Lo que sucede en nuestra infancia marca inevitablemente nuestra personalidad. Desde la relación que tienes con tus padres hasta las diferentes experiencias que vives en el colegio, en la calle o con tus amigos, es innegable que la persona adulta que somos es solo un reflejo del niño que fuimos.

El experto en educación y relaciones Éric Fontaine retoma esta idea, para explicar, en particular, que sucede con aquellas personas que, al crecer, no respetan a sus padres. Es normal que, en la adultez, la relación con nuestros progenitores cambie. Pero, ¿qué pasa cuando se vuelve completamente insostenible? El experto achaca la situación a una serie de experiencias durante la infancia.

Crianza inconsistente

Aquellos que, en la adolescencia y de forma sostenida en la adultez, muestran una total falta de respeto hacia sus padres (y recordemos que hablamos de un respeto básico que merecemos todos, no una autoridad parental) tienen en común una crianza inconsistente.

Es decir, que durante la infancia el estilo de crianza era errático e impredecible. Un día subir los pies en la mesa era motivo de castigo, y al siguiente podía bailar sobre la mesa, porque todo eran risas.

Esta forma de crianza produce en los niños una gran frustración y ansiedad. Como explica Fontaine, “es como intentar jugar a un juego sin conocer las reglas”. No es difícil que, a la larga, esta falta de previsibilidad en la crianza se convierta en el origen de una relación carente de respeto en la adultez.

Falta de validación emocional

Aunque ahora hablamos constantemente de la crianza segura, lo cierto es que esto no siempre fue así. De hecho, hubo un tiempo en el que lo habitual era todo lo contrario, mandar a los niños a callar cuando lloraban. Considerar que sus problemas eran solo “cosas de niño” y no darles mayor importancia a sus emociones.

Esta experiencia, reiterada en el tiempo, puede hacer que los niños crezcan sintiendo que sus emociones no son importantes ni válidas. Y cuando esta validación familiar brilla por su ausencia, no es raro que se produzca una ruptura en la familia, que perjudique al respeto y a la comunicación entre sus miembros.

 

Crítica excesiva

Las dos caras de esta moneda son la crítica excesiva y la falta de aprobación. El psicólogo Abraham Maslow aseguraba que una de las necesidades más esenciales del ser humano es la de “autorrealización”. Y decía: “Lo que un hombre puede ser, eso debe ser”. O lo que es lo mismo, todos necesitamos sentir que lo que hacemos aporta, que somos útiles y capaces.

Por eso, una de las experiencias más desagradables de la infancia, y que más puede afectar al vínculo paternofilial, es la falta de afirmación. Esta carencia puede convertirse en resentimiento, y generar una falta de respeto hacia la figura paterna. Algo que se ve reforzado cuando aparece la crítica excesiva.

Es decir, que no solo no te felicitaran por tus logros, sino que además te criticaran continuamente. La crítica constante erosiona la autoestima del niño. De hecho, explica Fontaine, se ha demostrado que “los niños que experimentaron una disciplina verbal severa por parte de sus padres eran más propensos a presentar síntomas depresivos y problemas de conducta”, lo que a la larga generaba claros problemas de respeto en la relación adulta.

 

Falta de tiempo de calidad

Ahora que parece que alguien le ha dado a “x2” y vamos todos acelerado, este problema se ha vuelto cada vez más frecuente. Tanto padres como madres trabajamos mucho y no tenemos apenas tiempo para la conciliación, lo que hace que muchos niños acusen una falta de tiempo de calidad con sus figuras paternas. Pierden esa conexión que solo puede dar compartir, bien sean paseos por el parque o llantos inconsolables.

La ausencia de estos momentos compartidos durante la infancia puede llevar a una ruptura emocional con el niño cuando este crece. Y sí, eso puede hacer que con el paso del tiempo aparezcan faltas de respeto.

Sobreprotección

Esta es otra de las grandes preocupaciones de los psicólogos modernos: la sobreprotección. En una era en la que el concepto de “padres helicóptero” de Diana Baumrind (de los que vigilan a sus hijos constantemente) se ha vuelto lo habitual en los centros escolares, debería preocuparnos.

La sobreprotección no es una forma de amor, es incluso una forma de maltrato, porque deja al niño incapaz de afrontar los desafíos de la vida por sí mismo. Por lo general, esto acaba en una adultez disfuncional, llena de ansiedad y miedo, que es incapaz de hacer frente a la vida. Y que, por supuesto, puede acabar en una dependencia llena de conflictos y faltas de respeto.

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