No solo la infancia tiene un gran peso en el desarrollo de una salud emocional equilibrada, la adolescencia supone, en este sentido, una época critica en nuestras vidas. Tenemos que extremar el cuidado en el acompañamiento y, sobre todo, en las palabras que le dirigimos (y le dirigen) a nuestros adolescentes.

Mientras que en la infancia las palabras de mayor importancia para los niños son aquellas que reciben de sus mayores, en la adolescencia, se suman aquellas que les dedican sus amigos, sus compañeros de clase, sus hermanos y, hoy en día, aquellas que reciben desde las redes sociales.

La autoestima durante la adolescencia

La adolescencia es una época de nuestras vidas en la que la autoestima es extremadamente vulnerable, incluso, en los niños que más alta la tienen. Cualquier palabra o frase desplazada puede acabar formando una inmensa bola de nieve en la mente de un/a adolescente.

Esta fragilidad viene dada, entre otras muchas razones, por el hecho de que la adolescencia supone, debido a los continuos cambios físicos, mentales y emocionales, una época crucial para el desarrollo del Yo.

Los adolescentes son ególatras, se concentran en ellos mismos, pero no tanto por motivos egoístas, sino, más bien, porque esta es una época de importancia fundamental para la formación de la psiquis, de la autoestima y del pensamiento que va a formar la base de su Yo adulto.

  • En la adolescencia aparecen las dudas: ¿seré capaz? ¿soy válido? ¿le importo a alguien?
  • Aparece el pensamiento profundo, abstracto y la introspección: ¿qué hago aquí? ¿por qué he nacido? ¿la vida merece la pena?
  • También se desarrolla la necesidad social de pertenencia al grupo de pares: quiero amigos, necesito amigos, ¿me quieren mis amigos?
  • Y se muestra una extrema preocupación por el aspecto externo: ¿me corto el pelo? ¿me tatúo? ¿soy atractivo? ¿qué ropa me pongo hoy?
  • A la par de todos estos cambios (y muchos más), aparecen enormes preocupaciones.

Los adolescentes cuestionan, pero también, se autocuestionan intensamente, lo que les lleva a sufrir muchísimo cuando reciben críticas destructivas o palabras desagradables, que ponen énfasis en ridiculizar algún aspecto de su persona que, de por sí, ya les preocupa mucho a ellos.

El peso de la autoimagen durante la adolescencia

Recuerdo el caso de Fran, un chico de unos 30 años que vino a mi consulta arrastrando problemas de autoestima, timidez y una imagen de sí mismo nefasta.

Como fuimos viendo en sus sesiones, además de arrastrar un sentimiento de soledad y desamparo de la primera infancia (siendo el menor de cuatro hermanos, sus padres no tenían tiempo para él), Fran desarrolló en la adolescencia una imagen de sí mismo muy negativa.

Hacia los 13 o 14 años, Fran dio un gran estirón, comenzó a tener mucho acné y algunos rasgos corporales como la nariz y las orejas le crecieron mucho. Tanto sus dos hermanas mayores como su hermano, le tomaron como centro de de sus burlas. A diario se reían de él y le llamaban “el paella”, “el narizotas”, “el manazas” y muchos más epítetos denigrantes.

Este hostigamiento diario acabó destruyendo la poca autoestima que Fran tenía.

Mientras que de niño siempre había estado satisfecho con su imagen corporal, de joven adulto había desarrollado una imagen de sí misma nefasta. No se sentía a gusto consigo mismo y le daba vergüenza ir a los sitios.

Los adolescentes pueden necesitar ayuda psicológica

Cuando la autoestima cae en exceso y el adolescente no se siente bien, un experto puede ayudarle a recuperar la autoestima perdida. En el caso de Fran, fuimos reconstruyéndola en terapia y, poco a poco comprendió cómo le afectaron las palabras crueles de sus hermanos en una época tan delicada como la adolescencia.

Tras cada sesión, Fran iba realizando pequeños progresos, logró volver a mirarse en un espejo, incluso colgó uno de cuerpo entero en su cuarto.

También, cambió su forma de vestir: dejó de utilizar ropa gigante de deporte y comenzó a comprarse ropa bonita, como me dijo: “Ramón, ahora sé que merezco esta ropa. Antes pensaba que no valía nada, pero sí que lo valgo”.

De hecho, tras finalizar su terapia, Fran decidió tatuarse esta misma frase: “Sí que lo valgo” como recordatorio permanente de lo valioso que sabía que era.

Como adultos, tenemos una inmensa responsabilidad hacia nuestros jóvenes. Si tienes adolescentes a tu alrededor, recuerda hablarles siempre con respeto, sin críticas destructivas y sin mofarte de su aspecto, proyectos, ideas, etc.