Agustín Pániker es escritor, editor y profesor en distintos másteres universitarios acerca del fenómeno religioso, la sociedad india y las tradiciones religiosas asiáticas. Ha escrito libros como El jainismo, Índika, Los Sikhs, El sueño de Shitala o La sociedad de castas, y acaba de publicar en la editorial Kairós Las tres joyas (Buda, su enseñanza y la comunidad).

Se trata de una introducción didáctica al mundo del budismo que aborda sus tres grandes ejes o "joyas": la figura de "El Despierto" (el Buda), su enseñanza (Dharma) y la comunidad de seguidores (Sangha).

Pániker profundiza en la vida del personaje histórico de Gautama Siddharta y en cómo se convirtió en Buda Shakyamuni. Además, repasa los conceptos esenciales de las filosofías budistas (el sufrimiento, la impermanencia, el nirvana, la vaciedad, la ausencia de "yo", el karma, etc.) para concluir con la historia del budismo desde su orígenes índicos hasta su expansión global.

Un relato para todos los públicos que lo convierte en un manual de referencia acerca de una de las tradiciones espirituales más famosas del mundo, el budismo. Sobre ella conversamos con él.

Cultivar una relación no egoísta con las cosas, los lugares, las personas

—La felicidad, desde un punto de vista budista, no está supeditada a las posesiones y deseos sino a la sabiduría de la aceptación y el desarrollo de las cualidades internas. ¿Es necesario tenerlo presente en el contexto actual, donde impera el paradigma del "tener" más que el del "ser"?

—Desde luego. No es que debamos prescindir de las posesiones materiales o inmateriales. De lo que se trata es de no aferrarnos a ellas de forma tóxica y adictiva. El budismo invita a cultivar una relación no egoísta con las cosas, los lugares o las personas; a desplegar un amor verdaderamente desinteresado, que es el que no está fundamentado en el egoísmo. En la sabiduría que se esconde tras esa nueva forma de vincularse con el mundo creo que anda escondida la felicidad.

"Se confunde cierto bienestar, que bienvenido sea, por una meta individual o colectiva de plenitud, felicidad y satisfacción. Ese es el gran autoengaño"

—Dice en su libro que Buda nos invita a dinamitar nuestra situación psicológica, moral, a desbloquear el apego y el sufrimiento, atacando la ignorancia, la falsa seguridad a la que nos aferramos y la mente obnubilada. De ahí la importancia del estudio y la meditación. Sin embargo, en el mundo actual parece que convienen más los ciudadanos y consumidores dóciles que los críticos…

—Esta es la gran ironía del mundo moderno: la sociedad más alfabetizada del planeta es a la vez la más borrega y falta de discernimiento crítico, atrapada en el consumismo, la religión del capitalismo por antonomasia. Es decir, embelesada por la promesa de que adquiriendo tal bien o consumiendo tal producto sobrevendrá la felicidad. Se confunde cierto bienestar, que bienvenido sea, por una meta individual o colectiva de plenitud, felicidad y satisfacción. Ese es el gran autoengaño.

Captar que el "otro" es uno mismo

—El budismo nos habla de que todo es transitorio y a la vez nada es independiente, pues todo está sujeto al cambio y depende de causas o condiciones. En cambio, la sociedad actual promueve el individualismo. ¿Comprender nuestra interdependencia y transitoriedad nos haría, a nosotros y a nuestros líderes políticos, más ecuánimes y más efectivos a la hora de actuar?

—Si entendemos fácilmente la interdependencia ecológica o económica, ¿por qué negarnos a dar un paso más y dejar de substantivizar, de romper con el egoísmo del "yo", lo "mío", lo "nuestro" que exige la oposición al "tú", lo "tuyo", lo "otro"? Aquel que comprende vivencialmente que quien tiene delante no es "otro", ni "otra", sino un universo más en el nudo de relaciones en el que todos y todo está entrelazado, ¿cómo va a actuar egoístamente? ¿A santo de qué debería optar por la codicia, la guerra o la competencia quien capta que el "otro" es sí mismo?

—Dice en su libro que el hábito de estar centrados en nosotros mismos es la principal causa de sufrimiento. El narcisismo obsesivo y el egoísmo ignorante generan codicia, envidia, ira, presunción, crueldad y engaño. La sabiduría budista consiste en percatarse de esa falacia y actuar consecuentemente. En un mundo de redes sociales, etc. en el que se promueve cada vez más ese narcisismo y egoísmo, ¿deberíamos aplicarnos esta máxima budista con más interés si cabe?

—Sería sumamente terapéutico para nuestra sociedad y el planeta. Incluso el narcisismo espiritual de muchos buscadores espirituales debería atenuarse para dar paso a una actitud de genuina humildad, benevolencia y compasión.

Desidentificarse con el supuesto "yo"

—También cuenta que el odio, la arrogancia o la vanidad son creaciones del "yo" y perduran mientras los alimentemos. Y que es precisamente ese "yo" el que aporta sufrimiento al mundo. ¿Tenemos que dejar de identificarnos con esa entelequia para ser más felices?

—Debe quedar claro que en nuestro estado de ignorancia es imposible dejar de identificarnos con el "yo", es necesario para desenvolverse en el mundo, pero, a medida que se avanza en la senda, ese "yo" va tomando conciencia de que el mundo y uno mismo es menos "yoico" y menos independiente de lo que aparenta. Esa es la paradoja del despertar: darse cuenta de que el proyecto más arduo en el que nos hemos embarcado en nuestra vida (la construcción del "yo") es exactamente eso: un proceso en construcción siempre cambiante, inestable, dependiente y, para colmo, ignorante pues se toma a sí mismo por real, inmutable e independiente. A medida que se avanza en la senda, la identificación con ese supuesto "yo" va menguando.

"Aunque se asocia el budismo con la quietud del meditador solitario, se trata de una tradición con un enorme potencial para la mejora social"

—Dice usted que para "El Despierto", la pobreza, la guerra, el crimen, la intolerancia religiosa, la violencia de género, el racismo, el maltrato animal y un largo etcétera de problemas son de su incumbencia. ¿Se entiende la práctica meditativa en el budismo sin una acción comprometida, sin que a la transformación individual le acompañe la transformación social?

—Este es un aspecto cardinal del llamado "budismo comprometido", un desarrollo del clásico ideal del bodhisattva, aquel que, por compasión absoluta, se implica en la maraña del mundo para ayudar a los demás seres atrapados en la ignorancia. Aunque se asocia el budismo con la quietud del meditador solitario, se trata de una tradición con un enorme potencial para la mejora social. No hay una referencia a un sentido del "yo", por lo que la acción compasiva se torna verdaderamente desinteresada. Muchos desarrollos actuales del budismo en interacción con las tradiciones occidentales de justicia social van en esta línea.

—¿Necesitamos practicar más la compasión tanto a nivel individual como a nivel político para encaminar a la humanidad a un estadio mejor?

—¡Ojalá! No veo, sin embargo, a los políticos demasiado sabios, compasivos ni empáticos. Ni tampoco a los líderes de opinión, salvo honrosas excepciones, naturalmente. El actual paradigma social y político es el de la competitividad, la autoafirmación, el autoritarismo, etc. Entiéndase que la compasión no es ni la misericordia ni la caridad, que son "falsos amigos". Es la percatación de que el "otro" (otra persona, sociedad, cultura, país…) está tan entretejido como nuestra supuesta identidad (personal, nacional, social…) en una red de relaciones, condiciones y dependencias mutuas. El político compasivo o el sabio despierto se toma su situación muy en serio, pues sufre, hace sufrir, etc., y trata de descubrir el velo de la ignorancia tras el cual se construyen tales identidades. Eso es la compasión desde el punto de vista budista.

"La idea del karma está destinada, más que a especular sobre vidas pasadas, a promover una fraternidad con el resto de seres vivos"

El karma como marco para la acción ética

—La idea del karma promueve una conexión, fraternidad cosmológica, un necesario sentido de la humildad y de la responsabilidad. ¿El mundo sería más feliz si recordáramos más a menudo esa fraternidad y conexión entre todos/as y todo?

—Es indudable que el sentido de separatividad e individualidad pudo tener sus beneficios en tiempos del homo –y dona– sapiens. Pero la cultura está ahí precisamente para atenuar nuestras predisposiciones adquiridas evolutivamente. La idea del karma es una de esas herramientas destinadas, más que a especular sobre vidas pasadas, a promover una fraternidad con el resto de seres vivos del ecosistema y la sociedad. Quien siente que pudo haber sido en otra existencia la madre, el hijo o la amiga del resto de seres vivos, no puede violentarlos de la misma manera que quien los siente como enemigos, depredadores o competidores.

—Narra en su libro que es esencial entender la teoría del karma como una invitación a mejorarnos y ayudar a la mejora colectiva.

—La idea no solo promueve la mentada fraternidad biológica y social. El karma sirve de marco para la acción ética. Quien entiende que toda acción posee su consecuencia, optará por aquel tipo de acciones con consecuencias meritorias para sí mismo y su entorno. La benevolencia, el amor, la generosidad, el compañerismo, la solidaridad, etc., se vuelven formas de mejora personal y social.

Virtudes que emancipan y liberan

—El budismo promueve cultivar la sabiduría, la generosidad, la compasión, la tranquilidad, la ecuanimidad o la concentración. ¿Lo hacemos lo suficiente? ¿Seríamos más felices si lo hiciéramos?

—Me temo que esto no es lo que abunda hoy, pero no debemos desesperar ni culpabilizarnos. Hay que tener estas virtudes en el punto de mira y tratar de cultivarlas no tanto para alcanzar un elusivo "despertar" sino porque son beneficiosas para nosotros y el entorno y, al estar entrelazadas, facilitan la mejora social y personal: emancipan, liberan.

"Cada vez más personas se dan cuenta del círculo vicioso en el que nos encontramos y buscan la manera de romper la cadena de la ignorancia"

—Comenta en su libro que la conducta éticamente responsable es la principal vía para labrarse la felicidad en esta vida según el budismo. ¿Somos lo suficientemente conscientes de esto?

—No demasiado. Ni siquiera en muchos países de raigambre budista, embelesados por el mismo cortoplacismo, materialismo y consumismo que las sociedades occidentales. La buena noticia es que cada vez más personas se dan cuenta del círculo vicioso en el que nos encontramos y buscan la manera de romper la cadena de la ignorancia. La vía budista es una de ellas; aunque, naturalmente, no la única.

No caer prisionero de las emociones destructivas

—Usted recoge que "la senda" consiste en no caer prisioneros de temores y otras emociones destructivas y dejarse guiar por la alegría, el amor y la dicha, liberados de la impulsividad, sin caer en apriorismos ¿Podríamos considerar esto una receta para el buen vivir según Buda?

—Me parece muy sabio. No dice erradicar el temor o suprimir las emociones destructivas sino no caer prisioneros de ellas. No se trata de reprimir la codicia, por ejemplo, sino de no reaccionar impulsivamente ante su empuje. Entender que eso atañe a esa entelequia que hemos convenido en designar "yo". Relativizado el peso del agente, puede uno, o una, empezar a actuar de forma verdaderamente libre.

—En los últimos años hemos visto que Rodrigo Rato practicaba meditación, que Iñaki Urdangarín tenía una sociedad llamada Namasté o que personas implicadas en casos de corrupción practicaban yoga y decían seguir filosofías cercanas a la budista. Sin embargo, usted en su libro explica que el "despertar" implica una conducta congruente…

—La meditación o el yoga han dejado de ser prácticas estrictamente espirituales. No son ya ni patrimonio de una tradición u otra. Como tales, son utilizados por un enorme número de personas de toda índole. Corruptos los hay entre los cristianos, los ateos y los budistas, de eso no hay duda. Y entre los que meditan y los que no lo hacen. No por ser un gran meditador se está más próximo al "despertar". La meditación budista es inseparable de la ética budista y de su cosmovisión. La senda budista (el famoso óctuple sendero) es un camino integral que implica una manera de estar en el mundo, de relacionarse, de trabajar, de hablar, de entender los vínculos y nuestra interioridad que no pueden (o no deberían) desgajarse.