La verdad es que soy una persona cursi.
Me emociono con muchas cosas.
La existencia me supera, sí, me invade, me desborda.
Me descubro llorando con un anuncio.
Con una imagen o un sonido.

Me sobreviene una ola por dentro.
Que me recuerda que estoy vivo.
Que estoy en la vida.
Y muchas veces han querido que no sintiera eso.
Que fuera un adulto funcional, posible.
Duro.
Que usara solo la razón.
Solo el intelecto.
Que aparcara las emociones porque las emociones son para los débiles.

En este vídeo puedes escuchar el podcast completo con la maravillosa voz de Roy Galán.

Las emociones no son científicas.
Son despreciables e insignificantes.
Las puede sentir todo el mundo.
En cambio para la razón hace falta esfuerzo.
Hace falta currárselo.
Hace falta «tener algo», no solo estar.
Te hace único frente a los demás.

La emoción es algo que no te ganas: te regalan.
La razón te hace inteligente frente a otros.
Y la emoción, imbécil.
Es dominado por sus emociones, dicen.
Se acerca a lo animal, lejos de lo humano.
Pues yo quisiera hacer un elogio de la bondad.
Viva la cursilería.
Aunque te reste credibilidad y profesionalidad.
Viva el asombro y la ingenuidad.
Viva el permitirnos parecer imbéciles.
Porque lo somos.
Reivindico mi derecho a emocionarme.
A estar en la vida.
Y que la vida esté en mí.

La emoción como puente con el otro.
La emoción como lo que nos iguala.
Como lo que nos permite recordar lo colectivo, lo que nos une y no lo que nos separa.
La emoción contra esa individualidad atroz.
Que nos quiere sabiendo cosas sin pasarlas por el corazón.
Sabiendo cosas para echarlas en la cara de otros.
Para recriminarles todo lo que no saben.
Obviando.
Todo lo que sí sienten.

Llorar no es de débiles

Muchas veces las emociones de los demás nos provocan pudor.
Queremos que pasen rápido.
Que no se produzcan en público.
Animamos a la gente con la intención de que dejen de hacer eso que nos incomoda.

Porque al final.
Cuando alguien se expresa nos hace de espejo.
Alguien expresándose es una pregunta a los demás.
¿Por qué tú no te expresas?
¿Cómo estás?
¿Qué sientes?

Muchas veces decimos: No llores.
Pero no porque nos preocupe el bienestar de quien llora.
Sino porque, lo mismo, eso podría desencadenar algo en nuestro interior.
Porque no somos capaces de sostener la tristeza ajena.
No somos capaces de acompañar.
De quedarnos simplemente en silencio.
Y estar.

Dejemos de decirle a la gente que no llore.
Porque la tristeza es un sentimiento igual de válido que cualquier otro.
Porque lo que sientes, importa.
Importa tanto como para darle un lugar y un tiempo.
Como para no tener miedo a vivir esa emoción.
Aunque no te guste.

Lo importante es qué haces tú con esas lágrimas.
Llorar no sirve de nada, dicen.
Llorar sirve igual que sirve un río que baja por una montaña.
Igual que sirve el viento que agita las ramas.
Llorar sirve porque solo cuando tienes vida puedes llorar.

No, llorar no es de débiles.
Llorar es de vivos y de vivas.
Porque mientras tengas un espacio en el planeta.
Puedes mostrarte.
Y esta existencia sin mostrarte es menos existencia.

Así que dejemos de intentar que la gente exista menos.
Que sea más comedida.
Que haga menos escándalo.
Que se guarde cosas porque hay cosas que son íntimas.

Porque nombrar la intimidad es muchas veces un ejercicio de poder sobre los demás.
Una llamada a una especie de orden, de vergüenza o de culpa.
Un aviso de que los trapos sucios se lavan en casa.
No, los trapos se ensucian en la calle, de manera colectiva, y de manera colectiva se limpian mejor.

Dejemos de escurrir el bulto con los demás.
Y hagámonos responsables también de lo que sienten.
Por estar compartiendo existencia.

Escucha el podcast de Roy Galán: