El ritmo desenfrenado que nos imponemos y los numerosos deberías y exigencias internas y externas que nos encorsetan hacen que a menudo olvidemos nuestro autocuidado en el día a día.

Autocuidarse es escucharte desde la certeza de que tu naturaleza es estar bien y que estar bien es lo que te mereces. Este tipo de bienestar pasa por respetar tus propias necesidades para permitir que tu organismo recupere la capacidad de autorregularse.

Se trata de seguir más nuestros impulsos para hacer lo que nos pide el cuerpo, lo que nos gusta, antes que lo impuesto o lo que se supone que debería gustarnos, aunque la sociedad actual está organizada de forma que nos hace adictos a todo lo contrario.

Volver a conectar con la necesidad de cuidarnos es esencial para garantizar nuestra buena salud mental y física. ¿Cómo lograr esta reconexión con el cuidado personal? Te damos las claves para despertar todo tu potencial.

1.Volver a escucharnos

Lo más importante es fortalecer el hilo invisible que nos mantiene comunicados con nosotros mismos, con nuestras sensaciones corporales y necesidades más genuinas. A veces el alejamiento que experimentamos con el cuerpo es tal que somos incapaces de identificar el cansancio que nos abruma, el hambre e incluso los pequeños dolores…

La cabeza ocupa tanto espacio que las sensaciones quedan sepultadas, como anestesiadas.

Y más en este momento en el que el miedo a enfermar favorecen esta lejanía tal vez como mecanismo de defensa. Pero solo al reconectar con las sensaciones podemos identificar qué nos puede proporcionar satisfacción en cada momento, qué necesitamos para sentirnos bien.

2. Parar, descansar y jugar

Es el cuerpo el que vive en el presente, y no la mente. Por eso, para mantener viva esta comunicación con nuestro interior, necesitamos regresar al aquí y ahora, y bajar el ritmo.

Si observas el ritmo natural de cualquier otro ser vivo –tu gato, tu perro, etc.–, verás que todos se toman tiempo para parar y descansar, incluso para jugar. De hecho pasan más tiempo durmiendo y jugando que realizando cualquier otra actividad. ¿Cuántas veces al día te das tú permiso para no hacer? ¿Y para jugar?

3. Regalarse amor

Permitirnos este tiempo para parar a escucharnos depende de la cantidad de amor que podamos darnos a nosotros mismos. Sin ese amor, el automaltrato en forma de autoexigencia, de diálogos interiores poco amables o de sentimientos de culpa, puede ser constante.

Se trata de comprender que merecemos estar bien, y que aquello que nosotros mismos no nos demos, tampoco podrán dárnoslo los demás. De hecho, si tú te lo regalas, dejarás de exigírselo.

Amarse a uno mismo sería una primera condición para poder amar a los que nos rodean.

Sin embargo, muchas personas consideran la autoestima y el autocuidado como una forma de narcismo.

Pero, al igual que en los aviones en caso de emergencia, si caen las mascarillas de oxígeno, se nos invita a colocarnos primero la nuestra y solamente después dedicarnos a ayudar a los demás. Debemos recordar que si nos falta oxígeno, nada podemos hacer por los demás.

4. No culpabilizarse ni exigirse demasiado

No obstante, es fácil perderse en el afuera. Los mujeres, porque suelen cuidar más a los demás que a sí mismas, y los hombres, porque están más pendientes del éxito exterior que de sus necesidades. Los muchos siglos de cultura judeocristiana han llevado a las mujeres a culpabilizarse cuando se priorizan a ellas mismas. Nos han enseñado sobre todo a sacrificarnos.

Nuestra cultura da más valor al deber que al placer y al amor.

El egoísmo tiene mala prensa, hasta el punto de que cuidarse acaba significando más dosis de autoexigencia para alcanzar nuevos logros: por ejemplo, con el objetivo de lograr un cuerpo más atractivo nos obligamos a hacer ejercicio o a seguir una dieta para adelgazar. Nos cuidamos esforzándonos desde lo estricto. Otra vez lo hacemos desde el «debería» exterior.

5. Pensar en las necesidades que debemos cubrir

Como seres vivos que somos, dependemos de un medio ambiente y este debe satisfacer nuestras necesidades, unas necesidades que podemos identificar a través de las sensaciones físicas. Cuando ruge el estómago es porque tenemos hambre.

Cuando bostezamos, necesitamos dormir. Estas necesidades van desde las más básicas, como son las necesidades fisiológicas (dormir, comer, beber, tener relaciones sexuales, etc.), hasta las necesidades más elevadas y espirituales como la autorrealización, pasando por las necesidades de seguridad, afecto y reconocimiento.

Hoy, paradójicamente, las necesidades fisiológicas son las que peor estamos cubriendo: dormimos menos que nunca en la historia, los trastornos de sueño son algo habitual y comemos rápido y mal. El sexo tampoco sale muy bien parado. Es lo último después de todas las obligaciones. No tenemos el autocuidado en lo más básico integrado en el día a día, lo que a su vez nos impide satisfacer nuestras necesidades más elevadas, ya que las básicas constituyen el suelo en el que se asientan las demás.

6. Recordar que somos naturaleza

Esta falta de contacto con nuestras necesidades fisiológicas se explica, en buena medida, por el hecho de que vivimos alejados de la naturaleza, en unos espacios como son las ciudades que impiden percibir los cambios de luz que conllevan las horas del día y las estaciones del año y que nos separan de un ritmo y de unos ciclos acordes con lo natural.

Esta forma de vivir desconectada de la naturaleza nos instala en ese mundo de las ideas y del «cómo debería ser».

Nos desconecta de nuestro cuerpo y nos lleva a dejar de respetar sus ritmos. Por primera vez en la historia de la humanidad, en el año 2020, la masa creada por el hombre superó a la de la naturaleza. Es decir, parece que cada vez será más difícil recuperar este contacto con nuestro cuerpo, con nuestro origen, y por lo tanto atender nuestras necesidades más básicas.

7. Moverse más para reconectar

Vivir en ciudades también nos impide atender otra importante necesidad primordial: la de movimiento. La ciudad implica un mayor uso del coche y habitar en espacios cerrados y pequeños. Sin embargo, estamos hechos para desplazarnos continuamente.

Realizar actividad física nos regenera internamente y energetiza.

La pediatra Emmi Pikler señala, por ejemplo, la importancia del movimiento libre en el desarrollo de los niños.

En los adultos, hacer ejercicio facilita la descarga de miedos y tensiones. Movernos nos permite también desarrollar la sabiduría organísmica, es decir, conectar con las sensaciones físicas que nos indican qué nos sienta bien y qué no. El movimiento genera fuerza interna para cambiar las cosas y transformar aquello que no nos gusta. Por todas estas razones moverse es autocuidarse.

8. Cuidar la relación con los demás

Otro elemento del autocuidado es el contacto con los demás. Las relaciones nos ayudan a sentirnos bien con nosotros mismos. Necesitamos abrazos, intimidad y pertenecer, pues nos da seguridad. Somos animales sociales que se autorregulan a través de los demás.

Nuestro sistema nervioso autónomo está diseñado para empatizar y sentir compasión, para leer en el rostro de los que nos rodean aquellas señales que indican peligro o lo contrario. Cuando estas señales nos despiertan seguridad aparecen el placer y la felicidad, mientras que la inseguridad nos pone en alerta y nos hace sentir desgraciados, porque es en un entorno seguro en el que podemos sentirnos libres para jugar, para ser espontáneos, para estar en calma y disfrutar.

9. Sentirse en armonía

El psicólogo Abraham Maslow define las experiencias cumbre como aquellas en las que la persona se siente en completa armonía consigo misma y con lo que la rodea y por ello experimenta un profundo estado de bienestar. En este estado, la persona es una con el mundo.

Podríamos considerar que es el momento en que esa persona siente satisfechas todas sus necesidades, incluso las de autorrealización. Uno está más en contacto que en ningún otro momento con la cara de «Dios» en la tierra. Pero ¿qué necesitamos para propiciar esas experiencias, esa manera de sentirse?

Puedes hacer una lista de todos los recursos que te facilitan la sensación de plenitud a partir de todas aquellas experiencias de felicidad que puedas recordar. Todos esos recursos, que ya están en ti, constituyen uno de tus principales potenciales interiores para desarrollar el autocuidado.

10. Ejercicio para saber cómo cuidarnos

Te proponemos un experimento para conectar con esta sensación de plenitud en tu vida cotidiana y saber qué podría facilitarla.

Cierra los ojos y revive una vivencia de bienestar. Recuerda un momento de tu vida en el que te hayas sentido particularmente bien, un momento en el que te hayas sentido muy feliz. Si puedes, rememora el mejor momento de tu vida o uno de los mejores. Observa tu cuerpo

  • ¿Cómo eran las sensaciones corporales que tenías gracias a aquella vivencia?
  • ¿Cómo era tu respiración? ¿En qué parte de tu cuerpo sentías el placer o el bienestar: en las piernas, en el pecho…?
  • ¿Qué condiciones propiciaron esas sensaciones? ¿La libertad? ¿La ligereza? ¿El reconocimiento? ¿El movimiento? ¿Reír, cantar, compartir, jugar…?

Permítete sentirlo y presta especial atención a qué cambia en tu cuerpo cuando entras en este estado.