Has hecho muchas cosas bien a lo largo de tu vida. Podemos asegurarlo porque, por estadística, todos hemos tenido momentos en los que lo hemos hecho de maravilla. El problema es que todas estas hazañas se nos olvidan pronto, y las críticas, por lo general, nos pesan más que los halagos.
No recuerdas cuántas veces te han dicho lo guapa que estás, lo bien que has hecho tu trabajo o lo amable que pareces. Pero cada mañana te repites las críticas que has escuchado en bocas ajenas, o incluso las que tú misma te preparas con el café. Es una sensación desagradable, la de no poder creer nunca que has hecho las cosas lo suficientemente bien. Por suerte, como todo en esta vida, tiene por qué. Y comprenderlo puede ser el primer paso para ponerle solución.
Críticas que duelen
Cuando las críticas pesan tanto, explica el psicólogo José Martín del Pliego para Cuerpomente, es porque estamos “conectando con una grabación implícita que se guarda en nuestro hipocampo, que organiza todo episódicamente, en el que hay conexión con una escena, una situación, un periodo de nuestra vida en el cual sentimos que no éramos suficientes”.
Es decir, al escuchar la crítica, esta parte de tu cerebro ocupada de tus memorias te traslada directamente a un momento en el que te sentiste insuficiente. “Puede ser que el origen provenga de la familia o del entorno escolar”, continúa del Pliego, que ubica estos momentos en un escenario infantil. “Cuando nos critican siendo adultos, conectamos directamente con esa grabación antigua en la que sentíamos que no éramos bastante”. Volvemos a sentirnos como niños a los que están regañando, quizá con más dureza de la necesaria.
El problema expone del Pliego, es que “en ese momento de nuestra vida no éramos autónomos”, y, por tanto, la crítica recibida “supuso mucha importancia para nosotros”. Trasladado a la actualidad, continua el psicólogo, ante la crítica, “nos conectamos con esas sensaciones que aparecen en el presente como una ola, demasiado grande”, que nos afecta tanto porque “esta conectada con una memoria antigua”.
Halagos que no nos creemos
En ocasiones, el problema es tan grande que no es solo que las críticas nos afecten el doble, sino que nos sentimos incapaces de aceptar los halagos. Del Pliego nos explica que, por norma general, “los halagos están vinculados a la sensación de recompensa, motivación, y nos conectan con esa necesidad social que tenemos de formar parte de los demás”. Es decir, que cuando nos halagan, lo normal es que nos sintiéramos conectados, felices.
Los halagos, continua el psicólogo, “generan muchísima dopamina y oxitocina”, lo que hace que nuestra percepción de nosotros mismos mejore. “Nos sentimos vistos, valorados, aceptados”.
El problema es que hay personas que no son capaces de aceptar halagos. Y sucede, nos explica del Pliego, por algo muy similar a lo que experimentamos al oír una crítica. “Las personas que vienen del trauma”, expone el experto, “cuando les ofreces un halago, les dices algo bueno, automáticamente se conectan con esa parte antigua suya en la que sienten (otra vez) que no son suficientes. Aunque les estés realizando un comentario positivo, se puede reconvertir y conectar con esta sensación de ‘no soy bastante’ o ‘no me creo el halago’”, lo que hace que nos sintamos profundamente desconectados. “No saben gestionar una reacción apropiada cuando reciben ese halago”, concluye del Pliego.
Hora de creer que eres suficiente
Todo esto, que suele tener origen en la infancia, como explica el experto, puede hacer mella en nuestra vida adulta. La intolerancia a los halagos y la sobredimensión de la crítica hace que sintamos “estrés, ansiedad, vergüenza y a veces rabia”, nos explica el psicólogo.
Por suerte, podemos cambiar nuestra relación tanto con la crítica como con los halagos, para equilibrar el impacto que cada una de ellas tiene sobre nosotros. El primer consejo del José Martín del Pliego es comprender que “una crítica no tiene por qué ser un ataque, no va por ahí, y a veces lo malinterpretamos como un ataque”.
Este primer paso nos predispone para el siguiente, que es aprender a diferenciar las críticas constructivas de las destructivas, ajustando así nuestra reacción. Si vemos que las críticas constructivas nos afectan demasiado, tendremos que ver qué está pasando dentro de nosotros que hace que nos afecte tanto. Y hasta la crítica destructiva, continua del Pliego, “hay que ser capaz de limitar hasta qué punto permitimos que el otro haga ciertas cosas”.
Para ello, tenemos que aprender a regular la reacción. “Ser capaz de admitir la crítica, sentir la activación que nos genera, pero, antes de responder, que la parte racional tome el mando y nos calmemos, porque, en numerosas ocasiones, podemos entender que lo que nos han dicho no es para tanto”, asegura el psicólogo.
Con los halagos sucede algo similar. Además de comprender por qué nos desborda ese halago, tenemos que empezar a aprender a reaccionar de forma apropiada. Y eso empieza por cambiar el “no me hagas la pelota, eso no es verdad”, por un “muchas gracias”.
El psicólogo nos recuerda, además, “que, desde fuera, nos ven de manera más objetiva que nosotros mismos. Porque, a veces, nuestra observación parte de nuestro ‘criterio interno’ que es muy poderoso”. Así que, en lugar de huir de los halagos, recuerda que, si te los dicen, será por algo. Y crea, como recomienda del Pliego, “una especie de archivo emocional con cosas bonitas que nos han regalado y nos permitan aceptar que, si esas personas lo han dicho, es porque lo creen”.
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