“No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”, escribía San Agustín de Hipona, teólogo y filósofo cristiano del siglo IV. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Ahora pensar que has perdido el móvil te genera un microinfarto. Tienes toda la vida ahí, en la maquinita. Imagínate si la pierdes.
Pero el ser humano no ha cambiado tanto. Seguimos siendo aprendices de un mundo más grande, de una naturaleza voraz. Nos enfrentamos a experiencias que marcan un antes y un después en nuestras vidas, que nos enseñan lo que de verdad importa.
Para Javier Bardem, ese momento llegó cuando colaboró con Greenpeace para crear un santuario que proteja el océano Antártico. Sumergirse en sus aguas le hizo entender lo que de verdad importa. No hay vuelta atrás cuando la mente humana comprende lo pequeña que es y lo atada que está al mundo en el que habita.
Un antes y un después
La sociedad en la que vivimos rara vez nos invita a reflexionar. Sí, la meditación está de moda. Pero siempre con algo de fondo. Una guía auditiva, algo de música. Nunca un silencio tan profundo que te obligue a enfrentarte a ti mismo.
Eso es, quizá, lo que sintió Bardem cuando se sumergió en las aguas del Antártico.“Me dijeron que ha habido más gente en la luna que en el lecho del océano Antártico”, explicaba el actor para Ethic. “Y yo fui uno de ellos”.
La experiencia le resultó casi mágica. “Yo estaba allí, flotando en ese submarino diminuto, con el piloto cerca de mí” narra el oscarizado intérprete a la revista, cuando “de pronto, empecé a sentir un sueño tremendo. Yo pensé que tal vez se trataba de falta de oxígeno o algo así, pero él (el piloto) me dijo que no, sino que era que me estaba relajando, porque el paisaje me invitaba a hacerlo. Era absolutamente cierto, fue como volver a estar en el vientre materno”.
Descubrir lo más importante
Durante esas cuatro horas que permaneció sumergido en el lecho del Antártico, Bardem vio “especies de peces y pulpos con mucho color, formas extrañas y diferentes”. Su mente de actor lo devuelve al cine. “Fue como estar en una película de James Cameron. Fue una bendición, el poder estar allí para disfrutarlo”, confesaba.
Tras sumergirse, vino el trabajo. Ser el rostro de un movimiento, reunir dos millones de firmas y conseguir avanzar en el propósito: hacer del Antártico un santuario. “Rara vez me he sentido tan orgulloso de una película como por haber participado en esta experiencia”, reconocía el actor.
Pero como toda gran revolución, el cambio no fue solo externo. En Bardem se sembró una semilla de algo nuevo, de un conocimiento antiguo que aguarda bajo las profundidades. La aventura, asegura, le hizo darse cuenta de qué es lo realmente importante. Y le quedó claro que debe defenderlo con todas sus fuerzas.
Más allá de la propiedad
Cuando la verdad queda expuesta, no queda otra que entenderla. La felicidad no está en lo que poseemos, porque lo cierto es que nada nos pertenece. Estamos en la Tierra de paso. Somos tan efímeros como un suspiro.
No, la felicidad no está en lo que tenemos. Está en lo que sentimos, en lo que vivimos, en lo que experimentamos.
“Cuanto menos tengo, más libre me siento”, aseguraba el actor en la citada entrevista. “Si tuviera que mencionar algo, te diría que mis hijos y mis amigos, aunque en realidad no son míos, son de ellos mismos”. A todo esto, añadía: “A veces una experiencia te da mucho más que cualquier cosa material”.
Para él, fue aquella sumersión. Aquel momento de paz en el vientre de la Madre Natural, que le enseñó a reconectar con lo importante.
El propósito rima con felicidad
Hay algo más en la historia de Bardem que él mismo no menciona, pero que queda implícito en sus palabras. No podemos ser felices en esta vida si no tenemos un propósito. Y el propósito no es otra cosa que poner al servicio de los demás los talentos recibidos. Hacer de nuestro paso por la Tierra un intento de dejarla algo mejor que la encontramos. De hacer que la vida de quienes nos rodean, sean hijos, hermanos, madres, padres, amigos o desconocidos, sea un poco mejor.
Javier Bardem lleva años haciendo de su carrera un puente para historias que dejan grandes lecciones. Ha acompañado a millones de espectadores en la soledad. Nos ha incitado a pensar, a ver más allá con sus palabras. Y ahora, como embajador de Greenpeace, encuentra un nuevo por qué a su vida. Uno dirigido a hacer del mundo un lugar más limpio para las nuevas generaciones.
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