Joe Dispenza, bioquímico y quiropráctico, lleva años dedicado a estudiar cómo los pensamientos tienen el poder de dar forma a nuestra vida y cómo se pueden utilizar inteligentemente para interrumpir la cadena de repeticiones con las que el cerebro parece sentirse cómodo.
Lo expone en su libro Desarrolla el cerebro, la ciencia de cambiar tu mente (Ed. Palmyra): los pensamientos provocan reacciones químicas adictivas que conducen a buscar una y otra vez las mismas sensaciones y a adoptar los mismos comportamientos, incluso si nos hacen infelices.
El libro invita a conocer esos mecanismos mentales para poder superarlos, vivir más creativamente y recuperar la salud.
Recoge, entre otros, el testimonio de su propia recuperación física cuando un grave accidente le dejó postrado en cama y abocado a una operación quirúrgica que finalmente pudo eludir con autohipnosis, meditación y visualizaciones.
Una de las entrevistas de la película documental ¿¡Y tú qué sabes!?que más interés despertó fue la suya, que explicaba cómo al levantarse por la mañana creaba conscientemente su día tal y como quería que ocurriese.
Quiropráctica: de las manos a las palabras
-De su profesión de quiropráctico, ¿qué ha aprendido e incorporado a sus teorías?
-Una de las cosas que sé sobre la naturaleza humana es que estamos cortados por patrones, nos regimos por procesos y comportamientos automáticos que memorizamos y que nos resultan difíciles de cambiar. Lo que me interesa estudiar es cómo romper el hábito de ser nosotros mismos. Con la quiropráctica, yo puedo liberar una columna vertebral de las tensiones acumuladas, pero si mi paciente vuelve a su vida cotidiana y percibe los mismos problemas, tiene las mismas reacciones emocionales, los mismos pensamientos y las mismas actitudes, el cuerpo se volverá a contraer de la misma forma otra vez. En nuestra consulta enseñamos a los pacientes cómo empezar a pensar y actuar de manera diferente.
-Necesitan tanto sus manos como las palabras...
-Por supuesto. Puedes tratar a alguien desde un punto de vista estrictamente estructural y mejorará, sin duda, porque se producirán cambios fisiológicos en su cuerpo. Y a algunas personas el efecto les puede durar cierto tiempo. Pero al cabo de seis meses o un año es muy probable que se vuelvan a presentar en la consulta con exactamente el mismo problema o que busquen otra terapia. Si enseñamos a la gente a ser responsable de su salud, entonces hay que enseñarles que cuerpo y mente trabajan juntos.
-¿Lo que la mente entiende, el cuerpo también lo entiende?
-Tenemos tres cerebros en uno, que nos permiten ir del pensar al hacer, y del hacer al ser. El cerebro pensante es el neocórtex. Ahí almacenamos la información intelectual, que tiene muy poco efecto en el cuerpo. Cuando aplicamos lo que aprendemos, cuando lo personalizamos y demostramos, ahí le enseñamos al cuerpo lo que la mente ha entendido intelectualmente, y lo grabamos gracias a las sensaciones y emociones. La experiencia permite que trabajen juntos dos cerebros: el que piensa y el que hace. Pero no es suficiente con tener experiencias. Tenemos que ser capaces de reproducirlas. Y cuando lo hacernos una y otra vez, activamos el tercer sistema cerebral. En otras palabras, las memorizamos y se convierten en un automatismo. Entonces llegamos al estado de "ser".
¿Qué va primero, pensar o sentir?
-¿Somos lo que repetimos?
-El 90% de lo que somos a los 35 años son programas memorizados: actitudes, comportamientos y reacciones memorizadas. Solo el 10% corresponde a nuestra mente consciente. Así que la persona que ha pensado mucho sobre el sufrimiento, y que lo ha experimentado, intelectualmente puede querer ser feliz, sana, libre, y proponérselo, pero luchará contra un cuerpo que ha memorizado tan bien el sufrimiento que lo ha llegado a convertir en su forma de ser. Puedes entenderlo pero hay que hacer algo con esos patrones de conducta, empezar a cambiar.
-¿Y ocurre también al revés? ¿Los cambios en el cuerpo pueden afectar a la mente?
-Esa es la cuestión: ¿los pensamientos controlan nuestros sentimientos o viceversa? Bueno, en la mayoría de hombres, el pensamiento controla los sentimientos. En las mujeres son los sentimientos los que controlan el pensamiento. No hay nada malo en ello: ambos pueden llegar a las mismas conclusiones. Porque si una persona tiene pensamientos elevados, va a empezar a sentir de forma elevada. Y si se siente elevada, podrá pensar de forma elevada.
Puedes entrar en el círculo por donde quieras, yendo del pensamiento al sentimiento o del sentimiento al pensamiento. Cada vez que tienes un pensamiento, provocas una reacción bioquímica en el cerebro, y esa señal se transmite al cuerpo. Si tienes grandes pensamientos produces sustancias que te hacen sentir muy bien; si los pensamientos son negativos, ocurre lo contrario. En el momento en el que empiezas a sentir tal como piensas, tiendes a pensar de la forma en que te sientes, lo que a su vez produce más sustancias que te hacen sentir como piensas y pensar de la misma manera en que te sientes...
"Mantenemos situaciones que nos hacen sufrir porque nos hemos vuelto adictos a ellas", explica Dispenza.
Romper los hábitos perjudiciales: salir de la adicción a lo conocido
-¿Cómo se puede romper ese ciclo de retroalimentación?
-La mayoría de personas no pueden pensar mejor de cómo se sienten. Si están enfadadas no pueden pasar a la alegría rápidamente. Pero si se separan del entorno y empiezan a pensar de forma diferente comienzan a experimentar también nuevos sentimientos.
-¿Somos poco creativos?
-Son las adicciones las que no hacen seguir repitiendo los mismos patrones. Cuanto más prácticas algo y más implicas al cuerpo y más lo repites, más lo memorizas. Así es cómo operamos: si hacemos algo durante cierto tiempo se convierte en automático, ya no tenemos que pensar en ello. El proceso de pensar y actuar, o pensar y sentir, al cabo de un tiempo se convierte en una adicción emocional. La persona que memoriza el sufrimiento no puede pensar mejor de lo que siente, se queda bloqueada fácilmente en la repetición de pensamientos relacionados con el sufrimiento y la infelicidad, actitudes de autocompasión, etc.
-¿Y qué satisfacción busca el cerebro en la repetición?
-Cada vez que piensas en algo las neuronas de tu cerebro se activan pero no se conectan, así que tienes que repetirlo una y otra vez para memorizarlo. Tras un periodo de tiempo estas neuronas liberan una sustancia que es como un pegamento o fertilizante, que hace posible que las neuronas tengan una relación a largo plazo. En el momento en que las neuronas se conectan se libera una energía y experimentamos la sensación de que algo nos resulta familiar, conocido. Cuanto más se estimulan los circuitos neuronales establecidos, más fuertes se hacen las conexiones sinápticas y más fácil resulta activarlas, hasta que se convierten en respuestas fáciles e inconscientes, automáticas.
-¿Al cerebro puede gustarle repetir algo perjudicial? No parece muy inteligente...
-Si continuamos teniendo pensamientos de sufrimiento provocaremos más sentimientos de sufrimiento, y una vez sintamos el sufrimiento, pensaremos más sobre el sufrimiento... El ciclo de producir estas sustancias una y otra vez condiciona al cuerpo a lo largo de los años para memorizar ese estado emocional mejor que el cerebro. Nos convertimos en adictos a esa emoción, y el cuerpo llega a saber más que la mente.
El poder de la inercia: cómo nos "enganchamos" a las emociones negativas
-Como cuando quieres llamar a alguien y no puedes recordar su número pero si pones la mano sobre el teléfono los dedos lo saben marcar...
-Eso ocurre porque has marcado tantas veces ese número que el cuerpo lo ha memorizado mejor que el cerebro. Cuando producimos un estado emocional familiar se genera un torrente de energía en el cuerpo. Las emociones negativas, como el enfado, la frustración, la tristeza o el miedo están dirigidas por las sustancias del estrés, sustancias de supervivencia que hacen que el cuerpo se sienta vivo. Cuando reaccionas airadamente, mueves mucha adrenalina en tu cuerpo, que hace despertar al cerebro y sentir el cuerpo vivo; estás superconsciente, ¡te da mucha energía!
-La persona empieza a asociar ese sentimiento con sentirse vivo.
-Intelectualmente uno puede entender que el enfado no le ayuda pero ¡le hace sentir tan bien... ! Así que inconscientemente mantiene presente en su vida a esa persona que le ha hecho enfadar, de modo que le permita volver a sentir eso. Si hemos memorizado lo suficientemente bien esos estados mentales que dirigen nuestro comportamiento mejor que nuestra voluntad y que nuestra habilidad para escoger, a eso de los 35 años tenemos todo un programa inconsciente: una sola reacción en nuestro entorno, un solo pensamiento inconsciente, puede encender todo este programa, y una vez encendido, va solo, en automático. La mayor parte del tiempo que pasamos despiertos estamos, pues, dormidos, inconscientes.
-¿Cómo se cambia? ¿Podemos reprogramar nuestro cerebro solo con nuevos pensamientos?
-No, no se trata de pensar en positivo, porque la persona puede sentir de forma negativa: puede querer algo pero tener memorizado el estado emocional de la culpa. Cuerpo y mente trabajarán entonces en oposición, y lo interesante es que trabajen juntos.
Empezar a cambiar: ¿cómo serías si fueras feliz?
-¿Cuál sería su fórmula?
-Tenemos lo memorizado, los estados emocionales que dirigen nuestra mente y comportamientos. Hay que familiarizarse con ellos, hacerlos conscientes para poder controlarlos. El segundo paso es reinventarse uno mismo, empezar a pensar en ello: ¿cómo sería yo si fuera feliz? ¿Qué sería maravilloso? ¿Qué tendría que cambiar de mí mismo? ¿Cuál es mi mejor idea de mí mismo? Cuando empezamos a pensar en las respuestas a estas cuestiones, creamos una nueva mente, hacemos que el cerebro active nuevas secuencias neuronales y combinaciones. Si haces que el cerebro trabaje de forma diferente, creas una mente diferente.
-¿Pero por qué resulta tan difícil cambiar?
-Porque esos estados emocionales memorizados son en gran medida inconscientes. Conseguir que el cerebro sea consciente de ello requiere atención, romper el hábito de ser uno mismo. Y porque la mayoría de personas cuando se sienten mal encienden el televisor. O llaman a alguien y se quejan. O navegan por internet. Se entretienen, no se preguntan: "¿qué es este sentimiento y por qué está ahí? Voy a observarlo, no quiero vivir así". La mayor parte de la gente no lo hace y experimenta crisis vitales porque ese sentimiento se hace tan fuerte que ya nada puede hacerle feliz: buscan una relación nueva, un coche nuevo, se apuntan a un club, se van de vacaciones... para que este sentimiento desaparezca. Buscan siempre algo en su entorno, alrededor. El problema es que después de la novedad, el sentimiento reaparece.
"Nuestras reacciones emocionales crean nuestra personalidad. Puedes sentir tristeza, ¡pero no memorizarla!"
-¿Y qué propone hacer?
-La solución es empezar a desaprender. Puedes empezar preguntándote en qué emoción vives cada día: ¿es miedo? ¿es rigidez? ¿es tristeza? La primera semana hay que dejar que aflore la emoción y familiarizarse con ella: cada vez que se sienta ese sentimiento, habrá que prestarle atención: "ahí está" Llevarlo al plano consciente es el primer paso.
-¿Somos los únicos responsables de nuestra felicidad? ¿Qué papel tienen los otros?
-Nunca deberíamos hacer a nadie responsable de nuestra felicidad. La verdadera felicidad llega cuando nos superamos a nosotros mismos, cuando vamos un poco más allá de nuestra adicción al enfado o a la tristeza, y podemos sentirnos un poco más libres. Hemos de aspirar a vivir con personas que nos hagan felices y no con las que sufrimos.
-Pero hay una parte triste de la vida, una parte oscura incluso en nosotros mismos, que no se puede negar.
-Es cierto. Y no hay nada malo en sentir pesadumbre. Pero yo hablo de aprender a controlarla. Si no puedes parar esta reacción, las sustancias liberadas crean un estado de ánimo que mantenido durante semanas o meses acaba configurando tu temperamento. Y mantenido a lo largo de años, tu personalidad. Nuestras reacciones emocionales crean nuestra personalidad. Puedes sentir tristeza, ¡pero no memorizarla! Entonces eres libre.
-¿Usted lo es?
-Yo amo a la gente, tengo excelentes relaciones con las personas en mi vida, me gusta la emoción de celebrar la vida cuando estoy acompañado. Pero también tengo tiempo para mí, para trabajar en mis cambios personales. Esto me permite no necesitar esos apoyos exteriores más de la cuenta. La mayoría de las personas en sus relaciones necesitan al otro; si esa necesidad está basada en una adicción, crea un falso sentimiento de felicidad. De ahí que se sientan constantemente decepcionados.