Hemos llegado a los ocho mil millones de personas en el planeta.
Tantos seres humanos y nos cuesta tanto ponernos de acuerdo en lo más básico.
En que hay que luchar para que las necesidades de los que tienen menos estén cubiertas.
En que la igualdad es una urgencia.
En que no podemos hacer lo que queremos siempre.
Que la libertad propia tiene un límite y es el dolor o malestar ajeno.
Que la existencia tiene, o debería tener, un límite y ese es el respeto por otras existencias.
En este videopodcast puedes escuchar la preciosa voz de Roy Galán con frases que reflexionan sobre la esperanza de vivir.
Siempre que sucede algo incomprensible.
Que hacemos algo «mal».
La gente dice que merecemos la extinción como especie.
No, no merecemos la extinción.
Porque además hay cosas hermosas.
No solo es violencia.
Hay afecto, hay alegría, hay solidaridad.
Es la humanidad y no lo divino quien puede hacer el milagro de lo común.
De hecho, seguir aquí, ahora, sigue siendo a cada instante una oportunidad para hacerlo mejor.
Tiene que serlo porque si no.
Para qué seguimos.
Porque si no entraríamos en un nihilismo en el que nada importa.
Total, qué vamos a hacer si vamos.
A desaparecer.
A veces, cuando la vida me sobrepasa, cuando siento rabia u odio.
Pienso en la migaja brillante que somos suspendida en el Universo.
Pienso en la distancia que hay.
En que somos motas de polvo comparado con las estrellas de las que venimos.
Pienso en el tiempo que hay.
En que duramos una milésima de segundo comparado con lo que dura una montaña.
Pienso en qué es lo importante.
Si los problemas son verdaderamente problemas.
Si no podremos llegar a un entendimiento.
Pienso en la decisión llena de flores que supone comprender.
Escuchar.
Apostar por el presente aunque no sepamos si habrá futuro.
Dejar el mundo tal y como lo encontramos para los que están por venir.
Incluso, un poco más de esperanza.
Somos ocho mil millones.
Y aquí seguimos quejándonos porque una persona nos rechaza.
Porque nos aburrimos.
Porque no nos sale algo a la primera.
Quizás todo sea más fácil.
Y consista en salirse un poco más de uno mismo.
Tomarse menos en serio.
Para vivir con menos compromisos.

Salvemos las distancias para evitar la soledad

La distancia no es solo un espacio que nos separa.
Es un estado de ánimo.
Un sentir concreto.

Nos hicieron pensar que para madurar teníamos que distanciarnos.
Cortar.
Alejarnos.
Sí, nos hicieron creer que la independencia pasaba siempre por estar lejos.

¿Pero quién puede cuidar así?
Nadie.
Nos contaron el cuento de que no necesitamos que nos cuiden.
Que tenemos que poder nosotros solos.

Pero no nos hablaron de la interdependencia.
De la idea de comunidad.
De los apegos que nos proporcionan certezas vitales.
De la certidumbre necesaria para la existencia.
De la ayuda.

Pienso en esta foto fija que ha hecho el confinamiento.
En dónde nos ha sido tomada.
A cuántos metros de las personas que queremos.
Pienso en si esos metros han sido construidos de manera consciente.
O si por el contrario es resultado de creer que el crecer pasa siempre por denostar lo conocido.

¿Para qué queremos demostrar autosuficiencia si luego nos sentimos solos?
Si luego no podemos atender a aquello que llamamos familia.
Porque si quisiéramos hacerlo.
Tardaríamos tanto espacio en llegar.
Que al hacerlo el hecho habría desaparecido.
Que sería inviable estar.

Porque nuestro modo de falsa independencia nos hace imposible el estar.
Estar cuando hay que regar una planta, cuando quédate tú un momento aquí para que pueda hacer esto yo.
Estar cuando él se cae.
Estar cuando las alegrías y las penas.
Estar.

Nuestra concepción del mundo nos ha arrebatado la posibilidad de estar.
A romper lazos en vez de sumar.
Y cada vez que sentimos que alguien «depende» de nosotros.
A salir huyendo, a borrar y bloquear.

Tenemos miedo al compromiso porque comprometerse supone aceptar que no somos omnipotentes.
Que sin los demás.
No podemos.
Que los vínculos y afectos nos permiten sobrevivir.
Pero pudiendo ser continentes nos hemos convertido en islas.
Que compiten entre ellas.

Hoy.
Que tenemos que guardar una distancia social.
Pienso en todas esas personas que están solas.
Porque les metieron en la cabeza que la vida tenía que ser así.
Que para buscar tu camino tenías que parecer muy duro.

Pienso en todas las personas que echan de menos a las personas.
Cuando el mundo está lleno de ellas.
Cuando somos miles de millones.
Pienso en si esto no se podrá revertir en un futuro.

Que si aprenderemos de esta a hacer vecindad.
A recoger toda esa cuerda extendida.
Para juntarnos mucho más.
Para que el otro pueda ver.
Que de verdad puede contar contigo.
Sin excusas.

Sin «es que no puedo».
Porque estaremos más cerca.
Y podremos compartir todas esas cargas y fuegos artificiales.
Que este planeta.
Nos seguirá brindando a diario.

La voz de Roy Galán es un podcast del escritor Roy Galán para la revista Mentesana. Escúchalo y compártelo.

Hemos llegado a los ocho mil millones de personas en el planeta.

Tantos seres humanos y nos cuesta tanto ponernos de acuerdo en lo más básico.

En que hay que luchar para que las necesidades de los que tienen menos estén cubiertas.


En que la igualdad es una urgencia.


En que no podemos hacer lo que queremos siempre.

Que la libertad propia tiene un límite y es el dolor o malestar ajeno.

Que la existencia tiene, o debería tener, un límite y ese es el respeto por otras existencias.

Siempre que sucede algo incomprensible.


Que hacemos algo «mal».


La gente dice que merecemos la extinción como especie.

No, no merecemos la extinción.

Porque además hay cosas hermosas.

No solo es violencia.

Hay afecto, hay alegría, hay solidaridad.

Es la humanidad y no lo divino quien puede hacer el milagro de lo común.

De hecho, seguir aquí, ahora, sigue siendo a cada instante una oportunidad para hacerlo mejor.

Tiene que serlo porque si no.

Para qué seguimos.

Porque si no entraríamos en un nihilismo en el que nada importa.

Total, qué vamos a hacer si vamos.

A desaparecer.


A veces, cuando la vida me sobrepasa, cuando siento rabia u odio.


Pienso en la migaja brillante que somos suspendida en el Universo.

Pienso en la distancia que hay.

En que somos motas de polvo comparado con las estrellas de las que venimos.

Pienso en el tiempo que hay.


En que duramos una milésima de segundo comparado con lo que dura una montaña.

Pienso en qué es lo importante.

Si los problemas son verdaderamente problemas.


Si no podremos llegar a un entendimiento.

Pienso en la decisión llena de flores que supone comprender.

Escuchar.

Apostar por el presente aunque no sepamos si habrá futuro.

Dejar el mundo tal y como lo encontramos para los que están por venir.

Incluso, un poco más de esperanza.

Somos ocho mil millones.

Y aquí seguimos quejándonos porque una persona nos rechaza.

Porque nos aburrimos.

Porque no nos sale algo a la primera.

Quizás todo sea más fácil.

Y consista en salirse un poco más de uno mismo.

Tomarse menos en serio.

Para vivir con menos compromisos.