En esta época de estrés, ruido y saturación tecnológica, que invita a la acumulación y la ostentación, la famosa ley del "menos es más" nos puede parece inviable. Pero lo sencillo sigue siendo la mejor elección. Volver a lo esencial, a lo natural, es el único camino hacia la calma.

Cultivar en la medida de lo posible el arte de la simplicidad es siempre conveniente. El motivo es que tenemos como especie humana cierta tendencia a la complicación e incluso la desmesura.

Esto es debido principalmente a una mayor capacidad mental e imaginativa respecto a los animales, que se contentan con cubrir sus necesidades básicas de modo instintivo. El ser humano, para bien o para mal, siempre aspira a más y puede crear múltiples situaciones y modificar su entorno.

Parece difícil poner límites a nuestros deseos: ni siquiera los millonarios suelen conformarse con lo que tienen, e incluso hay quienes ya no se contentan con vivir en la tierra y aspiran a habitar otros planetas.

En el lenguaje común una persona sencilla tiende a ser vista como pusilánime o poco inteligente. Decimos que alguien es un simple o dice simplezas. Sin embargo, no apetece el trato con personas "complicadas". Preferimos simplicidad y naturalidad.

Sabemos que lo sencillo suele ser la mejor elección, pero nos tienta el deseo de novedad y ostentación. Apreciar la sencillez en todos los ámbitos de la vida es lo que nos recuerda E. F. Schumacher en su libro Lo pequeño es hermoso.

¿Una vida simple en un mundo complejo?

La simplicidad no es necesariamente contraria a lo complejo. En la naturaleza observamos, por ejemplo, un sinfín de variaciones cromáticas, pero esencialmente hay tres colores básicos (rojo, amarillo y azul) cuyas combinaciones crean innumerables matices.

Y para mayor sorpresa, esa aparente nada que es el blanco los contiene a todos. La complejidad armónica propia de la naturaleza, comporta una inherente simplicidad. Al igual que todos los números posibles derivan inicialmente del uno, la diversidad es una expresión de la unidad y tiende a volver a ella.

Podría resumirse el camino de la simplicidad como una vuelta a lo esencial huyendo de lo superfluo. Es un ámbito que abarca diversos niveles: físico, psicológico o espiritual.

Los componentes claves serían: autenticidad, desapego, sobriedad, orden, serenidad, centralidad, contento... También incluye una actitud transpersonal: alejarnos de patrones egocéntricos y sentirnos unidos a la naturaleza y a nuestros semejantes.

Ordenar el tiempo y el espacio tiene importancia. Mantener la casa limpia y ordenada hace la vida más agradable. Cada cosa en su sitio, evitar que el mobiliario y la decoración resulten agobiantes, que se respire un ambiente relajado.

De igual modo, distribuir en la agenda tus actividades (laborales, familiares, lúdicas…) permite ahorrar energía física y mental. Hace posible incluso esos momentos inefables de "no hacer nada", igualmente valiosos.

Afirmaba el filósofo griego Aristóteles que la sabiduría consiste en evitar los extremos. Es el secreto del jinete que galopa sin caerse a un lado u otro del caballo, aunque sea inevitable que el cuerpo oscile.

Buscar el equilibrio en sus variadas formas permite avanzar en la ruta de la simplicidad.

Cómo volver a lo sencillo

Hacer las cosas de manera sencilla suele dar los mejores resultados. En este principio se basa la tradición cultural de la humanidad hasta la era de la industrialización.

No hace falta reinventar a cada momento: se transmiten conocimientos útiles (técnicos, artísticos, culinarios) que suelen ser de factura sencilla. La artesanía tradicional tiene así la virtud de unir utilidad y belleza.

En la lista de inventos que han facilitado el trabajo, muchos aúnan también simplicidad y eficacia, como el martillo, que por su propio peso unido al movimiento del brazo hace que la punta del clavo atraviese fácilmente la madera. U otro de los más sencillos y geniales: el pequeño clip con el que ordenamos los papeles. Son solo una muestra de que, ciertamente, menos es más.

Por supuesto muchos resultados aparentemente simples, como al tocar un instrumento, han precisado de un duro adiestramiento. Lo que nos fascina en estos casos es la soltura y coordinación en su ejecución.

Un trapecista debe adoptar un ademán grácil y saltar al vacío con naturalidad, sabedor de que otro trapecio sincronizado llegará en su ayuda. Parte de una complejidad inicial que se muestra a la vez simple, provocando nuestra admiración.

Todo comienza en la mente, afirma el Buda. Según sean tus pensamientos y deseos, habrá acciones con sus resultados correspondientes: positivos, negativos o neutros.

La vía de la simplicidad consiste en mantener una mente clara y tranquila con la que disfrutar de la vida y a la vez hacer frente a los altibajos que comporta.

Por eso la serenidad y el contento son esenciales. Apreciar lo bueno que se tiene, sin envidiar a nadie. Saborear los momentos de sencilla plenitud y alegría que sin duda vienen. Solucionar la situación anómala sin desesperarse si un hecho concreto es inevitable.

No podemos cambiarlo todo a nuestro gusto. De ahí la importancia de la humildad, que significa ser sencillos, y a la vez tan firmes, como la tierra que pisamos.

Simplicidad vs estrés, ruido y saturación tecnológica

Para contrarrestar esta invasión sensorial y mantener un equilibrio nos ayuda no apartarnos de la simplicidad. Evitar los excesos físicos, emocionales, alimentarios... Buscar la paz interior huyendo de la dispersión mental.

En la vida todo obedece a ciclos: luz y oscuridad, sístole y diástole del corazón, actividad y reposo.

El problema actual radica en la pérdida del equilibrio entre el Yin y el Yang, la expansión y la contracción de los ritmos naturales según el antiguo Taoísmo. Queremos que la noche sea día, que todo crezca indefinidamente, vivir en una realidad paralela virtual.

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Por eso necesitamos recuperar la sencillez, desconectar del móvil y las redes para volver a un mundo vivencial al que pertenecemos. Pensar menos abstractamente y apreciar las cosas concretas, sin vivir rodeados de una multitud de sensaciones inconexas. No perder el contacto con la naturaleza y sus energías es clave para mantener las raíces.

La vida puede compararse a un viaje. Para disfrutarlo hay que aunar interés por lo que encontramos en el camino y paciencia para superar los escollos. También disponer de un equipaje que contenga todo lo necesario, pero que sea a la vez simple y ligero.

Cómo desarrollar una actitud contemplativa

1. Disfrutar el aquí y el ahora

Busca momentos de quietud física y mental. Deja de atender las pantallas, céntrate en el aquí y el ahora en vez de estar mentalmente en otros lugares.

La meditación y el yoga te ayudarán, o practicar un cierto olvido de ti mismo: fundirte en la inmensidad del mar, el cielo estrellado o el bosque solitario. El silencio nos envuelve y reconforta.

2. Respirar en calma

Se habla de no despilfarrar el dinero, pero también se despilfarran el tiempo, la voz, los pensamientos o incluso el aliento.

Tanto una respiración rápida y superficial como la agitación mental llevan a la ansiedad, mientras que respirar pausadamente y reducir el flujo de pensamiento relaja. Respira lentamente, la calma te acompañará.

La simplicidad implica alejarnos del egocentrismo y sentirnos unidos a la naturaleza.

3. Centrarnos en lo importante

Las situaciones difíciles propician cambios, permiten diferenciar lo importante de lo superfluo. Son una oportunidad para establecer una adecuada jerarquía de valores. ¿Qué cosas no quiero perder o qué aspiro a realizar en esta vida?

Apartarnos del consumismo vacuo: no es rico quien más tiene, sino el que menos necesita.

4. Alcanzar el estoicismo

Las principales figuras de esta corriente filosófica (Epicteto, Séneca y Marco Aurelio) abogaron por el contacto íntimo con la naturaleza, la frugalidad y la vida sencilla. Su meta era lograr un estado de serenidad imperturbable, la ataraxia.

Una de sus sentencias era: "Si no conviene, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas".