¿Conoces a alguien que se niegue a asumir compromisos con otras y se excuse diciendo ‘estoy bien solo’? La soltería es una forma de vida tan válida como cualquier otra, pero cuando no se elige por deseo, sino por miedo, algo falla.
Y es que los psicólogos tienen muy claro quetras esta frase que tantas veces escuchamos puede esconderse una idea peligrosa. La de que no debemos necesitar a nadie, que debemos ser completamente independientes.
Cuando ‘estoy bien’ es una mentira
No hace falta ser un genio de la inteligencia emocional para saber que, en más ocasiones de las que debería, mentimos cuando decimos “estoy bien”. Alguno más que otros, claro está, pero todos, sin excepción, hemos pronunciado alguna vez esas dos palabras sabiendo que eran mentira. No todas las circunstancias son propicias para confesar las verdaderas emociones.
El problema es cuando la respuesta se cronifica. Es el caso de aquellos que, cuando se les pregunta por posibles parejas, por sueños, de formar una familia, responden “yo ya estoy bien solo”. ¿Están bien de verdad? ¿O están escondiendo algo más profundo?
El psicólogo Ángel Rull explica en un artículo que firma en El Periódico que esta frase “no siempre refleja un estado de bienestar, sino una estrategia de protección construida a partir del dolor, la decepción o el miedo”.
De hecho, señala, “la experiencia clínica muestra que muchas personas verbalizan esta idea han atravesado relaciones dolorosas, situaciones de abandono, o contextos familiares donde no se sintieron vista ni valoradas”. Todo esto hace que la persona acabe aislándose para protegerse, cayendo en la trampa de una soledad que “cuando es elegida desde el miedo y no desde la libertad, puede convertirse en una cárcel invisible”, como dice el psicólogo.
Es, por tanto, importante diferenciar entre “entre disfrutar del espacio personal, que es una experiencia sana y enriquecedora, y utilizar la distancia emocional como una forma de blindaje”.
Tengo que ser autosuficiente e independiente
Hay otra posible explicación para esta respuesta instalada en modo automático en aquellas personas que abrazan la soledad. Y es el deseo de ser autosuficiente. En términos generales, no hay nada de malo en querer ser autosuficiente.
Pero cuando la exigencia viene de fuera, y se acepta sin rechistar en esta sociedad en el que la independencia se ha convertido en un valor irreflexivo, caemos en una trampa que excluye de manera sistemática el vínculo con los demás. Esto, explica Rull, “puede generar un aislamiento emocional difícil de detectar”.
Porque aquellas personas que se han acostumbrado a no necesitar a nadie, evitan a toda costa mostrarse vulnerables, pedir ayuda o compartir sus emociones más profundas. Y aunque en nuestra sociedad esto parece deseable, nada está más alejado de la realidad.
Lo cierto, explica el psicólogo, es que “la capacidad de apoyarse en otras personas, de confiar, de pedir lo que se necesita, es una de las mayores señales de madurez emocional”
Heridas del pasado
La frase “yo ya estoy bien solo” puede surgir también como efecto de profundas heridas emocionales. Según expone Rulll, “a veces no es necesario que haya habido grandes traumas. Bastan pequeñas heridas reiteradas en la infancia o la adolescencia para que se instale la creencia de que n se puede confiar plenamente en nadie”.
El problema es que estas heridas, en ocasiones, quedan “tan integradas en la personalidad que cuesta identificarlas”, tal como señala el experto. Podemos adivinarlas en frases como la que nos ocupas, y otras similares como “la gente siempre decepciona” o “yo prefiero estar solo antes que mal acompañado” o “nadie entiende lo que necesito”.
Las ideas suenan lógicas, pero, sin embargo, esconden una profunda desconfianza que puede aislar al individuo, dejándolo sin conexiones afectivas significativas en ningún plano.
¿Qué puedes hacer tú?
Si conoces a alguien que dice este tipo de cosas con frecuencia, el primer paso, explica el psicólogo, es “no juzgar, no forzar, no invalidar”. Puede que sea cierto, y esté bien solo. O quizá esté protegiendo su lado más frágil. En cualquier caso, para Rull “la clave está en acompañar esa afirmación con una mirada abierta, que invita a explorar que hay detrás, sin prisa y sin presión”.
No podemos obligar a nadie a relacionarse, por lo que lo mejor que podemos hacer es poner sobre la mesa la sutil diferente que existe entre la soledad que se elige y se disfruta, y aquella a la que nos resignamos cuando pensamos que la alternativa es terrible.
Y es que, como concluye Rull “estar bien a solas es un arte que solo cobra sentido cuando también existe la posibilidad de elegir no estarlo”.
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