Vivimos en un mundo en el que todo lo que importa está en el exterior. Queremos que las cosas encajen como por arte de magia. Que la gente nos entienda, que el trabajo sea como imaginamos, que las cosas salgan como esperábamos. Pero ¿qué pasa cuando algo, en ese plan perfecto, falla? Cuando alguien nos decepciona, cuando no nos valora, cuando las cosas no salen como planeamos. Pues que nos sentimos mal, nos frustramos, nos enfadamos y en muchas ocasiones, sin darnos cuenta, dinamitamos nuestra felicidad.
El problema, sin embargo, no es lo que está sucediendo fuera, sino algo que hacemos una y otra vez sin darnos cuenta. Un hábito tóxico para la felicidad, pero muy común. Así lo explica Ward Farnsworth, profesor de Derecho en la Universidad de Texas, experto en estoicismo y autor de El estoico practicante, uno de los libros más claros y prácticos que he leído sobre esta filosofía grecolatina. Y este error del que nos habla que no solo te impide ser feliz, también está limitando tu libertad.
El hábito que nos impide ser libres
Una de las bases del estoicismo nos pide que diferenciemos entre lo que está bajo nuestro control y lo que no. Esta diferenciación, que parece sencilla, pero no lo es, es a lo que dedica Farnsworth los dos primeros capítulos de su libro. En el primero no habla de lo que depende de nosotros. En el segundo, de lo que no.
Y sobre esto último, nos explica, versa ese hábito tan desagradable y automático. El hábito de engañarnos a nosotros mismos.
“Nos apegamos a cosas externas que imaginamos que podemos controlar”, asegura el profesor de Texas, “pero que en realidad no podemos, y sistemáticamente nos engañamos a nosotros mismos al respecto, un hábito que nos hace infelices y nos impide ser libres”.
Este hábito, tan cotidiano como invisible, nos empuja a invertir tiempo y energía en situaciones que escapan completamente de nuestro control. Dedicamos horas a preocuparnos por lo que otros piensan de nosotros, los resultados de nuestras acciones, el reconocimiento social, el éxito. Y hasta de cosas más sencillas, como si habrá tráfico o no, si encontrarás aparcamiento antes de esa reunión tan importante o si quedarán manzanas en el supermercado.
Creemos que, si nos esforzamos lo suficiente, podremos cambiarlo todo. Pero la realidad es que no es así. Hay cosas que, por mucho que nos esforzamos, no podemos cambiar.
¿Qué cosas dependen de ti?
“En la actualidad, malgastamos nuestra energía en cosas que no dependen de nosotros”, escribe el autor, para el cual lo más grave es que, además, “apenas somos conscientes de las que sí dependen”. Es lo que el estoicismo llama “la dicotomía del control”, y es una de las lecciones básicas que debemos aprender si queremos seguir el modelo que estos filósofos proponían para ser felices.
Así, pues, el primer paso para cambiar el hábito de engañarnos a nosotros mismo es determinar qué es lo que sí depende de nosotros. Parece sencillo, pero en la práctica lo olvidamos constantemente.
Lo que los estoicos, y Farnsworth, nos dicen es que lo que depende de nosotros es aquello que sale de nosotros. Es decir, nuestras palabras, acciones y opiniones. Nada más. Ni siquiera tu salud está en tu mano, porque eso es un resultado, no algo que hagas tú.
La clave, nos explica el filósofo en su libro, es “desplazar nuestro centro de gravedad a un lugar más práctico y beneficioso”.
Cómo romper el hábito del autoengaño y recuperar tu libertad
El primer paso es siempre darse cuenta de que te estás engañando. Por más que sueñes con ello, no tienes una bola mágica. No sabes los resultados que darán tus acciones. Así, pues, deja de pensar en resultados y consecuencias a la hora de actuar. En su lugar, los estoicos nos proponen un modelo que nos ayudará a tomar decisiones basadas en la virtud.
Su teoría nos viene a decir que, si bien no podemos controlar lo que sucederá una vez que hablemos, actuemos u opinemos, ese pequeño espacio que sí controlamos debe estar regido por cuatro principios básicos que configuran la virtud. Porque el que es virtuoso es feliz, y es libre. Estos cuatro grandes principios son:
- Sabiduría. Por medio de la sabiduría, podemos diferenciar lo que está bajo nuestro control de lo que no. También podemos diferenciar lo bueno de lo malo, es como una piedra angular sobre la que construir el resto de las virtudes. Y no tiene nada que ver con ser el más listo de la clase. Consiste en desarrollar una brújula interna que se puede entrenar y desarrollar, como aseguran filósofos como William Mulligan.
- Valor. El valor, nos dice Massimo Pigliucci en su Guía práctica del estoicismo, es “tener una actitud moral ante el peligro”. Es decir, no caer en el silencio o la inacción en aquellas circunstancias en las que nos parecería más sencillo permanecer callados y quietos. Actuar pese a conocer que las posibles represalias o críticas a nuestro comportamiento.
- Justicia. El valor no serviría de nada sin justicia. Este es el tercero de los valores fundamentales del estoicismo, que nos dice que debemos tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen, ni más ni menos.
- Templanza. Por último, tenemos la templanza, la moderación, la mesura. Es la virtud que nos ayuda a encontrar ese camino del medio, que no nos lleva a actuar ni por defecto ni por exceso, sino en la medida justa.
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