Siempre me ha sorprendido cómo funciona la memoria, de qué manera decide recuperar algo (sea lo que sea) y hacerlo emerger al consciente. Es posible que ella sea nuestra mejor maestra y sepa cuando es el momento preciso para sacar del olvido aquello que necesitamos.

Esta sensación la tuve yo, no hace mucho, en una de estas situaciones en las que no imaginaba que pudiera recibir una lección de vida. Te cuento. Estaba entrenando mi arte marcial, Mugendo, combatiendo contra un compañero, tratando de poner en práctica todo aquello que nos había enseñado el sensei. Las cosas no me iban demasiado bien. Es más, sufría. Era como si mi contrincante tuviera ocho brazos y cuatro piernas. Por supuesto, yo quería contraatacar, lanzar algún puño, patada, lo que fuera. Imposible. Estaba totalmente acorralado, mis intentos quedaban a medio camino y, por si fuera poco, descuidaba mi guardia y recibía más impactos. Fue en medio de esa lluvia de golpes que vino la lección. El sensei me dijo: «Gabriel, espera tu momento o no saldrás nunca de ahí».

la dictadura del ahora

¡Eso era! Yo quería atacar, pasar a la acción y dominar el combate, pero, simplemente no era mi momento. O, como mínimo, era el momento de hacer otras cosas como, por ejemplo, defenderme bien, subir la guardia, resistir. Ese trabajo que no estaba haciendo era la única manera de salir de ahí. Y eso es gaman. Mi memoria me hizo recordar este concepto japonés lleno de inspiración y sutiliza, tan sencillo de entender como complicado de aplicar, sobre todo para nosotros, los occidentales, inmersos como estamos en la inmediatez, el ahora mismo, los resultados y la dictadura de la impaciencia. Gaman significa justo lo contrario: esperar con paciencia y determinación. Pero va más allá, es mucho más amplio y profundo. 

Tener gaman no es solo tener paciencia, es perseverar en aquellas situaciones de adversidad y seguir confiando en que, si hacemos lo correcto, llegaran los buenos momentos. Así, para cultivar el gaman necesitamos cuatro elementos: paciencia, perseverancia, hacer lo correcto y tener esperanza. No es solamente un derivado oriental del estoicismo, de dejar que el mal momento pase; esperar el día soleado. Es hacer lo que tienes que hacer y no hacer lo que, en el fondo, te alejará de esos buenos momentos. 

El arte de saber esperar

Yo, en el entreno del que hablaba, estaba apartado del gaman, descuidando todo aquello que sí estaba en mis manos hacer: protegerme, moverme con agilidad y esperar a que mi compañero cometiera algún error, dejara alguna rendija por donde entrar. Pero para eso debía estar atento, concentrado, trabajando en mi defensa… Eso es gaman. Ese trabajo de perseverancia, ese esperar, insistiendo y esperanzado. Sin quejarse, sin forzar, aceptando que, a veces, simplemente, no es tu momento.

El gaman es uno de los rasgos más característicos en la sociedad japonesa y pasa de generación en generación como un tesoro de gran valor. Ha sido ampliamente estudiado por psicólogos, sociólogos, filósofos… y hay consenso en asegurar que les permite, como sociedad, reaccionar de manera serena y coordinada ante catástrofes naturales, en las que todo parece perdido y, sin embargo, son capaces de no perderse en el lamento, la autocompasión o el desánimo. Cultivar el gaman nos permite ser fuertes y dignos y, sobre todo, hacer lo que está en nuestra mano para revertir las circunstancias. Aceptándolas. Porque, como decía Jung, "lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma".

Pero no solo sirve para momentos tan dramáticos, como un tsunami. Esta actitud es algo que, incluso, se puede sacar a relucir en momentos más comunes, como puede ser una cola de espera. Quien más quien menos se desespera e impacienta. Esperar con serenidad y aceptando que hay más gente por delante… eso es gaman. Y hace que, cuando llegue tu turno, es decir, aquel buen momento, no te encuentres de malhumor, tenso y estresado. Esta es una de las grandezas del gaman: estar preparado para cuando llegue nuestro turno y, a la vez, saber reconocerlo. Porque, ¿de qué sirve que se presenten esos buenos momentos si estamos nublados por el enfado? ¿Si no los podemos ver? Así que, siempre que debamos salir de un mal momento, como yo de los golpes que recibía en el tatami, esperemos haciendo lo que requiere la situación, entonces, será mucho más fácil salir de ahí.