Sam Keen dice que ser persona es tener una historia que contar. De hecho, nuestra identidad se construye en base a cómo nos explicamos a nosotros mismos.

La autobiografía es precisamente la narración de una existencia, o de parte de ella, escrita por su protagonista. La persona parte de recuerdos y pensamientos para desarrollar y estructurar su propio relato, y al hacerlo da forma a nuevas posibilidades en su vida.

Escribir acerca de nosotros nos hace crecer al darnos la oportunidad de narrar una historia que genere y amplíe nuestras alternativas.

La autobiografía permite múltiples enfoques. El que proponemos en este artículo se centra en lo familiar, un aspecto que refleja nuestra dimensión social como seres humanos.

Por Víctor Amat y Bet Font

La influencia del ambiente familiar: un legado para toda la vida

A lo largo de la vida vamos transitando de una familia a otra: los amigos, los compañeros de trabajo, los grupos a que nos vinculamos, la familia que creamos… No estamos solos. Y la manera que tenemos de relacionarnos tiene su origen en nuestra propia familia natural.

Fuimos criados por una familia a la que vinimos a sumarnos en un momento único y que compartía ciertas tradiciones, reglas y mitos. Pertenecemos a ese grupo íntimo tanto a través del discurso como del comportamiento. Si nos detenemos a reflexionar quizá nos demos cuenta de que algunas de nuestras elecciones vitales no han sido tan libres como creíamos.

Como personas, sentimos la necesidad de pertenecer a ese grupo y representar el papel que se nos asignó; ahora bien, como individuos únicos necesitamos diferenciarnos, recorrer nuestro propio camino y ejercer nuestro derecho a elegir. Ese lugar otorgado, y lo que con él hagamos, será crucial en el desarrollo y construcción de la identidad.

¿Nos hemos preguntado alguna vez de qué modo ha influido la historia de nuestra familia de origen en la que nosotros hayamos podido crear?

El hecho de que alguien sea abogado, guardabosques, maestro o médico, que se desenvuelva mejor en unos contextos que en otros o que se sienta más a gusto trabajando con determinados tipos de persona guarda relación con aquello que ha vivido. La vivencia acerca de lo que nos vino dado conforma también lo que somos.

Las expectativas que los demás tenían sobre nosotros, aquello que nos dijeron, pero también lo que callaron, sirvió para trazar los caminos que hemos seguido o hemos evitado sin saber bien por qué. Estos planes de vida son impuestos y reforzados por personas significativas (padres, abuelos...).

Reflexionando sobre todo ello a través de nuestra biografía se puede entender mejor cómo vivimos. Quizás alguien fue una niña que tuvo que ocuparse de una madre deprimida y vigilar a sus hermanos, o un muchacho que prometía retirar a su padre a través del deporte, o un hijo de quien se esperaba que mantuviera un negocio, un oficio o un apellido.

En el primero de esos ejemplos, la niña que aprendió a hacer de cuidadora, de mayor puede haberse convertido en una persona amable y empática que tienda a hacerse cargo del bienestar ajeno en detrimento del propio. Ejercer como cuidador, campeón o continuador de la empresa familiar puede resultar más o menos llevadero siempre que no impida a la persona ser ella misma, desarrollar sus talentos y potencialidades y atravesar sus etapas de crecimiento: ser niño, adolescente... Y eso no es fácil si el guión es limitado.

¿Vivimos de acuerdo con un guión?

La identidad se configura a partir de una selección de hechos y experiencias a los que otorgamos importancia. Así pues, nuestro relato personal también está lleno de omisiones, generalizaciones y distorsiones, dado que en nuestro proceso de selección dejamos de lado todo aquello que no encaja con nuestro discurso dominante y el de los nuestros.

Con esas excepciones del guión se podría escribir una historia muy diferente. Por ello es importante tenerlo en cuenta y valorarlo. Si dejamos que nuestra experiencia y patrones sean limitados o estereotipados, la identidad también lo será. En cualquier caso, liberar y ampliar nuestro relato puede ayudarnos a contactar con su esencia caleidoscópica y permitirnos ser lo que queramos ser.

Con frecuencia las personas vivimos conforme a un guión que nos viene dado y que se consolida a través de decisiones que se toman desde la infancia.

Cada familia constituye su propia constelación de reglas, rituales y valores. A través de la manera en que las interiorizamos podemos ver cómo hemos encauzado la transmisión familiar. Reflexionar sobre qué nos venía dado y la forma en que lo experimentamos con los nuestros nos ayuda a situarnos en nuestro mapa actual de relaciones.

Si para nosotros la lealtad o el sentido del humor han sido buenos haremos de ellos un emblema; si los rituales nos han ayudado a sentirnos unidos los mantendremos o los adaptaremos; si ha sido doloroso que nuestro padre antepusiera su trabajo a todo lo demás es posible que hagamos lo mismo o que, por el contrario, tratemos de compartir más tiempo con nuestros hijos.

Así alguien puede asumir "que no se puede fiar de nadie" o "que se tiene que hacer cargo de todo". Existen infinidad de guiones más o menos complejos que afectan a nuestros papeles en la vida cotidiana sin que hayamos reparado en ellos.

Muchos trabajos terapéuticos se orientan a desvelar estos guiones para revisarlos –pues arrancan de la capacidad de comprensión de un niño–, aprender a ir más allá de sus limitaciones y poder actuar de manera más libre y saludable. Explorar y compartir nuestras experiencias y motivaciones en las principales facetas vitales permite saber más acerca de lo que nos ayuda a vivir mejor y descartar lo que no nos está siendo útil.

¿Qué tiene la autobiografía de terapéutico?

Tomar conciencia de nuestros logros, de los conflictos o patrones que se repiten a través del tiempo y de las generaciones, de lo que hemos podido transformar y resolver y de lo que permanece pendiente, conlleva un efecto integrador. Y puede que también nos movilice.

A través de la autobiografía realizamos un viaje de crecimiento que puede reportarnos beneficios a nosotros y a los nuestros, que tendrán ocasión de entender mejor nuestra huella. Escribir sobre la propia vida exige coraje pero permite repensarse, remodelar las relaciones y, con todo ello, reescribirla, ampliando los horizontes de nuestro futuro.

La escritura en sí ya es terapéutica: muchas personas escriben para reencontrarse con sus emociones, liberarse de tensiones y obsesiones, o simplemente, sentirse mejor. Cuando alguien habla o escribe conecta con lo que le ocurre y, al poner palabras a lo que siente, consigue ver los hechos con más amplitud y disminuir su intensidad emocional.

La diferencia es que la autobiografía precisa que uno reviva su propia vida y acabe declarando de algún modo quién es y cómo se entiende a sí mismo. La autobiografía es una técnica orientada a la curación y a la formación.

Las crisis y los episodios desagradables pueden convertirse en un problema si los negamos, de modo que nuestro relato es, cuanto menos, una oportunidad de darles voz para transformar la dificultad en un aprendizaje. Ponerle palabras al miedo o al sufrimiento es terapéutico porque permite darle un significado y un argumento. También nos capacita porque aprendemos a enfrentarlo y a conocerlo mejor.

Escribir una pequeña autobiografía nos ayuda a poner orden dentro de nosotros mismos, a entender mejor el presente y a cuidar mejor del futuro.

No hace falta tener una historia novelesca o idílica. Lo importante es explicarla desde nuestra vivencia: dándole un significado a lo que nos ha pasado. El formato, estilo y gramática tampoco son prioritarios si lo que pretendemos es un trabajo de introspección. Se puede escribir de la manera en que resulte más cómoda y siguiendo o no un orden cronológico.

La autobiografía en diez pasos

  1. Realiza una cronología de acontecimientos familiares y personales.
  2. Refresca la memoria de cada etapa con estímulos: fotos, cartas, periódicos, objetos, películas, canciones, visitas a lugares y a personas significativas.
  3. Dibuja tu árbol genealógico incluyendo, si la hay, tu familia política.
  4. Reflexiona y toma notas acerca de tus relaciones más significativas y las de tu familia de origen (padre-madre, hermanos, abuelos...). Puedes hacer un gráfico con símbolos o colores que registre el tipo de relaciones o sentimientos predominantes.
  5. Apunta ideas acerca de las normas, reglas y mandatos de tu familia de origen: ¿Qué se podía hacer y qué no? ¿Qué se premiaba? ¿De qué se podía hablar, qué era importante, secreto o despreciado?
  6. ¿Qué ha cambiado de todo esto en la pareja o familia que has creado? ¿Qué legados trajo cada uno desde su familia de origen: valores, tradiciones, rituales, compromisos, conflictos...? ¿De qué manera se construyó y cómo sigue funcionando?
  7. Fíjate en qué tienes de tus padres, si te gusta o no, de qué te ha servido, qué te ha faltado y en qué se parece tu pareja, si la tienes, a tu padre o a tu madre.
  8. Revisa tus elecciones profesionales, formativas y de contextos laborales. Puedes añadirle reflexiones, vivencias y experiencias significativas: si alguien te dio una oportunidad para trabajar, cómo te ves en tu identidad profesional, en el tipo de organización en la que trabajas o has trabajado... ¿Merece la pena? ¿Te hace sentir útil?
  9. Pregúntate acerca de tu relación personal con las pérdidas y los finales a través de cada etapa.
  10. Empieza a escribir: narra tu propia historia, dándole algún orden y significado a todo lo anterior. Cuanto más sincero seas, más útil te será.

Los cuatro capítulos de toda narración biográfica

Duccio Demetrio resume en cuatro las experiencias fundamentales en la vida de una persona. A través de ellas nos comprometemos y damos algún sentido a nuestros días; por lo que valdrá la pena dotarlas de contenido al escribir la biografía. Y en función de la etapa en que lo hagamos estaremos más conectados con una u otra dimensión.

Al escribir tu autobiografía, pregúntate por estas facetas:

Amor

Lo profesamos a la familia, la pareja, las amistades, el grupo y, por supuesto, los hijos, que proporcionan a nuestras vidas nuevas relaciones y significados. La pareja nos trae también con ella otra familia con la que cooperar en la complejidad.

Todos amamos y nos sentimos reconocidos, apoyados o infelices a través de nuestra historia del querer, de nuestros encuentros y desencuentros con la galería de personas significativas en nuestra vida. Generalmente las elegimos por semejanza inconsciente con lo que tuvimos o para reparar algo semejante a lo que nos faltó. De ahí que nos sirvan también para crecer como personas a través de nuestra historia.

Trabajo

En el recorrido laboral se entrecruzan las posibilidades, presiones y circunstancias familiares con las motivaciones y decisiones personales. Nos formamos en conexión con todos estos aspectos.

La posición profesional nos puede proporcionar satisfacción o reconocimiento. También podemos darnos cuenta de qué facilidades y dificultades nos acompañan en el terreno laboral, cómo nos gusta trabajar, en qué contexto nos sentimos realizados y en qué tipo de dinámicas solemos desenvolvernos.

Ocio

En él nos renovamos, nos comprometemos o no con determinadas actividades y misiones que nos proporcionan emociones positivas y bienestar.

Podemos preguntarnos qué lo caracteriza y de qué maneras y con quién lo logramos.

Muerte

Asistimos a la muerte de los que nos rodean, a numerosos comienzos y finales de ciclos que suponen un antes y un después en nuestra trayectoria personal. La vida se encarga de recordarnos cómo afrontamos este tipo de citas, mientras nos aproxima gradualmente a nuestro propio final.

¿Qué sugerencias nos haríamos a nosotros mismos respecto a cada una de las cuatro citas? ¿Canalizamos el ocio, el trabajo y el amor por los nuestros de una manera más o menos armónica o funcional? ¿Realizamos actividades placenteras o formativas acordes con alguno de nuestros retos en las cuatro facetas?