Apesar de la prolongación de la esperanza de vida y de que cada vez se llega a la vejez en mejor estado físico y mental, hay un momento en que nuestros padres no se pueden valer por sí mismos.

A partir de entonces hay que plantearse un cambio en la forma de vivir, ya que sea cual sea la opción elegida (ingreso en una residencia, buscar un cuidador o dedicarse uno mismo a su cuidado), la responsabilidad a la que nos enfrentamos, los imprevistos que pueden ir surgiendo y las decisiones que habrá que tomar nos restarán energía y libertad.

Además de las cuestiones prácticas se plantea una situación que pone en jaque nuestras emociones y sentimientos.

Se trata de nuestros padres y el tipo de relación que hayamos mantenido con ellos a lo largo de la vida va a determinar el grado de implicación que adoptemos: aquellas familias en las que haya reinado la ayuda mutua estarán más preparadas para afrontar ese momento que aquellas otras en las que las desavenencias hayan sido una constante.

¿Es una persona dependiente?

Una persona es dependiente cuando pierde de una manera significativa su autonomía funcional y sus habilidades, con el consecuente sentimiento de fragilidad. Es entonces cuando necesita la ayuda de otros para poderse valer en las múltiples acciones cotidianas.

La dependencia de una persona mayor puede deberse a distintas causas:

Deterioro físico

El envejecimiento orgánico conlleva una disminución de la psicomotricidad y la resistencia, y la aparición de enfermedades crónicas como la artrosis, la artritis, la osteoporosis, etc.

Asimismo, hay que tener en cuenta el declive sensorial, con la pérdida de visión o de capacidad auditiva, que limitan la relación con el entorno.

Por otro lado, el elevado consumo de fármacos para el tratamiento de diversas enfermedades hace necesario su control y la vigilancia de los efectos secundarios.

Trastornos psíquicos

Los trastornos cognitivos propios de las diferentes demencias y de los accidentes vasculares hacen que las personas se vean progresivamente impedidas para seguir viviendo solas: la pérdida de memoria, la desorientación, las dificultades para el reconocimiento, etc. les sitúan en una situación de riesgo vital.

Los trastornos de la personalidad y las distintas formas de depresión también deben valorarse.

Causas ambientales

Aun gozando de buena salud, la calidad de vida puede deteriorarse si la vivienda no está adaptada para esta etapa de la vida.

La proximidad o lejanía de los familiares, centros de salud, etc. pueden hacer necesaria una decisión para prevenir riesgos.

Cómo afrontar el cuidado de los padres

El cuidado de los mayores puede durar años y no todas las personas están preparadas para afrontar semejante tarea.

Las atenciones que requieren suponen un sinfín de responsabilidades, mucho tiempo y muchos esfuerzos que se añaden a los que demanda la propia vida personal.

Antes de tomar una decisión debería haber un consenso entre los distintos miembros de la familia para buscar la colaboración de los que puedan y estén dispuestos a hacerlo.

En la planificación debe valorarse el grado de implicación de cada persona, las tareas concretas de las que va a hacerse cargo, la organización de un horario y calendario, etc.

Estos cuidados van a trastocar la vida cotidiana, ya que mucha de la energía que se dedicaba antes a la familia va a pasar a la persona cuidada.

A fin de no llegar a una situación crítica, si se tiene pareja conviene hablar con ella sobre cómo organizar la vida doméstica, pensando en cómo puede afectar la nueva situación, buscando su complicidad y comprensión, y reservando siempre un tiempo para la vida en común.

Este mismo diálogo debe mantenerse con los posibles hijos, hablando claramente de la situación de los abuelos, de las necesidades actuales, de sus sentimientos y de los nuestros, e informándoles de cómo pueden afectarles las decisiones que se vayan tomando.

Es muy importante pensar dónde va a vivir la persona mayor: si va a quedarse en su domicilio, si va a pasar una temporada en casa de cada hijo... Habrá que ver el espacio que tiene cada uno en su casa y pensar en los posibles cambios para adaptarse a las necesidades de esa persona. Quizá haya que anular alguna bañera, poner soportes en la ducha, barandillas en la escalera, etc.

Asimismo habrá que recoger toda la información médica precisa, conocer a los profesionales que les atienden, organizar la medicación, etc. Por otra parte, los trabajadores sociales de los centros de salud o del municipio informan sobre las ayudas que pueden recibir, ya que la actual Ley de Dependencia prevé recursos económicos, profesionales y asistenciales a personas que lo requieran.

Conviene también visitar algunos centros residenciales que pueden utilizarse en momentos puntuales: fines de semana, vacaciones, posibles convalecencias después de alguna intervención...

Con una buena organización logística todas las personas implicadas ganarán tranquilidad y se evitarán sobresaltos.

Cómo aceptar la nueva responsabilidad

Lo mejor para que todo vaya bien es no considerar los cuidados de una persona mayor como un trabajo. Puede convertirse en una obligación fruto de una decisión responsable y del amor que les debemos, pero no debería ser una rutina profesional.

Se ha de encarar esta situación como un momento más de la vida y seguir viendo a la persona cuidada como el familiar que es y no como un enfermo dependiente y quejoso.

Hay que cambiar los hábitos para que la atención que merece la persona cuidada pase a formar parte de un nuevo estilo de vida y no olvidar que, al igual que ocurre con los hijos, rodear todos estos cuidados de afecto y cariño resulta mucho más gratificante para todos y facilita la labor y la salud de la persona a nuestro cargo.

La decisión de cuidar a una persona mayor debería ser considerada un gesto de amor, gratitud y responsabilidad: nuestros progenitores han cuidado de nosotros y posiblemente también de nuestros propios hijos; ahora nos toca a nosotros hacernos cargo de ellos.

A pesar de los sinsabores que puede llevar aparejada esta decisión, al ver de cerca el deterioro y envejecimiento de personas queridas, y a pesar de lo difícil e ingrata que resulta a menudo la labor, la experiencia puede ser muy satisfactoria y reconfortante.

Para los mayores, su estado de dependencia tampoco es agradable y puede hacer mella en su autoestima, lo que afecta a toda su vida emocional.

Hay que tener en cuenta también que no siempre se comportan igual: a veces quieren curarse y llevar con dignidad su vejez procurando ayudar en todo lo posible; otras preferirían "desaparecer" para no convertirse en una carga, pero también pueden manipular a los cuidadores para obtener toda su atención.

En cualquier caso por regla general es conveniente:

  • Adoptar una actitud empática hacia ellos, procurando comprenderles y poniéndose en su lugar.
  • Hablarles y tratarles afectuosamente tanto con palabras como a través del contacto físico.
  • Fomentar su autonomía en la medida de lo posible, haciéndoles responsables de aquello que puedan hacer por sí mismos, para no sobrecargamos de tareas y para que continúen sintiéndose útiles.
  • Respetar su intimidad, procurando que cuestiones como el baño, el cambio de pañales, etc. se hagan del modo más reservado posible.
  • Procurar que salgan a la calle, pasear con ellos y, si puede ser, que continúen teniendo cierta vida social, facilitándoles la relación con otros familiares y amigos.

Diferentes opciones para el cuidado de los familiares mayores

Guando deciden hacerse cargo de sus familiares muchas personas no conocen las diferentes ayudas sociosanitarias a que tienen derecho.

Aunque no siempre resultan fáciles de obtener y muchas veces nos veremos enredados en un auténtico marasmo burocrático, conviene tener en cuenta algunas de estas prestaciones:

  • Asistencia domiciliaria. Existen distintas ayudas, como la de las trabajadoras familiares que pueden colaborar en las tareas domésticas y el aseo de la persona dependiente, o los programas de atención médica domiciliaria para enfermos crónicos y que necesitan cuidados paliativos.
  • Ayudas económicas. Además de las distintas pensiones que pueda percibir la persona mayor, también se pueden reclamar ciertos complementos para hacer frente a las consecuencias económicas de la dependencia.
  • Teleasistencia. Se trata de un servicio telefónico que permite contactar rápida- mente con una central durante las 24 horas del día, con tan solo pulsar un colgante o un aparato próximo al teléfono. La persona responsable se pone en contacto in mediato con el usuario para escuchar qué le ocurre y atenderle inmediatamente en caso de urgencia o informar a los familiares.
  • Centros de día. Están especialmente diseñados para personas no excesivamente dependientes o que sufren algún tipo de demencia. Consisten en un servicio de recogida a domicilio y su atención hasta media tarde. Estos centros permiten que los familiares puedan seguir llevando su vida laboral y atendiendo a sus otras obligaciones cotidianas y que los mayores estén bien atendidos durante la mayor parte del día.
  • Residencias. En determinadas situaciones, sea por el estado de la persona mayor o por la imposibilidad de la familia de atenderle, puede ser necesario ingresarla en una residencia geriátrica más o menos asistida.
    Debe desmitificarse el sentimiento de abandono que suele ir ligado a esta decisión porque a veces es lo mejor para todos. Además, en algunas comunidades autónomas y ayuntamientos existen programas para descargar la tarea de la familia y permiten un ingreso temporal del anciano en una residencia pública. En el caso de querer tomar unas vacaciones o disponer de algún fin de semana libre también puede optarse por un centro privado.

El cuidador debe cuidarse

Está muy bien tomar la decisión de cuidar a un familiar mayor pero en ningún momento la persona cuidadora debe olvidarse de sí misma ni de su entorno.

Son muchas las personas que con el paso del tiempo, a veces años, ven mermada su salud física y psíquica: padecen un mayor número de enfermedades, experimentan sentimientos de tristeza, soledad, incomprensión, síntomas de depresión o ansiedad, etc.

Todo ello suele deberse a que se han centrado cada vez más en esos cuidados y se han ido descuidando a sí mismas, y a su familia y amigos.

Estos son algunos consejos que se deben tener en cuenta para cuidarse y de este modo poder seguir brindando ayuda:

  • Poner límites. Conviene aprender a poner límites a los cuidados y atenciones, y saber decir "no" a tiempo para que la persona cuidada no llegue al abuso.
  • Organización. Una buena planificación del tiempo durante el día permite llevar a cabo las tareas necesarias con mayor tranquilidad.
  • Dormir. Es importante procurar dormir bien y el tiempo suficiente. Si la persona mayor necesita algún cuidado durante la noche y se ha estado todo el día atendiéndola, hay que pedir la ayuda de otro familiar.
  • Practicar ejercicio. Hay que intentar hacer ejercicio ya que por una parte permite descargar tensiones y, por otra, también ayuda a estar en forma para poder movilizar al anciano si así se requiere.
  • Vida social. Resulta recomendable no quedarse encerrado en casa y continuar viendo a los amigos, salir de paseo, a divertirse, etc. Para poder hacerlo es necesario que otros familiares puedan llevarse a la persona atendida a su domicilio algunos fines de semana o que se hagan cargo puntualmente de ella algunas horas a la semana. De esta forma se libera un poco a quien lleva el mayor peso de los cuidados.

Libro recomendado

Cómo cuidar de tus padres cuando envejecen; Donna Cohen. Ed. Paidós.