El mes pasado, en apenas dos semanas, tuve la ocasión de acompañar a tres personas en sus respectivos momentos de graves crisis vitales. El profesor de violín de mi hija, al que ella aprecia enormemente, de forma repentina, tuvo que mudarse de ciudad y ella ya no podrá recibir más clases de él; una amiga perdió a su madre tras dos años de lucha contra un cáncer y, en tercer lugar, una chica que acude a mi consulta, tras 25 años de matrimonio, dio el paso de separarse de su marido.

Estas tres personas tendrán que atravesar un proceso de duelo para superar sus crisis personales, un tiempo en sus vidas marcado por la búsqueda consciente o inconsciente de la aceptación de esta nueva situación.

Puntos de inflexión y duelos

Las situaciones anteriores son muy diferentes entre sí, pero todas tienen un denominador común: cada una de estas personas ha sufrido una pérdida muy importante en su trayectoria vital, una ruptura de su continuo que marca un innegable antes y un después en su vida.

Las diferencias entre ellos demuestran también que el sentimiento de duelo se extiende mucho más allá del fallecimiento de un ser querido. Podemos pasar un duelo al sufrir la ausencia de una persona en nuestra vida (aunque siga viviendo) o incluso ante una nueva situación o una pérdida de estatus.

Todas las etapas del duelo son necesarias

El duelo es un recorrido físico y emocional, un proceso que todo el mundo debe atravesar más de una vez a lo largo de su vida para poder reconstruirse y adaptarse a cada una de las nuevas circunstancias vitales.

Cualquier tipo de duelo, independientemente de la coyuntura que lo ha ocasionado, pasa por las cinco etapas que enumeró Elisabeth Kübler-Ross a
finales de la década de los 60: negación, ira, negociación, depresión, aceptación.

Sin embargo, el duelo no es un proceso lineal: sus etapas pueden solaparse y mezclarse. A veces una persona puede quedarse anclada en alguna de esas fases y, si no avanza en ese camino, puede llegar a sentirse incapaz de superar la pérdida.

Tal vez el principal escollo que todos tenemos que salvar al sufrir una pérdida de cualquier tipo es aprender a no quedarnos estancados en el sufrimiento inicial; aunque a veces el dolor no aparece de inmediato, de modo que el duelo empieza por su etapa de negación y no se avanza –no se camina para aceptar esta realidad y hacerle frente–, por lo que la pena puede quedar sumergida y aparecer más tarde.

Con independencia del orden y de la forma en que salvemos esas fases, para salir renovados a la nueva vida que se abre tras la crisis ocasionada por la pérdida, resulta imprescindible atravesarlas y superaras todas.

Cómo gestionar el dolor por una ausencia

Cuando se produce la pérdida, el dolor es intenso, insufrible, físico y emocional. Todo lo que nos recuerda a la ruptura nos hace sufrir. Aprender a transformar este sufrimiento, intensísimo, en un dolor que podamos aceptar, manejar y con el que podamos convivir, resulta fundamental para transitar por un duelo saludable.

No nos conviene anclarnos en el sufrimiento, pero tampoco negar el dolor.

Para lograrlo, necesitamos, además de tiempo –diferente para cada persona–, sumergirnos en nuestro dolor, no rechazarlo (obviarlo como si nada hubiera sucedido) o atarnos a su versión más incapacitadora (el sufrimiento del que ya hemos hablado). Si profundizamos en nuestra pena, si nos permitimos vivirla, llorarla y cuando estemos preparados, comprender lo ocurrido, podremos asimilar nuestras nuevas circunstancias, aceptarlas y afrontar la vida con renovada ilusión. Podremos volver a arrancar, salir de nuestra parálisis emocional y elaborar nuevos planes de vida.

Pasar página no es olvidar

Una vez asimilado y aceptado, el dolor por la pérdida siempre seguirá con nosotros, seguramente nos acompañará de por vida. Sin embargo, no será un dolor paralizante o que nos incapacite, será uno que nos recuerde una versión nuestra del pasado, una variante de nosotros mismos que sufrió, aprendió de la crisis y supo salir de ella con fuerzas renovadas.

Cuando recordemos a nuestro ser querido, sentiremos pena, pero ya no sufriremos y podremos rememorar nuestro tiempo en común desde una nueva perspectiva. Cuando recordemos a aquel profesor tan maravilloso, no lloraremos su ausencia, sino que tocaremos las piezas que nos enseñó utilizando
sus técnicas. Cuando rememoremos el tiempo junto a nuestro ex marido, podremos felicitarnos por haber tenido la fuerza para superar esta etapa tan significativa de nuestras vidas.

Un nuevo comienzo

La vida supone una continua transformación. Perder a un ser querido, un trabajo, una pareja, una enfermedad grave, resulta muy doloroso, pero si nos damos el tiempo necesario, podremos llegar a asimilar, comprender y aceptar nuestra pérdida. Y estaremos nuevamente preparados para la vida.

Los duelos nos muestran que la vida lleva aparejada el dolor, la tristeza, la pena profunda, que no tenemos que rehuir estas emociones y sensaciones por dolorosas que sean.

Reflexiones que ayudan a superarlo

1. El cambio forma parte de la vida.

“Todo cambia, nada permanece” decía Heráclito. Aceptar que en la vida siempre habrá pérdidas, que no todo lo podemos controlar, nos ayuda a sobrellevar con menos sufrimiento los avatares de la vida. La pena estará ahí pero no nos pillará por sorpresa, puesto que sabremos de su existencia. El dolor, entonces, no se convierte en un enemigo, sino en un viejo conocido al que no hay que combatir sino aceptar y comprender.

2. El dolor nos puede acompañar.

Vivir siempre condicionados por el dolor del pasado o por el miedo a un posible sufrimiento en el futuro no ayuda. Si nos centramos en nuestra vida presente disfrutaremos, día a día, de lo que tenemos. Fluyamos a través de todas las experiencias que la vida nos ofrece. El dolor, la tristeza, la ira... también forman parte de nuestra realidad. Si los aceptamos, su presencia en nuestras vidas no vendrá marcada por el rechazo.

3. Tenemos derecho a estar tristes.

Negar el dolor no nos ayuda a restablecer el equilibrio. Tampoco alargar nuestro sufrimiento por nuestra pérdida. Darnos permiso para sumergirnos en el dolor y expresar todas las emociones nos permitirá vivir el duelo y sus fases. No nos neguemos la necesidad vital de atravesar las crisis. Para superar
un duelo y dirigir nuestra vida hacia un nuevo rumbo, antes tenemos que asimilar, comprender y aceptar lo sucedido.

4. Cada duelo es un viaje distinto.

Toda pérdida conlleva ruptura, sufrimiento, dolor y necesita el tiempo del duelo para ser asimilada y comprendida. No hay pérdida grande o pequeña, la pena no puede medirse. La tristeza es una experiencia personal y subjetiva y nadie puede sentir y comprender su intensidad del mismo modo. Las opiniones externas sobre el sufrimiento –basadas en juicios e, incluso, en prejuicios– no aportan nada, excepto más malestar.

5. Todas las pérdidas cuentan.

El duelo no solo lo pasamos por la muerte de un ser querido. Que desaparezca de nuestra vida algo que es importante para nosotros (nuestros animales de compañía, un trabajo, una pareja, una amistad...) puede llevarnos a atravesar un verdadero proceso de duelo que, para ser superado, ha de ser aceptado y vivido. Expresar nuestro dolor y entender su significado nos ayudará a asimilar nuestra pérdida.

6. Podemos aprender en este camino.

También los niños se enfrentan a procesos de duelo en sus vidas. En estas circunstancias, la actitud de los padres ha de ser exquisita. Lejos de dramatismos, tenemos que hablarles con naturalidad de las pérdidas y de los cambios como parte de la vida. Por supuesto, debemos mostrar nuestro dolor y hablar de él, pero procurando hacerles ver que en la vida todas las emociones y sentimientos tienen su razón de ser.