Ningún educador que se precie carece de vocación. Es por eso por lo que, pese a las condiciones no siempre favorables, las aulas abarrotadas y la falta de recursos, quienes se dedican a la educación siempre encuentran ganas de seguir formándose. Educar es una cuestión de vocación, y por eso, quienes están luchando esa batalla cada día siguen encontrando espacio para preguntarse qué podrían hacer mejor. Cómo podrían enseñar mejor a sus alumnos.
En ese sentido, María Montessori ha sido para muchos educadores un atisbo de esperanza. Una forma diferente de hacer las cosas, de dejar de pelear contra los alumnos para pasar a adoptar un papel diferente en sus vidas. Y es que quizá el mayor problema en el sistema sea el sistema en sí.
Las deficiencias del sistema
Nuestro sistema educativo no es perfecto. Es una mejor alternativa que otros que podemos ver por el mundo. Que nuestra educación sea pública y gratuita es algo que debemos proteger y valorar. Eso no quita que tengamos mucho margen de mejora.
Los datos son claros al respecto. El sistema educativo actual, revelaba El País, cuenta con una tasa de interinidad de entre el 27% y el 33% según la Comunidad Autónoma, lo que crea un alto nivel de movilidad laboral y dificulta la consolidación de proyectos en el aula. La saturación y las ratios elevadas en las clases, por más que se anuncian reducciones, siguen siendo problemáticas. Los resultados académicos caen (España ha registrado los peores resultados PISA en los últimos años) y solo un 24% del profesorado consigue mantener su ilusión por el trabajo (frente al 60% que aseguraba sentirse ilusionado en 2007).
Entre docentes, las palabras “no llego” se han convertido en un mantra habitual. Necesitamos una reforma del sistema, es evidente. Pero mientras los cambios llegan, hay pequeñas transformaciones que podemos conquistar a nivel individual. Pequeñas conquistas que pueden hacer del aula un lugar en el que aprender, y no un campo de batalla. Porque, como decía María Montessori, "el mayor éxito para un profesor es poder decir: ahora los niños trabajan como si yo no existiera".
Los cursos del Método Montessori de la escuela Cuerpomente (RBA), con videoclases y material de apoyo, te ofrecen las herramientas para que el niño, a través de esa curiosidad que tanto valoraba María, saque todo su potencial.
Pequeñas acciones, grandes cambios
A principios del siglo XX, el sistema educativo italiano estaba lejos de ser un idilio. En ese sistema creció María Montessori, médica y pedagoga italiana, que comprendió que el problema no estaba en los detalles, sino en el concepto que teníamos de lo que debía ser la educación. Cambiar la forma en la que enseñamos implica cambiar la forma en la que entendemos a nuestros alumnos e hijos, así de sencillo y complicado es.
Y es que, si el sistema lleva perpetuando los mismos errores desde hace generaciones, quizá deberíamos preguntarnos, ¿qué estamos haciendo mal? “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes”, dijo una vez Albert Einstein.
Montessori se propuso, por tanto, hacer las cosas diferentes. Y así, los resultados cambiaron. En lugar de imaginar al niño como receptor del conocimiento, lo imaginó como el protagonista. No era una pieza que encajar en el puzle de la educación, sino el modelo individual de su propia enseñanza. Su filosofía parte de la idea de que cada niño tiene un ritmo de desarrollo único y que, lejos de necesitar estandarizar, necesitamos comprender y aceptar que esas diferencias no tienen nada de malo.
Para ello, necesitamos un aula preparada y a adultos preparados, que ante todo estén dispuestos a observar y a guiar, respetando la libertad del niño para aprender. Porque cuando tenemos dos, cinco, seis e incluso diez o doce años, de manera innata, buscamos aprender. El papel del educador podría ser tan solo acompañar en esa aventura.
¿Merece la pena?
La promesa de Montessori tiene que ver con la infancia. Con niños y niñas más felices, que aprenden a su ritmo y que llegan a obtener mejores resultados académicos que quienes se educan el sistema tradicional. Pero de forma indirecta, esta filosofía consigue algo indescriptible: devolver la ilusión al profesorado.
A nadie le gusta pasear por un aula como si se enfrentara a una instrucción militar, peleando contra la falta de atención, contra el ruido y la desconcentración. Así fue para Cristina, maestra de Educación infantil y asistente Montessori, que contaba su experiencia.
“Yo vivía, como todas, en ese mundo de factores”, explica narrando su propia experiencia en las aulas, en el que la economía, el tiempo, las ganas, la ilusión, la falta de orientación y el no saber qué camino tomar la mantenían presa de la incertidumbre, poniendo en crisis su vocación. “Yo, como todas, me esforzaba en decorar la clase, en tenerla bonita, recogida, en administrar bien mis 60 € anuales para material, en subir al camarote de casa de mis padres en busca del algún juego de cuando era pequeña, en innovar, en algún aspecto, en lidiar con mis malestares, en formarme y en convivir con mi realidad de la mejor manera posible durante 10 años”, expone la docente, “hasta que Montessori llegó a mi vida”.
Un destello de esperanza
Quizá suene exagerado, pero como para Cristina, para muchos profesores descubrir a Montessori marca un antes y un después. En el caso de esta docente, enfrentarse por primera vez a un espacio diseñado bajo la filosofía de esta pedagoga italiana fue dar con un destello de esperanza.
“El descubrimiento, las emociones, el asombro, la necesidad de conocimiento. Viví momentos maravillosos como, por ejemplo, entender de manera sensorial la raíz cuadrada, la formación del cuadrado, del cubo o de las fracciones. Observé un pez y una flor por primera vez en mi vida. Entendí la formación del universo de una manera que no se me olvidará en la vida. Me llevé de allí entendimientos que me servirán para siempre”, narra la docente con una ilusión renovada por la profesión más bonita del mundo.
Sin duda el cambio de enfoque no lo ha cambiado todo. Las aulas siguen abarrotadas, los desafíos siguen ahí, las pantallas siguen robando la atención de los más jóvenes. Pero Cristina, como otras muchas docentes, ha encontrado en Montessori la primera respuesta a la pregunta más importante de todas: ¿Qué puedo hacer yo hoy para hacer del mundo un lugar un poquito mejor?
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