Tener una misión personal otorga significado a nuestro día a día y nos ayuda a superar las adversidades. Sin embargo, no todo el mundo goza de un propósito claro que guíe su vida.
Como explicaba, junto a Héctor García, en nuestro libro Ikigai, todo el mundo tiene una razón de ser. Algunas personas ya la han encontrado, otras la llevan dentro pero todavía la están buscando. Está escondido en su interior y deberán efectuar una exploración paciente para llegar a lo más profundo de su ser.
Antes de nutrir tu propósito, tienes que saber cuál es
Para descubrir nuestro propósito, la vía más directa es preguntarnos qué amamos hacer por encima de cualquier otra cosa. En caso de duda, podemos viajar a nuestra infancia, ya que los niños están íntimamente vinculados a su ikigai:
- ¿Qué nos gustaba hacer?
- ¿Mostrábamos algún talento especial?
- ¿Cuáles eran nuestros planes y sueños?
Quizás esos talentos, planes o sueños han quedado cubiertos bajo el polvo de la educación y las exigencias de la vida adulta.
Además de regresar a la infancia y a la lista de deseos que, según explicaba Randy Pausch en La última lección, hablan de quienes somos en esencia, tenemos otras vías para descubrir nuestro ikigai:
- Flow. Para precisar lo que amas por encima de otras cosas, resulta útil medir el grado de «flow» que te procura una actividad. Aquello que te hace fluir hasta olvidarte del tiempo —por eso una hora puede parecer un minuto— es tu pasión.
- El test negativo. Como decía Alejandro Jodorowsky, a través de lo que no te gusta también se llega a lo que te gusta. Si, por ejemplo, en todos tus trabajos en oficinas has sido infeliz, tu ikigai debe de estar en el ámbito opuesto a ese denominador común. Necesitas una vida fuera de los espacios y horarios fijos. Quizás estás llamado a ser un free lance, o un nómada digital.
- La prueba del talento. Aquello que se te da bien hacer es otra pista clara de lo que puede ser tu propósito en la vida, ya que la mayoría de las personas disfrutan desarrollando aquello para lo que tienen un don especial. Busca dentro de ti los tesoros que tienes para ofrecer al mundo.
- Lo que el mundo necesita. Al ikigai también se puede llegar desde lo que sentimos que falta a nuestro alrededor. Si observamos una carencia de amabilidad, por ejemplo, la pregunta sería: ¿cómo puedo a través de mis dones y de lo que me gusta hacer aportar un poco de amabilidad al mundo?
- Prueba y error. Así avanza la ciencia y el cultivo de las pasiones humanas. El ikigai no vendrá a buscarte al sofá de casa. Tampoco a la pantalla de tu móvil. Necesitas salir de tu mundo y conocer otras personas, otras visiones, libros y paisajes distintos. Viajar de la forma que sea —también a través de la mente— fuera de la cotidianidad ampliará tu ancho de banda y aumentará la posibilidad de encontrar una nueva misión.
Has descubierto tu ikigai... ¿y ahora qué?
Si ya has encontrado tu ikigai, para nutrirlo, el abono fundamental es el tiempo.
Para evitar que las urgencias —que son importantes para otros, pero no para ti, como decía Covey— monopolicen tu agenda, reserva un espacio diario para tu propósito. Puede ser una hora que liberes en tu agenda, tu oasis en medio del ajetreo cotidiano. Cultiva tu pasión y el mundo también se beneficiará de tus frutos.
Simon Sinek explica que hay tres niveles de excelencia: cuando somos conscientes de QUÉ hacemos, ocupamos el círculo más débil; si hacemos hincapié en CÓMO lo hacemos, estamos en el segundo círculo; y el superior es saber POR QUÉ lo hacemos.
Una vez identificado tu propósito, el motivo por el cual te levantas de la cama, debes regar esa pasión con tiempo. Si le das lugar, irá creciendo hasta llegar a ser el centro de tu vida