La relación con el dinero es un tema que toda persona se ve obligada a afrontar. Cómo conseguirlo, conservarlo, gastarlo.... cada decisión está condicionada por multitud de factores, entre ellos, nuestros prejuicios.

Como psicoterapeuta, Vicky Reynal se ha especializado en "terapia financiera" y ha escrito un libro, La psicología de tu relación con el dinero,donde nos anima a desbloquear las barreras emocionales que afectan a nuestros hábitos económicos.

-¿Qué creencias inconscientes sabotean nuestro bienestar financiero?
-Carl Jung escribió: “Las personas harán cualquier cosa, por absurda que parezca, con tal de evitar enfrentarse a su propia alma”. Y en ningún ámbito es esto tan evidente como en nuestra relación con el dinero.

Desde fuera, puede parecer desconcertante ver cómo alguien se autodestruye financieramente, ya sea apostando sus ahorros, ignorando facturas urgentes o permaneciendo en un empleo mal remunerado a pesar de tener las capacidades y cualificaciones necesarias para progresar. Pero, como sugiere Jung, estas conductas no son simplemente irracionales. A menudo están impulsadas por creencias inconscientes, guiones psicológicos escritos hace tiempo que siguen moldeando nuestra vida financiera sin que nos demos cuenta.

-En consecuencia, "buscar" el dinero puede sentirse como algo "sucio", vergonzoso o culpable...
-Muchas personas han aprendido —de forma explícita o implícita— que el dinero es algo sucio, codicioso o inmoral. Quizá crecieron en familias religiosas que valoraban la modestia y condenaban la riqueza, o en entornos políticos donde el enriquecimiento personal se veía como un acto egoísta. O tal vez trabajen en sectores como el arte o la educación, donde la ambición financiera suele mirarse con recelo.

Si esta fue tu crianza, alcanzar el éxito financiero puede generar un conflicto interno: una parte de ti lo desea, pero otra se siente culpable o incluso avergonzada por tener dinero, como si eso deteriorara tu imagen propia o la percepción que otros tienen de ti. Esta ambivalencia puede llevar a las personas a "deshacer" inconscientemente su éxito: tomando malas decisiones, descuidando sus finanzas o no protegiendo lo que han construido.

El autoboicot financiero puede surgir de heridas psicológicas más profundas.

-¿Hay algo de autocastigo o masoquismo?
-Freud sostenía que la privación en la infancia podía generar una culpa inconsciente tan intensa que la persona acaba buscando castigo, porque, en cierto modo, siente que lo merece, y experimenta alivio al castigarse. En términos financieros, esto puede manifestarse como privación autoimpuesta (no gastar y disfrutar del dinero que uno tiene), generosidad compulsiva o, incluso, conductas como el robo o la asunción de riesgos extremos, que conllevan una sensación intrínseca de haber hecho algo mal. Incluso he tenido pacientes que practicaban el "findom" o "dominación financiera": buscaban a alguien en internet (una dominatrix) a quien cedían el control de sus finanzas.

-Y otras personas se ponen a gastar por despecho...
-En ocasiones, el sabotaje financiero es una forma de rebelión. He trabajado con pacientes que, consciente o inconscientemente, minaban su estabilidad económica para expresar resentimiento—habitualmente hacia un progenitor o una pareja. Uno de ellos, Caleb, gastaba sistemáticamente 1.000 € más al mes de lo que podía permitirse. Al explorar las razones subyacentes, quedó claro que estaba actuando desde una ira no resuelta por haber tenido que devolver una deuda que su padre dejó atrás. Su gasto era una forma de buscar reparación emocional.

En otros casos, fracasar financieramente puede ser una manera de desafiar expectativas. Para alguien que creció con padres muy exigentes, no cumplir con ese estándar puede ser un acto subconsciente de resistencia.

Puede parecer paradójico, pero para algunas personas, el éxito da más miedo que el fracaso.

-Me da la impresión de que el miedo al éxito no es raro
-Freud describía la "ansiedad por el éxito" como un mecanismo de defensa: sabotear los logros para evitar un castigo imaginado, muchas veces procedente de una figura parental. Para otras, el éxito puede despertar el temor al abandono o a la separación. Recuerdo una paciente que saboteaba de forma constante su camino hacia la independencia financiera. Con el tiempo comprendió que su exceso de gasto era una forma de mantenerse financieramente ligada a su pareja. La autonomía le resultaba demasiado arriesgada, demasiado solitaria.

En algunos casos, el patrón de inestabilidad económica cumple una función emocional: garantiza que otra persona intervenga para ayudar. Esta dinámica inconsciente, en la que los fracasos reiterados provocan cuidados y apoyo, es especialmente común en personas que, en el fondo, desean ser atendidas. La ironía es que este patrón refuerza la dependencia y acaba minando la sensación de seguridad que buscan.

-¿Cómo podemos librarnos de las creencias con las que autosaboteamos nuestra economía?
-El primer paso es ser curioso, no crítico. Si detectas un patrón de auto sabotaje en tu vida financiera, intenta abordarlo con compasión y con una actitud de exploración. Pregúntate: ¿Qué creencias aprendí en mi infancia sobre el dinero, el éxito y el valor personal? ¿Asocio la riqueza con culpa, peligro o desconexión? ¿Está mi comportamiento expresando algo que aún no he podido poner en palabras?

Al tomar conciencia de estos patrones, te das la oportunidad de reescribir tu historia. Una en la que el dinero deja de ser una fuente de vergüenza o sabotaje, y se convierte en una herramienta que puedes usar con confianza y cuidado.

-¿Por qué compramos impulsivamente?
-El gasto impulsivo suele considerarse una falta de disciplina o fuerza de voluntad, pero en mi trabajo como psicoterapeuta financiera, he descubierto que la verdadera explicación suele ser mucho más compleja y profundamente emocional. Comprar por impulso rara vez tiene que ver con el objeto en sí. Tiene que ver con lo que ese objeto nos promete: pertenencia, transformación, consuelo, control. Bajo la superficie, el gasto impulsivo suele revelar necesidades emocionales no satisfechas, creencias inconscientes y patrones psicológicos de larga duración.

-¿Comprar siempre resulta gratificante, no?
-Las compras compulsivas se desencadenan con frecuencia por emociones negativas como la tristeza, el aburrimiento, la ansiedad o la soledad. El acto de comprar ofrece una especie de subidón momentáneo o una distracción frente a sentimientos desagradables o incluso inmanejables. Aunque este tipo de gasto puede ofrecer un alivio a corto plazo, rara vez resuelve el malestar subyacente y, de hecho, suele generar sentimientos adicionales de culpa o arrepentimiento, creando un ciclo que se perpetúa a sí mismo.

Para algunas personas, comprar no se trata solo de placer: es una promesa de reinvención, de una transformación mágica que nos hará sentir más deseables y valiosos.

Sentirse "no suficientemente bueno" suele tener raíces en experiencias tempranas. En un desarrollo sano, la mirada atenta del cuidador ayuda al niño a sentirse visto, valorado y "real". Pero cuando el progenitor está deprimido, ausente o centrado en sí mismo, el niño crece dudando de su valor y suele recurrir a medios externos—como la apariencia o las posesiones—para sentirse validado. Las compras impulsivas se convierten así en una forma de perseguir la fantasía de un yo mejor, aunque rara vez se cumpla.

-La verdad es que comprando cosas puedes conseguir cierto reconocimiento por los demás...
-Para algunas personas, gastar tiene que ver con encajar o con esconder el doloroso temor de ser diferentes, inadecuados o excluidos. Trabajé con Helen, que creció siendo la única niña extranjera en un pequeño pueblo. Ya adulta, tenía más de 100 vestidos. Comprar se convirtió en su manera de protegerse del sentimiento de incomodidad y diferencia que llevaba desde la infancia. Cada compra era un esfuerzo silencioso por integrarse.

Este tipo de impulso también puede surgir de experiencias tempranas: sentir que un hermano era más querido, no sentirse comprendido por los padres, o haber sufrido acoso escolar. Pero también puede ser transgeneracional: por ejemplo, hijos de inmigrantes que absorben inconscientemente el anhelo de sus padres por integrarse. Aunque ellos mismos no hayan vivido el rechazo, cargan con los restos emocionales transmitidos a través del sistema familiar.

También lo he observado en jóvenes muy deseosos de no quedarse fuera o de no "perderse nada" (lo que en inglés llamamos FOMO, fear of missing out) que llegan a gastar más de lo que pueden permitirse con tal de no perderse una salida o un viaje, por miedo a quedarse al margen o ser excluidos, aunque esos sentimientos no siempre se reconozcan a nivel consciente.

-¿O sea, que las personas con glamour por todo lo que han comprado y que muestran pueden, en realidad, estar tratando de tapar su inseguridad?
-El gasto impulsivo puede ser una forma de sobrecompensación por una baja autoestima. Freud usó el término "narcisismo" para describir una defensa psicológica: una imagen inflada del yo que oculta una profunda vulnerabilidad. En términos actuales, algunas personas compran impulsivamente para construir una versión brillante de sí mismas, manteniendo una imagen exterior impecable mientras ocultan la vergüenza o la inseguridad.

Esto suele originarse en dinámicas infantiles donde el niño es valorado no por quien es, sino por cómo se ve o lo que logra. Un padre o madre narcisista, por ejemplo, puede oscilar entre idealizar y criticar al hijo, dejándole una sensación de confusión: ¿soy el mejor o el peor? Estos niños suelen crecer dependiendo de la validación externa, ya que no han tenido la oportunidad de desarrollar una autoestima interna estable.

Para algunas personas, cada nueva compra no es solo una cuestión de estilo, sino una afirmación: valgo; soy deseable; importo.

-¿Por qué sucede eso? ¿Qué tienen las compras que no tengan otras adicciones?
-Para quienes han vivido inestabilidad emocional o relaciones poco fiables, los objetos pueden convertirse en un ancla emocional. Las posesiones ofrecen una sensación de permanencia en un mundo en el que las personas—especialmente los cuidadores—pueden haber sido impredecibles, ausentes o emocionalmente inaccesibles.

Recuerdo a una paciente que fue abandonada por su padre en la infancia. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando le pregunté qué significado simbólico tenían esos bolsos de marca que compraba, y me respondió: la gente se va; las cosas se quedan.

Ese bolso o ese reloj pueden simbolizar mucho más que estatus: pueden representar consistencia, control o incluso seguridad emocional.

-¿Cómo se sale de ahí?
-Entender la función emocional de tu gasto es un primer paso fundamental. En lugar de preguntarte "¿por qué compré esto?", intenta con "¿qué sentía justo antes de comprar?" o "¿qué esperaba que esta compra me diera?". Desplazar el foco del objeto a la emoción puede revelar patrones más profundos y necesidades no reconocidas.

En última instancia, abordar el gasto impulsivo no consiste en prohibirte comprar, sino en cultivar conciencia de ti mismo, sanar heridas emocionales y desarrollar nuevas estrategias para satisfacer tus necesidades: estrategias que no dependan de un ticket de compra.

-¿Hay personas ricas que sienten que no tienen suficiente dinero?
-Definitivamente, sí. Un estudio en el Reino Unido reveló que 9 de cada 10 personas que ganan más de £100.000 al año (lo que les sitúa en el 4% con mayores ingresos del país) no se consideran personas adineradas. ¡9 de cada 10! Esto puede deberse a varios motivos: factores emocionales (como la ansiedad asociada al aumento del coste de la vida, por ejemplo), razones prácticas (pueden tener un salario alto pero pocos ahorros, lo que socava su sensación de seguridad financiera), o comparaciones sociales distorsionadas, alimentadas a menudo por inseguridades y percepciones erróneas que les hacen sentir que se están quedando atrás.

He trabajado con muchas personas que tienen un nivel de riqueza suficiente como para vivir con comodidad y seguridad, pero que, aun así, siguen acumulando dinero sin parar, a costa de otras cosas que su "yo racional" sí valora, como el tiempo con la familia, las amistades o sus aficiones.

Al final, cuando alguien me dice que no tiene suficiente, mi primera pregunta siempre es: "¿suficiente para qué?" Y eso nos lleva a una conversación muy interesante que no tiene tanto que ver con lo que el dinero puede comprar en un sentido práctico, sino con lo que el deseo de acumular revela emocionalmente: una necesidad de seguridad, la esperanza de sentirse valioso si uno vale más dinero, o el anhelo de felicidad que hemos asociado con tener más riqueza.

El dinero puede ser un facilitador de bienestar e incluso de confianza. Pero, en mi experiencia, rara vez es su fuente principal.

-¿Qué podemos hacer si sentimos que otra persona pone su afecto en venta a cambio de regalos valiosos?
-Debemos preguntarnos: ¿queremos ser cómplices de una dinámica en la que el amor o el afecto son condicionales? Si somos quienes hacemos el regalo, ¿qué nos impulsa a participar en esto? He visto este tipo de comportamiento en pacientes que son generosos hasta el punto del masoquismo, privándose a sí mismos en beneficio del otro.

La pregunta importante que debemos hacernos es: ¿es este el precio que sientes que tienes que pagar para que te quieran? He visto muchos ejemplos de generosidad que no nacen de un deseo genuino de dar alegría al otro, sino que vienen envueltos en una expectativa no dicha (o a veces bastante explícita) de reciprocidad.

Pensemos en el ejemplo de un padre o madre que ofrece pagar unas vacaciones navideñas en una acogedora cabaña en la montaña para que sus hijos adultos puedan acompañarlos. Si su intención es simplemente reunir a la familia y crear recuerdos entrañables, podemos decir, sin duda, que se trata de un acto de generosidad. Pero si esperan—o exigen—que todos estén presentes en cada comida o que sigan el itinerario al pie de la letra, entonces ese gesto deja de ser un acto de conexión y pasa a ser uno de control. El mensaje implícito es: “Yo pago, así que tenéis que hacer lo que yo diga.”

Lo que se espera a cambio —como vemos en este caso— no tiene por qué ser dinero para resultar controlador: puede ser disponibilidad, atención, ayuda, lo que sea. Por supuesto, es natural que un padre que organiza el viaje espere compartir momentos en familia. Pero una cosa es tener ilusión, y otra es tener una expectativa.

-¿No gastar dinero en uno mismo es un problema?
-Creo que es importante entender por qué alguien podría no querer gastar dinero en sí mismo. Al fin y al cabo, el dinero no está solo para ayudarnos a cubrir nuestras necesidades, sino también para satisfacer nuestros deseos y anhelos, que pueden ser materiales, pero también experiencias, formación y otras cosas que el dinero permite.

Si una persona tiene dificultades para darse a sí misma las cosas buenas que el dinero puede ofrecer, me preguntaría qué espera conseguir esa parte de sí que se priva. ¿Se trata de una forma de triunfar sobre sus propias necesidades? Es decir, ¿ha tenido un pasado en el que se le acusó de ser "demasiado necesitado/a"? ¿O sus necesidades fueron tantas veces ignoradas o frustradas que ahora siente alivio cuando puede prescindir de ellas? O quizá tiene tanto miedo de su propia codicia y voracidad que mantiene sus deseos bajo estricto control por temor a perder el control por completo.

Siempre invito a la autoexploración cuando observo una conducta financiera que parece extrema. Porque detrás de los comportamientos rígidos o inusuales con el dinero, suele haber una historia emocional que merece ser comprendida.

 -¿Qué lugar debe ocupar el dinero en nuestra vida?
-Creo que la respuesta a esa pregunta es diferente para cada persona —y es justo que sea así por que no somos todos iguales— pero en términos generales, el bienestar financiero debería, como mínimo, permitirnos cubrir nuestras necesidades y satisfacer algunos de nuestros deseos. Puede sonar simple, pero sentir que uno tiene una buena relación con el dinero es un reto para muchos, porque implica encontrar un equilibrio delicado entre ahorrar para imprevistos y el futuro, gastar en lo necesario y en aquello que nos da alegría, e invertir para hacer crecer lo que tenemos.

Este equilibrio no es fácil de alcanzar porque hay muchos factores externos que influyen en nuestra situación financiera, pero también muchos factores emocionales que a veces nos impiden actuar de forma coherente con lo que realmente sería lo mejor para nosotros.

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