Desde siempre, los griegos han mirado al mar, lo han explorado y han sacado provecho de él. Eran conscientes, sin embargo, de su peligrosidad, por lo que no se olvidaban de rendir tributo al gran señor de las aguas, Poseidón.

Poseidón era el dios de las aguas y de las criaturas que en ellas viven. Era ese un mundo en el que los mortales se aventuraban no sin temor, sabedores de que el dios, dado su carácter voluble y traicionero, podía hacerles naufragar en un instante y empujarlos a un abismo poblado por monstruosas criaturas. De ahí que no se echaran a la mar sin antes invocar su favor: “Salud, Poseidón, que la tierra recoges, el de oscuro cabello: con corazón favorable protege, bendito, a los que navegan”, rezaba un viejo himno a él dedicado.

 

Poseidón y el sorteo del universo

Poseidón no nació como dios de los mares, aunque sus primeros años sí transcurrieron en un espacio húmedo y lóbrego en el que había ocasiones sobradas en las que chapotear: el estómago paterno. Y es que su padre, Crono, se lo tragó nada más nacer.

Poseidón solo vio la luz del mundo cuando, ya adulto, fue regurgitado junto con sus hermanos Hades, Hera, Deméter y Hestia gracias a Zeus, quien se había librado de la gula de Crono gracias al ingenio de su madre Rea.

Esa liberación fue el prólogo de una larga guerra entre la generación anterior de dioses, los Titanes, y la nueva, la de los que más tarde serían conocidos como Olímpicos. En esa contienda, Poseidón se distinguió gracias a un tridente que habían forjado para él sus aliados Cíclopes y que tenía el poder de hacer temblar la tierra cuando se clavaba con fuerza en ella.

Los Olímpicos resultaron vencedores y los tres varones, Zeus, Hades y Poseidón, se repartieron a suertes el universo. Al último le correspondieron los mares. Satisfecho, se hundió en ellos y allí, en las profundidades, construyó su mansión.

No obstante, algunas referencias en antiguos mitos y poemas sugieren que Poseidón en realidad era un dios ligado a la tierra. “Sacudidor de la tierra” le llamaban, por su capacidad de provocar terremotos. Además, se le asociaba a dos animales, el caballo y el toro, plena e inequívocamente terrestres…

Los amores de Poseidón

Al igual que su hermano Zeus, Poseidón fue un dios absolutamente incontinente cuando de amores se trataba. A su esposa, la ninfa de las aguas Anfítrite, no le quedó otro remedio que resignarse. De ese matrimonio nació Tritón, dios de las profundidades marinas.

Poseidón tuvo numerosas relaciones, tanto con diosas como con mortales. Una de las más extrañas fue la que mantuvo con Deméter, y no tanto por su carácter incestuoso, sino porque ella, huyendo del acoso de su hermano, se transformó en yegua y galopó hasta hallar refugio entre otros caballos. No le sirvió de nada, pues Poseidón se metamorfoseó en semental y no tardó en encontrarla. Unos meses después nació un hijo, Arión, que, como no podía ser de otro modo, era un potro. Eso sí, con poderes.

No fue ese el único hijo de Poseidón con forma equina: otro fue Pegaso, el caballo alado. En este caso, el nacimiento no siguió los cauces normales, pues la criatura surgió entre chorros de sangre cuando la espada del héroe Perseo cortó el cuello de la Medusa. Esta era entonces un monstruo con cabellos como serpientes y mirada que convertía en piedra, pero antes había sido una hermosa sacerdotisa de Atenea. Tan hermosa, que Poseidón la sedujo y violó, aun a sabiendas de que eso atraería la ira de Atenea no hacia él, sino hacia la pobre víctima, como así fue. Pegaso debió ser engendrado durante aquella violación.

Ya puestos, Poseidón fue padre también de un carnero, el Vellocino de Oro, al que tuvo después de raptar a la bella Teófane, convertirla en oveja para que pasara desapercibida entre sus pretendientes y unirse a ella bajo la forma de un carnero.

Poseidón se unió también con Euriale, una de las hijas del rey Minos de Creta, con la que tuvo a un gigante, Orión, que tenía la facultad de andar por las aguas.

Gigantes fueron también Oto y Efialtes, hijos de la mortal Ifimedea. Sintiéndose rechazados por su padre Poseidón, ambos trataron de asaltar el Olimpo apilando piedras y más piedras hasta formar una montaña igual de alta. Al final, acabaron de darse muerte entre sí cuando perseguían a Ártemis para violarla.

Otro hijo famoso de Poseidón, en este caso con la ninfa Toosa, fue el cíclope Polifemo. Mas, en su caso, lo peor no era su apariencia, con ese único ojo en la frente que le daba un aire intimidante, sino sus detestables hábitos alimenticios: la carne humana era su debilidad. Bien lo supo el héroe Ulises, que vio cómo varios de sus compañeros eran devorados por él. Al final, consiguió emborracharlo y cegar su ojo, lo que le valió la inquina de Poseidón.

Poseidón: un padre violento con hijos violentos

Todos esos hijos son una buena muestra de la naturaleza violenta e irreflexiva de Poseidón. A ellos pueden sumarse Procusto, Cerción y Esciro, tres auténticos psicópatas que robaban y mataban a aquellos con los que se topaban. El modo de actuar del primero era especialmente demencial, pues ofrecía hospitalidad a los viajeros y luego, llegada la hora de acostarse, les cortaba todo aquello (cabeza o extremidades) que sobresaliera de la cama o, si la persona era más bien baja, estiraba sus miembros hasta descoyuntarlos. A los tres los mató Teseo, el gran héroe de Atenas al que los mitos hacen hijo o nieto, precisamente, de Poseidón.

Esa filiación, sin embargo, no fue suficiente como para que los atenienses escogieran a Poseidón como su dios protector. A ese puesto aspiraba también Atenea, que fue finalmente la que lo consiguió. Y todo porque ofreció a los habitantes de la ciudad un regalo ante el cual la fuente de agua salada otorgada por Poseidón nada podía hacer: el primer olivo.

El culto al dios Poseidón

Poseidón no logró el patronazgo sobre la ciudad más esplendorosa de Grecia, pero eso no significaba que los atenienses no le rindieran culto. Lo hacían en el templo de Sunion, un promontorio cuyas aguas surcaban todos aquellos marinos que zarpaban o regresaban de Atenas. De ese modo podían encomendarse al dios en su viaje o agradecerle la travesía que les retornaba al hogar sanos y salvos.

El dios Poseidón tenía también templos en Sición y Asea, en el Peloponeso, y en la isla de Calauria (actual Poros).

El templo más espectacular de todos era el de Poseidonia, una colonia griega fundada en el sur de Italia en el siglo VII a.C., cuyo nombre rendía homenaje a Poseidón, aunque hoy el enclave sea más conocido por el latino Paestum. No obstante, hay estudiosos que afirman que ese templo estaba en realidad dedicado a su hermana Hera.