No podemos decir: esto no lo siento.
Ojalá todo fuera tan sencillo.
Podemos decir, eso sí, esto no lo quiero sentir.
Pero a veces la vida no es lo que quieres, es lo que es.
No podemos extirparnos algunas emociones porque no sean agradables.
Negarnos al mundo.


Porque para poder amar la existencia tenemos que saber perder.
Porque la pérdida forma parte de este asombro que hemos ganado y que no es otra cosa que estar, que poder seguir estando.
Porque no sabremos que algo comienza si no tiene fin.
Porque el valor que le damos a las cosas depende de que son finitas.
Porque lo que nos hace humanos es eso mismo: nuestra vulnerabilidad.

No podemos decir que somos invulnerables.
Apartar las tristezas o angustias.
Tampoco los miedos.
Lo que sientes hay que aceptarlo.
Aceptarlo como todo lo inevitable.
Como se acepta el bordillo, la nube o el sonido de un trueno.
Aceptarlo y dejar que te atraviese.
Aunque no te guste.

Porque a veces la vida no es lo que te gustaría, es lo que es.
Por mucho que pelees, que te quejes, que te esfuerces.
A veces sientes pena.
Dolor o ira.
Y eso no te convierte en alguien malo.
No te convierte en alguien ineficaz.
Por mucho que el sistema te diga que sí.
Que eres débil.
Todas las personas lo somos.
También fuertes.
Porque anda que no hay que ser fuerte para aguantar día tras día.
El desamor, los fracasos, las decepciones e incertidumbres.

Por eso tenemos que ser capaces de decir no puedo con todo.
No puedo yo solo.
Necesito a los otros.
Porque decir eso, mostrarnos, dejar de vender siempre lo mejor.
Es lo que nos convierte en seres humanos.
Nos vamos a equivocar.
La perfección no existe.
No seamos tan duros con nosotros mismos ni con los demás.
Reconozcámonos en las rarezas y las mierdas.
Porque es ahí donde está cierta suerte de verdad.
Porque es ahí donde encontraremos algún alivio.
En comunidad.

Deja de hacer cosas para evadir tus sentimientos

No podemos huir de las personas que somos.
De nuestras historias.
Podemos intentarlo en vano.
Escapar sin rumbo.

En un vaso de ginebra.
En un orgasmo tras otro y tras otro.
En el deporte excesivo.

En el control de la comida y de nuestro cuerpo.
En el trabajo a todas horas.
En el enamoramiento.
En una serie tras otra y tras otra.

Podemos evadirnos en tantas y tantas cosas.
Que lo difícil es no hacerlo.
Lo difícil es quedarse quieto para escucharnos a nosotros mismos.

Porque a dónde vamos a ir.
Si nos sabemos lo que queremos.
No podemos huir.

Porque todos llevamos una mochila a la espalda.
Nuestras carencias, nuestros miedos y anhelos.
Nuestra gran cicatriz.

Podemos intentar escondernos.
Pero el día siempre nos encuentra.
Y lo único que nos queda es aceptarlo.

Dejar de camuflarnos en aquello que hacemos.
Y empezar a entender que esto es lo que hay.
Poner todas las cartas sobre la mesa.
Una a una.

Mirando a la vida de frente.
Por lo que simplemente es.
Y empezar a querernos tanto.
Que dejemos de hacer cosas.
Porque nos odiamos.