Tomar decisiones puede ser tan fácil o tan complicado como hacer una apuesta. Cualquier elección vital puede considerarse una apuesta. Decidimos escoger un camino que conllevará ciertas cosas, mientras desestimamos otras. En cada decisión nos jugamos algo, por eso en ocasiones resulta tan difícil dar este paso.

El temor a equivocarse puede llegar a paralizarnos en la duda o a postergar al máximo el momento de la determinación. Cada persona tiene su modo particular de afrontar la incertidumbre que plantea una decisión. Sin embargo, a menudo buscamos fórmulas que nos ayuden a dar con la elección más acertada.

Así, nos preguntamos: ¿Qué es mejor, escuchar los sentimientos o atender a la razón? ¿Escoger por mí mismo o buscar consejo en los demás? ¿Decidir con rapidez o esperar?

Desengañémonos: no existen fórmulas fijas que puedan ayudarnos en este trance. Quizá la mejor receta sea aprender a tomar decisiones centradas en los propios principios, aquellas que nos dirigen en cada momento hacia donde queremos ir y que están en consonancia con nuestra forma de pensar y nuestros valores.

Cómo evitar que la indecisión te paralice

Muchas personas se quejan de que les resulta difícil tomar decisiones, y otras afirman que el mero hecho de hallarse ante dos posibilidades se convierte en un suplicio. Por otra parte, todos hemos sufrido inquietud ante una decisión impottante, pensando que quizá podía marcar el rumbo de nuestra vida futura.

Cuando nos encontramos ante una encrucijada aparece en primer plano nuestro sentido de responsabilidad. Decidir implica comprometerse y mostrarse, decir ante los demás: "yo elijo esto", lo cual siempre conlleva cierto riesgo.

A veces resulta más fácil asumir ese riesgo, mientras que en otras aparece la duda y el miedo, especialmente el temor a equivocarse, a no hacer lo correcto o a ir en contra de lo que opinan los demás.

Es entonces cuando podemos quedar atascados, incapaces de dar un paso adelante, confundidos y peleándonos entre las distintas posibilidades.

La indecisión deriva de un conflicto. Puede tratarse de un conflicto entre las diferentes alternativas, o bien una disputa interna entre lo que sugiere el corazón y lo que dicta la cabeza. A veces el choque se da entre lo que deseamos y lo que los demás esperan de nosotros.

Pero mantenerse en la duda puede pasar factura. Por un lado, el tiempo por sí mismo puede acotar las posibilidades y decidir por nosotros. Por otro, el conflicto no resuelto crea una tensión interna y un desasosiego que se van acumulando y pueden acabar desbordándose, por ejemplo, en síntomas de estrés o ansiedad.

En todo caso, los síntomas solo son una evidencia de que es necesario salir de la inmovilidad de la duda para encaminarse hacia una u otra dirección.

Sufrimos al sentirnos atrapados en situaciones en las que pensamos que no podemos decidir.

Pero eso es falso: cuando permanecemos en la duda estamos eligiendo no dar todavía ningún paso, e incluso cuando pensamos que no tenemos capacidad para decidir contamos con más alternativas de las que creemos. Por tanto, podemos elegir.

Reconocer este poder que nos otorga la decisión puede ser revelador. Ya no sirve lamentarse de la propia indecisión, ni tampoco culpar a los demás o a la situación. Podemos decir "sí" o "no". O buscar otras posibilidades. Podemos utilizar las decisiones para resolver situaciones, para priorizar o para poner orden en nuestro interior.

Cada elección, por pequeña o grande que sea, tanto si se trata de una prenda de ropa o la profesión a la que nos queremos dedicar, habla especialmente de nosotros: de nuestro carácter, valores y principios, de nuestra historia, del entorno en el que vivimos o nos gustaría vivir, de nuestros gustos...

Las decisiones nos definen, dan forma a nuestra identidad, Y, del mismo modo, pueden transformamos. Tenemos miles de ejemplos que demuestran que una decisión puede cambiar la vida.

Personas que al descubrir su insatisfacción dejan un trabajo fijo para dedicarse a lo que realmente aman, individuos que deciden modificar su forma de relacionarse con los demás... No debemos subestimar el poder de la decisión.

5 claves para orientar la toma de decisiones

"Si no sabes a dónde quieres ir, llegarás q cualquier parte". Esta frase nos recuerda que para alcanzar lo que deseamos primero debemos saber exactamente a dónde queremos llegar.

Las decisiones más efectivas son las que se toman orientadas hacia una finalidad, aceptando la responsabilidad que implican. Para tomarlas conviene tener en cuenta cuatro aspectos fundamentales. Veámoslos:

1. Escuchar la razón y la emoción

Durante siglos se ha recalcado que al tomar decisiones se debían separar los sentimientos de la razón. Descartes rechazaba como falso todo aquello en lo que pudiera vislumbrar la menor duda. De esta manera, la información derivada de los sentidos y de los sentimientos se consideraba poco fiable. Sobre estos principios se ha edificado toda la lógica formal y los presupuestos científicos.

En el lado opuesto se encuentra una tendencia en alza. La que preconiza guiarse por la intuición, que en esencia supone llegar a decisiones sin pasar por el pensamiento. Según este enfoque las percepciones y los sentimientos aportan evidencias más reales, pues no están mediadas por los prejuicios mentales.

Sin embargo, tanto la razón como la intuición pueden equivocarse.

De hecho, aunque queramos separarlos funcionan de forma unida. El juicio racional nunca es imparcial, pues cada idea está impregnada de emociones; mientras que los pensamientos influyen en la manera en que cada persona siente o percibe las cosas.

Las emociones nos ofrecen una especie de inteligencia instantánea. Es útil atender las sensaciones subjetivas como si fueran indicaciones: atracción o rechazo, bienestar o malestar... Pero, del mismo modo, la razón ofrece una guía de conocimientos para sopesar la decisión.

2. Decidir con integridad

El sentido y la orientación en la propia vida se sostienen sobre dos pilares: lo que uno cree, es decir los principios y valores personales, y lo que realiza.

Conocer qué es verdaderamente esencial para uno, definiendo la propia escala de valores, permite ubicarse en la inmensidad de posibilidades. Decidir y actuar en consonancia con estos valores es lo que aporta integridad y coherencia a nuestra vida.

Para descubrir esta orientación podemos recurrir a preguntas, como: "¿Qué es lo más importante para mí?" "¿Cuál es mi orden de prioridades?" "¿Esta decisión es coherente con mis principios?"

Decidir con integridad permite ganar seguridad y solidez. Además, la propia decisión adquiere mayor fuerza si se basa en algo en lo que uno cree.

Ante cualquier elección es útil indagar sobre cuáles son nuestros verdaderos deseos. En ocasiones les daremos prioridad, mientras que en otras preferiremos adaptarnos a lo que desean los demás. Ambas opciones pueden ser válidas mientras se sea consciente del dilema y se respete la que no se ha elegido.

3. Equilibrar la visión

Solemos creer que aquello que percibimos es la realidad. Pero cada vez más experimentos prueban que la percepción es subjetiva y no depende solo de los sentidos, sino también de los conocimientos y experiencias asociados a cada idea.

Etiquetamos algo como bueno o malo, positivo o negativo, según nuestra particular visión del mundo. Así, cuando algo nos deslumbra sólo estamos viendo lo que contiene de positivo, y si algo nos produce rechazo es porque prestamos más atención a lo que nos disgusta.

Para lograr una visión más completa a la hora de decidir conviene intentar ver en cada alternativa ambos lados de la realidad. De este modo, podremos apreciar las ganancias y también las renuncias que implica cada decisión.

En cuanto a uno mismo, es importante conocer tanto los puntos débiles como las fortalezas. Enfrentarse a situaciones sin saber cuáles son nuestras limitaciones O con unas expectativas demasiado elevadas puede ser tan pernicioso como infravalorar las propias capacidades, dejándose abatir por los sentimientos de miedo e inseguridad.

4. Reconocer el miedo a decidir

Al llevar a cabo la decisión puede que aparezca inquietud y temor. Pero reconocer el miedo no implica dejarse amedrentar o paralizar por él.

En las decisiones hay un momento en que es preciso dar un paso en el vacío. Sin ese riesgo no hay avance posible. Cuando aparezca el miedo a decidir lo disolveremos precisamente decidiendo y recordando que incluso en la inmovilidad y en la duda también estamos realizando una elección.

Si la decisión desemboca en lo que parece un fracaso, podemos entenderlo como un aprendizaje para la próxima ocasión.

Tomar decisiones y llevarlas a cabo fortalece nuestra voluntad y confianza. Es la puerta de entrada para cualquier cambio y hace que nos sintamos comprometidos con nosotros mismos.

Cada decisión plantea una pregunta que de un modo u otro debemos responder. Una a una van dando forma y sentido a nuestra vida, esbozando un camino que será único e irrepetible.

5. Mejorar la habilidad de tomar decisiones

Las decisiones son tan inevitables como necesarias. Podemos mejorar nuestra habilidad para tomarlas utilizando alguna de estas propuestas.

  • Clarificar la finalidad. Es útil saber qué se quiere lograr a corto y largo plazo con la decisión. Pregúntate: ¿Qué quiero conseguir? ¿Qué es prioritario para mí ahora? ¿Esta decisión me ayuda a conseguir lo que quiero para mi futuro?
  • Hazlo ya. Muchas veces dejamos cosas por decidir o postergamos todo lo posible la determinación. Todos esos temas aplazados, sean importantes o banales, ocupan nuestra atención y energía. Resolverlos permite despejar la mente y dedicar la energía a conseguir los objetivos.
  • Evaluar las consecuencias. Es útil preguntarse por las consecuencias de la decisión. Reflexiona: ¿Qué consecuencias puede traer para mí y para los demás esta decisión? ¿Qué puede suceder si no lo hago? ¿Qué me impulsa realmente a hacerlo?
  • Reposar la decisión. A veces conviene pasar a la acción y no quedarse anclado en los pensamientos, pero otras es preciso y hasta prudente postergar la decisión. Quizá haya que abordar unos asuntos antes que otros, o dejar reposar la decisión para ganar claridad. En momentos de crisis no se aconseja tomar decisiones de peso, pues la percepción de las cosas puede estar distorsionada.
  • Resolver de manera creativa. Se basa en dos principios: aumentar la comprensión (mirando la situación desde diferentes puntos de vista o intentando ponerse en el lugar de otras personas) y abrir la mente (buscar e imaginar alternativas atreviéndose a pensar y experimentar cosas diferentes).

Recuerda que es difícil lograr cambios si se sigue reaccionando de la misma manera.