidos de ironía o burla para que no aparezcan complejos respecto a su físico.
  2. La segunda etapa suele alcanzar hasta los 15-16 años y es en la que se dan mayores cambios psicológicos. Se desprenden cada vez más de los padres y buscan la compañía del grupo de amigos, se vuelven menos comunicativos en la familia, están muy centrados en sí mismos, lo que les hace parecer muy egocéntricos, y necesitan mucha más intimidad. Es el momento más crítico y de mayor enfrentamiento con los padres, así como en el que hay más riesgos, porque se creen absolutamente autosuficientes cuando, por el contrario, son muy vulnerables a las influencias del entorno. Los padres deben respetar esa intimidad que reclaman pero estar muy vigilantes ante cualquier situación peligrosa.
  3. La tercera y última etapa llega hasta los 18-19 años y suele ser algo más tranquila, ya que pueden pensar más en los demás, su cuerpo ha adquirido una forma más definida y tienen mayor seguridad en sí mismos, el grupo de amigos se ha consolidado y tienen más claro su futuro a nivel de estudios o de trabajo. Los padres deben estar más atentos a la cuestión de los horarios y establecer unas normas más o menos flexibles en función de la evolución de los chicos.

Los conflictos más normales entre padres y adolescentes durante toda la adolescencia suelen girar alrededor de:

1. La rebeldía constante frente a los padres

Algo común en estos años es la rebeldía frente a la autoridad familiar. El respeto a los padres y el valor que antes daban a sus opiniones serán constantemente puestos en entredicho.

Ese enfrentamiento forma parte del desarrollo normal del adolescente, pero eso no significa que los padres no sigan siendo un referente importante para ellos, aunque muchas veces sean incapaces de reconocerlo.

Esto significa que por muchas tensiones que haya los padres nunca deben verse tentados de dimitir como padres, ya que sus hijos los siguen necesitando y han de saber que, ocurra lo que ocurra, van a continuar teniéndolos a su lado.

Por ello, muchas veces van a seguir pidiendo mimos como de pequeños y los padres deben poder salirse de muchos de sus enfados para brindar ese cariño.

El día a día del adolescente está teñido de pequeños desafíos hacia sus padres que deben verse como un intento de ganarse su autonomía y de independizarse de la familia.

2. El desorden en la habitación

El desorden forma parte de la personalidad adolescente, tanto exterior como interiormente. Si pudiéramos entrar en su interior veríamos un hervidero de ideas y problemas tan caótico como su cuarto, por muy organizados que fueran de niños.

Los sermones pocas veces producen efecto y mucho menos un cambio de actitud, porque aunque un día reordenen la habitación de arriba abajo es probable que al día siguiente o a las pocas horas vuelva a estar patas arriba.

Si los padres escuchan a otros padres es posible que consigan relativizar el problema. Aunque nos moleste el desorden en su habitación es mejor no ser excesivamente intolerantes, porque de ese modo ellos mismos lo convertirán en un motivo de rebeldía.

Resulta preferible:

  • Recordar que los castigos sirven para poco y que es mejor ayudarle y tratar de hacer conjuntamente la limpieza de vez en cuando, agradeciéndole los pequeños esfuerzos que realice por su cuenta.
  • Inculcar el orden como un modo de cooperación en la vida familiar más que como una cuestión de ciega disciplina.
  • Tratar de no ver lo que ocurre dentro de su habitación quizá sería una buena solución, pero es normal que un día podamos hacerlo y otro no; así que no debemos preocuparnos demasiado si en algún momento se pierde la calma.

3. La hora de volver a casa

Cuando se piensa en la hora en que un joven ha de regresar a casa, además de los criterios propios de cada familia se ha de ser realista y reconocer que hoy en día los chicos y chicas tienen unos hábitos de salida distintos a épocas anteriores, lo que tampoco debe llevar ni a una excesiva limitación ni a un pasotismo absoluto, ya que ellos también agradecen, en el fondo, tener unos límites.

Por todo ello es conveniente:

  • Mostrarles confianza, estar atentos a cómo regresan a casa habitualmente y potenciar más bien una actitud comprensiva y dialogante que una postura represiva y culpabilizadora.
  • Pactar la hora de regreso en función de su edad y de lo que vayan a hacer esa noche.
  • Conocer a sus amigos y el entorno en que se mueve ayudará a conocerles mejor y a evitar pensar en peligros innecesarios.
  • Enseñarles la necesidad de que avisen si se van a retrasar más de la cuenta por algún contratiempo o si lo creen necesario, y que eso no comportará automáticamente una negativa por nuestra parte.
  • Si aparecen indicadores de riesgo como que llegan mal a casa, bebidos o mareados o que cada noche que salen se saltan los horarios habrá que ponerles más restricciones, pero siempre dialogando y ofreciéndoles alternativas.

4. El tabaco, el alcohol y otras drogas

Aunque en la mayoría de institutos se trata ampliamente esta cuestión de manera preventiva es cierto que un gran número de adolescentes fuma su primer cigarrillo entre los once y catorce años y que muchos de ellos probarán el primer porro de marihuana y beberán la primera cerveza entre los catorce y los dieciséis.

Todo esto muestra que se trata de un peligro real y que los padres deben tener herramientas para poder tratarlo en familia de la forma más conveniente y menos alarmista posible.

Algunos consejos que pueden ser de gran ayuda son:

  • Hablar sinceramente de todos los temas relacionados con las drogas (tabaco, alcohol y otras), explicando los efectos perjudiciales que genera cada una, como la dependencia, la falta de concentración, problemas con los compañeros, etc, mencionando incluso alguna experiencia personal o cercana.
  • Predicar con el ejemplo, fumando lo menos posible delante de ellos, bebiendo moderadamente y no haciendo alarde de lo bien que lo pasamos alguna vez, si fuera el caso, bajo el efecto de alguna sustancia psicoactiva.
  • Conocer a los amigos que frecuenta nuestro hijo, observando si mantiene a los compañeros de siempre o si cambia sus amistades, cómo son éstas, intentar invitarlos a casa, etc. También es conveniente conocer a los padres de sus amigos y hablar con ellos para poder tener un poco de control y ayuda mutuos.
  • Estar al corriente de lo que hace en los momentos de ocio ya que es cuando corren un mayor peligro, estableciendo, a su vez, unos horarios claros de regreso a casa cuando empiezan a salir y vigilar en qué estado llegan.
  • Mantener contacto con su tutor y profesores para estar al corriente de su vida escolar: posible absentismo, cambios de rendimiento injustificados, etc.

5. Los primeros encuentros sexuales

Los jóvenes quieren experimentar con su propio cuerpo y con el de su pareja, mezclando muchas veces la exploración, las fantasías, el enamoramiento y la simple descarga sexual.

Las prácticas más habituales son: la masturbación, las caricias y tocamientos y las relaciones sexuales completas.

Los padres deben dar un carácter de total normalidad a la sexualidad de sus hijos adolescentes, ser sinceros en las conversaciones y no hacer de ella un tabú, informar de todos los riesgos tanto sanitarios como de embarazo, pero hablar también de los aspectos emocionales que acompañan a esta experiencia y de la importancia de respetar y ser respetado por las otras personas.

6. La falta de comunicación de hijos a padres

Padres e hijos tienen muchos intereses comunes, por eso cuidar la comunicación puede evitar numerosos malentendidos.

Una de las grandes dificultades que se encuentran los padres en la adolescencia de sus hijos es la falta de diálogo y comunicación. Muchos chicos que durante su niñez lo contaban todo a sus padres ahora caen en un mutismo y una reserva totales.

A pesar de esa dificultad, al hablar con un hijo adolescente conviene tener presentes algunos puntos:

  • Es muy importante haber hablado con ellos a lo largo de toda la infancia ya que ahora es el peor momento para comenzar si no ha habido antes demasiada comunicación.
  • Saber respetar cierta intimidad y aceptar que ciertos temas los tratarán más fácilmente con sus amigos que con nosotros.
  • No ridiculizar nunca las ideas y proyectos que expongan por absurdas que nos parezcan; es preferible dialogar para que no se sientan ofendidos y dejen de contar otras cosas.
  • Razonar los motivos por los cuales no les dejamos hacer algo o por los que mostramos nuestro enfado, antes que recurrir al típico "porque lo digo yo", o "porque soy tu padre".
  • No conviene adoptar continuamente una actitud inquisitiva hacia ellos; hay que mostrar interés por lo que hacen pero sin convertir cada charla en un interrogatorio.
  • Entender que están pasando por un momento difícil y adoptar una actitud empática que nos permita ponernos en su lugar para entender así mejor lo que sienten.
  • Como les cuesta tanto hablar con nosotros, cuando quieran hacerlo hay que estar abiertos y receptivos, con una actitud de escucha hacia el tema del cual quieren conversar y no intentar aprovechar la ocasión para preguntarles por otras cuestiones que nos interesen.

7. Los tatuajes o los piercings

Desde hace unos años el tatuaje y los piercings se han puesto de moda y muchos jóvenes los han tomado como una parte importante de su identificación respecto a un grupo, o simplemente para muchos otros se ha convertido en un complemento de moda más.

La cuestión, por lo tanto, debe plantearse en cada caso particular. Para algunas personas, los tatuajes o los piercings pueden llegar a convertirse en una obsesión que hace de su piel un pergamino dibujado o agujereado.

No es frecuente que se dé este caso y no tiene nada que ver con la demanda más generalizada dentro de los adolescentes de pretender hacerse un pequeño tatuaje en el hombro o en la zona lumbar, o llevar un piercing en el ombligo, la nariz o la ceja.

Los padres deben estar informados para que cuando llegue una demanda de este tipo por parte de sus hijos puedan hablarles de lo que comporta, de modo que no sólo vean las ventajas, sino también que puedan valorar los inconvenientes.

Claves para una buena comunicación entre padres e hijos

Los niños que sienten que pueden hablar libremente con sus padres utilizarán la palabra en vez de otras vías para resolver conflictos. Algunas claves para saber escucharles son:

  • Reservarse un tiempo diario para hablar con ellos, preguntarles cómo les ha ido el día y hablarles también de nuestras cosas. No se trata de hacerlo como si fuera un interrogatorio, sino manteniendo un clima relajado.
  • Escucharles. Hay que prestar atención a lo que cuentan, sin desviar la conversación hacia otros temas que puedan ser de mayor interés para los padres.
    Para que se dé una buena comunicación los niños deben sentirse escuchados. Entonces, se sienten importantes para sus padres y les es más fácil hablar de lo que les preocupa.
    La autoestima de los niños está relacionada en gran medida con su percepción de la importancia que tienen en nuestras vidas. Si estamos muy ocupados es preferible decirles que ya hablaremos en otro momento antes que seguir haciendo otras cosas sin atender a lo que nos cuentan.
  • Dejarles acabar de expresarse antes de darles una respuesta ya que. de lo contrario sienten que lo que pretenden los padres no es tanto escucharles como sermonearles.
  • Hablarles de lo que hacemos, de lo que pensamos. etc., porque la comunicación debe ser recíproca.
  • La comunicación no verbal. Los niños, al igual que los adultos, se expresan tanto a través de las palabras como de todo lo que las acompaña: gestos, miradas y el propio tono, volumen o inflexión de la voz. Los padres deberían prestar atención a toda esta comunicación no verbal.
    • El volumen de voz. Si es alto muestra una voluntad de imponerse. Si es muy bajo expresa retraimiento e introversión.
    • El ritmo. Cuando el niño habla de modo entrecortado está más bien atemorizado o quiere evitar la conversación.
    • El tono. Si habla en un tono agudo y casi ahogándose está emocionado.
    • La expresión facial. Las pupilas dilatadas denotan interés y sorpresa. Un parpadeo repetido, nerviosismo y temor. Si el niño evita mirarnos abiertamente, quiere ocultar algo.

Libros sobre la adolescencia de los hijos

  • Un adolescente en casa; Joan Caries Surís. Ed. Plaza & Janés
  • Cómo vivir con tu hijo adolescente; Judy Ford. Ed. RBA