Hades fue un dios griego poco estimado, pues era el rey del mundo subterráneo al que iban a parar los mortales al término de sus vidas. Su mito, sin embargo, está ligado también a la idea de renacimiento gracias a su esposa Perséfone.

El nombre de Hades, que significa “invisible”, hace total justicia a este inquietante dios: más allá del prodigioso casco que lo oculta a la mirada de los demás nada más ponérselo, Hades es invisible porque reina en el inframundo y tiene como súbditos a los que ya han muerto.

Hades y el reparto del universo

Hades, como el resto de sus hermanos olímpicos con la única excepción del menor, Zeus, conoció una infancia peculiar: nada más nacer, su padre Crono se lo tragó, no por gula, sino por miedo a que uno de sus hijos le destronara como señor del universo.

Dada su naturaleza divina, ni Hades ni Poseidón, Hera, Deméter y Hestia murieron, por lo que fueron creciendo y desarrollándose en el estómago paterno. Y así fue hasta que Zeus hizo que su padre los regurgitara. Ni que decir tiene que, desde ese instante, todos ellos decidieron que no volverían a pasar por el mismo trance y que estaban dispuestos a luchar hasta el final por conservar su libertad.

Así lo hicieron en la Titanomaquia, la guerra que les enfrentó a los dioses de la generación anterior, los titanes, y en la que Hades se distinguió por destruir sus defensas sin ser visto, gracias al casco que los cíclopes, sus aliados, le habían forjado.

Llegada la hora de la victoria, los tres hermanos varones decidieron repartirse las esferas de su poder: a Zeus, cuya jerarquía ninguno discutía, le tocó el cielo; a Poseidón, los mares, y a Hades, el tenebroso inframundo. Hacia allí partió.

Hades, dios de un mundo de sombras

El reino de Hades no era especialmente divertido, poblado como estaba por los espíritus, las sombras, de los que un día fueron personas vivas. La mayoría ni siquiera recordaban quiénes habían sido, pues habían bebido de las aguas del río del olvido, el Lete, uno de los cinco ríos que atravesaban el inframundo. En él, tampoco se distinguía ni a los buenos ni a los malos, excepto a aquellos cuyos crímenes habían superado todo lo imaginable.

Fue el caso de Tántalo, un rey que había dado muerte a su hijo, lo había descuartizado y guisado, y se lo había ofrecido en un banquete a los dioses, solo para ver si estos advertían qué carne era esa que tenían ante sí.

Ante tamaña muestra de depravación, Tántalo fue condenado a sufrir hambre y sed eternas, y para que el castigo fuera aún más cruel, se hallaba rodeado de viandas y agua que nunca podía ni comer ni beber.

Hades y el rapto de Perséfone

Con un reino así, no es extraño que Hades tuviera problemas para encontrar esposa. Pero él no se dejó amilanar y, prendado como estaba de su sobrina Perséfone, un día que ella salió a recoger flores hizo que se abriera la tierra a sus pies y la raptó.

Perséfone era hija de Deméter, la diosa de la agricultura y la fertilidad de los campos. Lógicamente, al comprobar la desaparición de su amada hija, Deméter se lanzó a buscarla por todo el mundo. No solo eso, sino que lanzó una maldición por la que la tierra permanecería estéril hasta que no la recuperara.

Al final, la encontró en el inframundo. Deméter intentó llevársela consigo, pero Hades se negó a dejarla ir. En cuanto a Perséfone, parece ser que se había enamorado del dios y estaba más bien dispuesta a restar a su lado.

Por mediación de Zeus, acabó llegándose a un compromiso: Perséfone viviría junto a su madre la mitad del año y la otra mitad junto a su esposo, quien, para asegurarse de su regreso, le hizo comer unos granos de granada, fruto que ligaba para siempre al mundo de los muertos.

Así, los meses que Perséfone pasa con su madre corresponden a los de la primavera y verano, cuando la naturaleza es fértil y generosa, mientras que los que pasa con su esposo son los del otoño y, sobre todo, el invierno, cuando todo se vuelve yermo y estéril.

Hades y el origen de la menta 

Excepción hecha de Perséfone, Hades es un dios al que apenas se le conocen amoríos. Los mitos hablan de una relación con Mente, hija de uno de los ríos del inframundo, el de las lamentaciones o Cocito. Perséfone, por celos, la transformó en la planta de la menta.

Otro rasgo que lo distingue del resto de dioses es que Hades no tuvo descendencia, ni siquiera de Perséfone, quizás porque el inframundo, por definición, es estéril.

Mitos sobre Hades y Perséfone

Más allá de la historia del rapto, los pocos mitos en que aparecen Hades y Perséfone están relacionados con las visitas que algunos héroes (¡vivos!) hicieron al mundo de los muertos.

La más famosa es la del cantor Orfeo, quien bajó hasta ese tenebroso antro en busca de su amada esposa Eurídice, muerta por la picadura de una serpiente. De él, se decía que era capaz de emocionar a las fieras, los árboles e incluso las rocas con su canto. No fueron una excepción los reyes del inframundo, quienes, conmovidos, permitieron que Orfeo se llevara a Eurídice de regreso al reino de los vivos. Solo le pusieron una condición: que en todo el trayecto no volviera nunca el rostro para mirarla. Orfeo no pudo cumplirla y Eurídice se hundió de nuevo en el inframundo.

Otros héroes que visitaron al lúgubre matrimonio fueron Teseo y Pirítoo. Su propósito era secuestrar nada más y nada menos que a Perséfone, con la que Pirítoo había decidido casarse. Fue un fiasco: Hades los invitó a comer y, nada más sentarse, ambos amigos vieron cómo unas serpientes se enroscaban alrededor de ellos y los ataban a sus sillas.

También Heracles (el Hércules de los romanos) bajó al inframundo, en su caso para cumplir con uno de los doce trabajos impuestos por el rey Euristeo de Micenas: hacerse con Cerbero, el terrorífico perro de tres cabezas y cola de serpiente que guardaba el reino de los muertos. En ese viaje, Heracles aprovechó para liberar a Teseo.

El culto al dios Hades: los misterios de Eleusis

La condición de dios de los muertos hizo que Hades fuera más temido que apreciado. La excepción era la ciudad de Elis, en el Peloponeso, que tenía a Hades como patrón y un templo a él dedicado, aunque este solo se abría una vez al año y contaba con un único sacerdote.

En cambio, la tríada formada por Hades, Perséfone y Deméter ocupaba un lugar especial en un antiquísimo culto: los misterios de Eleusis, una ciudad próxima a Atenas. Según el mito, fue allí donde Deméter cesó en la búsqueda de su hija y enseñó a los humanos los secretos del cultivo del cereal.

El nombre de “misterios” no es gratuito: todo el culto estaba rodeado de un secretismo tan bien conservado, que apenas se sabe nada de él. Lo único, que en él se celebraba el ciclo de vida, muerte y regeneración que hay tras el mito de esos tres dioses.