¿Alguna vez te has sentido una impostora? No eres la única. El 75% de las mujeres ejecutivas, revelan las cifras recopiladas por Forbes, se han sentido impostoras en algún momento de su carrera. El 85% aseguraba, además, haberlo visto frecuentemente entre sus compañeras, y percibir que sus colegas masculinos experimentan esta sensación con menor intensidad.

Pero ¿por qué? ¿Por qué nos sentimos impostoras? ¿Por qué no creemos merecer el éxito cosechado? ¿Qué nos limita tanto? Casi sin despeinarse, la fantástica Eva Longoria da en la clave en una entrevista que concedía a Mujeres imparables. Necesitamos referentes.

Crecer rodeada de mujeres fuertes

Para Eva Longoria, el secreto de su éxito profesional tiene origen en su familia. “Soy texana y vengo de una familia de muchas mujeres”, explicaba la actriz en la mencionada entrevista. “Soy la menor de cuatro hermanas. Todas ellas muy inteligentes e independientes”, menciona enumerando las muchas mujeres que le han servido como referentes a lo largo de su vida. Sus tías eran también educadoras, profesoras y profesoras universitarias.

“Recuerdo a mi tía Elsa”, señala la intérprete con especial cariño, “viajaba por el mundo y me trajo una muñeca de Hong Kong. Recuerdo que pensé: ‘¡quiero ser como ella!, ¡quiero ser como ella!’. Así que tuve que no tuve que buscar mucho para ver a una mujer imparable”.

Su hermana mayor, Lisa, que nació con una discapacidad mental, fue otro ejemplo de resiliencia y superación femenina para ella. “Recuerdo verla en su vida diaria como si ponerse los zapatos fuera una victoria. Y siempre pensé: si mi hermana Lisa puede hacer lo que hace, imagina lo que puedo hacer yo”.

La importancia de los referentes

Todas estas mujeres referenciales de su vida fueron la clave de su propia confianza. “Siempre tuve la sensación de que soy muy afortunada de poder hacer lo que quiero y ser quien quiero ser. Y como dije, gracias a todas estas mujeres en mi vida, sabía que tendría éxito. No sabía dónde ni qué, pero recuero haber tenido esa sensación desde muy joven”, asegura Eva Longoria.

Lo que narra la actriz, describiendo su propia historia personal, no es ninguna tontería. No es algo superficial. Lo cierto es que crecer con referentes es esencial para superar el pesado síndrome de la impostora, un fenómeno psicológico que nos hace sentir que no merecemos nuestros logros, que los hemos conseguido por suerte o por engaño y que nos hace vivir con miedo de ser “descubiertas” como un fraude. Es el miedo a no estar a la altura, el perfeccionismo que te autosabotea y la constante sensación de no pertenecer ni merecer.

Hay muchas formas de superarlos, pero una cosa está clara. Cuando una niña crece viendo a mujeres en roles de liderazgo, poder o libertar, interioriza que estos espacios también le pertenecen. Ver a mujeres triunfar, caminar seguras por el mundo, sin pedir perdón por ello, normaliza el éxito femenino.

El síndrome de la impostura se alimenta de la educación patriarcal que ha enseñado a muchas mujeres a ser modestas y permanecer calladas y agradecidas, incluso cuando brillan con luz propia. Crecer rodeada de mujeres fuertes enseña a las niñas una nueva narrativa. Una en la que no hay que pedir permiso por ocupar el lugar que mereces por tu duro trabajo y tu talento.

Es este entorno, esta nueva narrativa, la que permitió a Eva Longoria no dudar jamás de su propio éxito futuro. En su mundo las mujeres podían hacer lo que quisieran. ¿Por qué ella iba a ser diferente?

 

Nos faltan mujeres referentes

Aunque el ejemplo de Eva Longoria es en sí mismo una referencia sobre cómo podemos hacer las cosas para que las niñas del presente se conviertan en mujeres fuertes del futuro, lo cierto es que la balanza no siempre se inclina en nuestro favor.

La actriz se dio cuenta de ello cuando fundó la Fundación Eva Longoria. “No todas las mujeres crecen con eso”, aseguraba en referencia al entorno en el que creció, “no todas las latinas crecen con esa imagen en sus vidas. Y algo que descubrimos en la Fundación Eva Longoria es que las latinas escucharon la palabra ‘universidad’ demasiado tarde en la vida”.

Este es uno de los muchos ejemplos que expone la actriz para explicar lo lejos que están algunas mujeres, en especial las mujeres racializadas, de estos entornos que nos permiten sentirnos merecedoras del éxito. “Esa palabra no se mencionaba en sus casas hasta la preparatoria. Recuerdo que, en mi caso, la escuché en primer grado. Y eso fue un privilegio”.

Tener referentes, saber que puedes conseguir lo que te propongas, es, por desgracia, un privilegio. En especial si eres mujer, racializada o perteneces a alguna minoría. El mensaje de Longoria, sin embargo, derriba barreras. “Creo que esa naturaleza imparable está en nuestro ADN de latinas. Es simplemente quienes somos. Pero a veces esa infraestructura de oportunidades no está disponible para nosotras. Y esa es la desconexión que existe para alguna de nosotras”, defiende la actriz.

Hora de inclinar la balanza

No podemos cambiar el pasado, pero podemos cambiar el futuro. Podemos ser las mujeres que las niñas recuerden. Podemos ser esa mujer que inspiró a una mente, que despertó en la mente de una joven las palabras “quiero ser como ella”. Podemos ser referentes, ejemplos a seguir. Y para eso, debemos acabar con el síndrome de la impostora. Dejar de pedir perdón y permiso y comenzar a ocupar los lugares que nos corresponden.

  • Sé visible. Comparte tu historia, tus aprendizajes y también tus errores. Las que vienen detrás no necesitan ver perfección, necesitan ver mujeres reales que avanzan.
  • Habla en voz alta de tus logros. No por vanidad, sino por valentía. Nombrar lo que has conseguido da permiso a otras para imaginarse alcanzándolo también. La falsa modestia no inspira a nadie.
  • Rompe los estereotipos. ¿Eres una mujer y lideras un proyecto, manejas herramientas, viajas sola o emprendes? Solo con estar ahí, ya están abriendo camino. Siéntete orgullosa.
  • Incluye a las niñas en tus conversaciones. Si tienes hijas, sobrinas, nietas o alumnas, escúchalas, valídalas y muéstrales opciones. Unas simples palabras pueden marcar un antes y un después en su forma de verse a sí mismas.
  • No escondas tu fuerza. No temas mostrarte firme, decidida o ambiciosa. Eso no te hace menos mujer, al contrario. Las niñas necesitan saber que no tienen que elegir entre ser amadas o poderosas.
  • Ayuda a las mujeres de tu entorno. En reuniones, en la calle, en la vida. Ocupa tu lugar y anima a las demás mujeres a encontrar su propio espacio. Como dijo Isabel Allende, “las mujeres solas somos vulnerable, pero juntas somos imparables”.

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