Esa geometría viviente puede apreciarse por doquier, en la naturaleza y en nosotros mismos: líneas rectas y curvas, polígonos, esferas… Formas y figuras que se van repitiendo a diferentes tamaños y en distintos niveles.

Pero si quisiéramos sintetizar toda esa multiplicidad en una imagen primordial que lo contuviera todo por así decirlo, deberíamos quedarnos con el círculo, pues efectivamente resume en su simplicidad el dinamismo de la realidad.

Volvamos por un momento a nuestra infancia, pues todos hemos tenido la experiencia de lanzar una piedra al agua quieta de un estanque. Nos fascinaba sin duda el curioso e inexplicable fenómeno de los círculos concéntricos que formaban las ondas desde el lugar donde la piedra producía el impacto. Sin saberlo, ante nuestros ojos infantiles se reproducía el misterio de la creación.

Por eso contemplar simplemente el dibujo de un círculo, una nada que parece un todo, nos deja en silencio y pensativos. Es la magia del símbolo.

En palabras de R.W. Emerson: "El ojo es el primer círculo, el horizonte que forma es el segundo, y esta figura primera se repite incesantemente a través de toda la Naturaleza".

Para que haya vida, esta debe ser justamente circular. Si se estanca o paraliza, deviene la muerte. La sangre circula a través del organismo nutriendo y limpiando cada una de las células que componen nuestro cuerpo. Y circular viene de "círculo".

El significado universal del círculo

El círculo es el área contenida en una circunferencia, siendo esta su perímetro. Pero para trazar una circunferencia (visible) necesitamos un centro (invisible). Esto nos lleva al simbolismo del centro y la circunferencia.

  • El centro representa el origen, la unidad primordial de donde todo surge mediante irradiación. Es el eje inmóvil de la rotación del ciclo del devenir. Simboliza el espíritu y la eternidad.
  • Por su parte, la circunferencia representa la manifestación, la pluralidad, la materia, lo temporal.
  • Desde otro punto de vista, centro-círculo-circunferencia forman una tríada, pues el número tres significa la manifestación y a su vez la vuelta de la dualidad a la unidad. Así, el centro corresponde al espíritu trascendente, el círculo propiamente dicho sería el alma, y la circunferencia la materialidad corporal.

Descubre el significado de los colores de un mandala en el siguiente vídeo:

Este simbolismo marcado por el tres se repite en los más variados niveles de la existencia.

  • Por ejemplo el huevo, emblema de la vida en muchas culturas, consta de yema, clara y cáscara, al igual que las células se componen de núcleo, protoplasma y membrana.
  • Tres son los gestos necesarios para trazar un círculo con un compás: primero clavar uno de sus brazos para tener un centro (espíritu), después marcar una distancia con el otro brazo (alma) y finalmente hacerlo girar hasta formar la circunferencia (cuerpo).
  • Y en la gramática, tres son los elementos que forman una frase: sujeto (espíritu), verbo (alma) y predicado (cuerpo).

No hay que olvidar que el centro es lo más importante, lo que da equilibrio, pues se halla a igual distancia de todos los puntos de la circunferencia. Sin él no habría manifestación, ni círculo ni circunferencia. Además, el centro es el origen y a la vez el destino final, el alfa y el omega.

La expresión tridimensional de la perfección del círculo es la esfera, figura que simboliza la armonía de la totalidad. Como la circunferencia del círculo parece no tener principio ni fin y sugiere movilidad, otra forma de expresar el cambio dentro de ese movimiento circular es la espiral.

En ella vuelve a pasarse por el mismo lugar o momento pero de manera distinta. Del mismo modo que cada año nos trae la misma fecha de aniversario, pero los años cumplidos van cambiando.

 

Círculo: la rueda de la vida

Todo es cíclico (del griego kiklos, círculo) en la naturaleza: el movimiento de los cuerpos celestes, el agua que se evapora formando nubes que se convertirán en lluvia, las plantas y los animales que al morir retornan al seno de la tierra.

El curso del tiempo y de las estaciones sigue un movimiento cíclico mediante el cual todo se repite y a la vez se renueva. Porque, como señaló el filósofo griego Heráclito: "En el círculo se confunden el principio y el fin".

Para el budismo, la existencia se simboliza con la imagen de "La rueda del samsara", que suele representarse a la entrada de los templos. Es una imagen de los distintos reinos y sus habitantes, con sus particulares limitaciones y sufrimientos, en la forma de una rueda que va girando debido a las acciones de esos seres y sus consecuencias kármicas.

Otra rueda, la del Dharma, expresa el camino de la liberación de ese sufrimiento mediante la práctica de las enseñanzas del Buda. Por ese motivo, los tibetanos renunciaron a utilizar la rueda, imagen sagrada para ellos, en menesteres mundanos como sería un carro.

Esto nos puede parecer exagerado, pero es un hecho que nuestro desarrollo material se basa en el movimiento circular de la rueda. No solo porque nos trasladamos de un lugar a otro en vehículos sobre ruedas sino porque desde el abandono de la tracción animal al inicio de la revolución industrial la energía se ha obtenido mediante el movimiento circular: turbinas hidráulicas, dinamos eléctricas…

Y no por casualidad, cuando los excesos tecnológicos y la contaminación ambiental nos van asfixiando, se impone el utilizar energías renovables y reciclar los residuos. Otra vez el círculo.

Círculo y cuadrado: Cielo y Tierra

Desde otra perspectiva, el círculo representa el Cielo o espíritu. La palabra latina caelum significa cielo, firmamento y forma circular. La Tierra, lo material o estático, es representado por el cuadrado.

En nuestro propio cuerpo, la cabeza es considerada la parte más noble y no por casualidad es redonda. A su vez, los ojos –que hacen posible el sentido más refinado, la visión–, también son circulares. Imaginar ambas cosas de forma cuadrada, nos alejaría de la espiritualidad inherente al ser humano, dándonos la apariencia de robots mecánicos.

Por ello, muchos templos se componen de una planta cuadrada o rectangular coronada por una cúpula que simboliza la bóveda celeste, a menudo decorada con pájaros o criaturas angélicas como sucede en el cristianismo. Asimismo, en la mayoría de religiones las figuras de santos o divinidades se representan con un halo luminoso y redondo alrededor de la cabeza.

Los círculos megalíticos son una manera de marcar en la tierra el orden celeste mediante la alineación concéntrica de grandes piedras clavadas en el suelo. La vivienda de muchos pueblos nómadas tiene forma circular, como los tipis de los indios norteamericanos o las yurtas de los mongoles.

 

La arquitectura sagrada, especialmente las pirámides egipcias, los templos hindúes y las catedrales medievales, supone la unión de lo celeste y terrestre. También una expresión del centro invisible. Por eso cuando los visitamos apreciamos su capacidad de captar y transmitir, debido a su forma y emplazamiento, determinadas energías sutiles.

Las danzas populares suelen formar círculos. A menudo con los ejecutantes cogidos de la mano y mirando al centro. En otras ocasiones girando sobre sí mismos en solitario o rodeándose en pareja (unión de lo masculino y lo femenino).

El flamenco no solo presenta esos giros o rotaciones sobre el eje corporal sino que a su vez las manos elevadas van dibujando pequeños círculos, mientras los pies golpean el suelo no sabemos si para recoger la energía de la tierra.

Rumi, el gran maestro sufí, instauró como práctica espiritual la danza del Sama, en la que los derviches van girando alrededor del centro simbolizado por el maestro inmóvil y a la vez extáticamente sobre sí mismos.

Retornar al origen

San Agustín, recogiendo una sabiduría más antigua, nos ha dejado quizá la mejor definición del Espíritu universal en clave geométrica: "Dios es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna". El fenómeno religioso consiste básicamente en orientarse hacia ese centro espiritual que es el origen de todo y a la vez su mantenedor y destino último.

Asimismo, cabe considerar que en nosotros mismos, en nuestra consciencia, hay un centro y una periferia. Y al igual que sucede cuando gira un disco, que lo hace a mayor velocidad lineal conforme nos alejamos del centro, si permanecemos demasiado tiempo en nuestra periferia anímica (mental y emocional) todo parece más caótico e imprevisible.

Otra imagen del centro en su proyección vertical es la de la cumbre de una montaña. Al ir ascendiendo, el aire se vuelve más limpio y al llegar a la cima la visión se amplía –en ocasiones abarca hasta los 360 grados–, mientras tenemos mayor sensación de paz y libertad. Del mismo modo, si nos acercamos a nuestro propio centro encontramos calma y alegría, alejándonos de la agitación exterior.

Toda práctica espiritual supone un recogimiento, un pasar de la circunferencia exterior al centro interior. Periódicamente, sin necesidad de renunciar a lo material, pero sin abandonar esa necesaria conexión.

Cada ser humano tiene su particular camino hacia sí mismo. Pero el centro es transpersonal (está más allá del ego) y universal (es el mismo para todos).

Al igual que en un círculo son innumerables los posibles radios que unen el centro con la circunferencia, cada persona tiene su particular camino hacia sí misma. Tener presente ese centro invisible pero real nos hace más humanos. Nos ayuda a vislumbrar destellos de luz en la aparente oscuridad de ciertos momentos en la vida, a encontrar un poco de eternidad en medio de la evanescencia del tiempo.

Mandalas y otras figuras y objetos para meditar

Por su parte, la pintura zen se limita en ocasiones a trazar un simple círculo, lo que evoca las enigmáticas palabras de Buda: "La forma es vacío y el vacío es forma".

Acercarse al centro

Mandala es una palabra sánscrita que significa "círculo".

Los mandalas son diagramas geométricos que se utilizan en el hinduismo y budismo como soporte de meditación. Son la expresión visual (los mantras serían su versión sonora) de determinadas cualidades o influencias espirituales.

Se ha comprobado que dibujar o colorear mandalas –figuras con un centro que se expande y a su vez vuelve al origen, delimitadas por un círculo protector– favorece la integración de la consciencia y la relajación mental.

Por eso la práctica de los mandalas se está recomendando en ciertos pacientes psiquiátricos y de modo lúdico en niños y ancianos.

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Buscar orientación

Desde la más remota antigüedad el círculo ha servido para entender y medir el tiempo.

Así lo hicieron los babilonios que lo dividieron en 360º. Su nombre, Shar, designaba el universo o cosmos.

Los relojes presentan una esfera a través de la cual van girando las manecillas para que sepamos el momento cíclico del día en que estamos. Para orientarse en el espacio se emplea otro útil circular, la brújula. Ambos objetos tienen una utilidad práctica y a su vez contienen un profundo simbolismo.

Adornarse con círculos

El ser humano ha utilizado joyas desde tiempo inmemorial, no solo para adornarse, sino también como forma de protección y con significado simbólico. Muchas tienen forma circular: collares, brazaletes, anillos.

Todavía hoy, colocarse un anillo en el dedo implica determinadas cualidades: rango, poder, compromiso, lealtad. Por su parte, un collar de cuentas en forma de bola, además de belleza, tiene un misterio: es un círculo formado por pequeñas esferas unidas entre sí por un hilo no visible, al igual que los diferentes mundos están contenidos en un gran círculo universal y deben su existencia al espíritu invisible que los sostiene.