El mirmidón Aquiles representaba para los antiguos griegos el ideal del héroe guerrero. La guerra de Troya fue el principal escenario de sus hazañas, aunque no vivió lo suficiente como para ver su fin.

Aquiles es el gran protagonista de la Ilíada, el poema épico que Homero compuso hacia el siglo VIII a.C. y con el que se inaugura la literatura europea. Su nombre aparece ya en sus versos iniciales: “La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores”. En todo ese texto, el héroe sobresale por su valor y arrojo en el combate.

Para los antiguos griegos, Aquiles representaba un tipo de héroe nuevo, diferente a los de las anteriores generaciones, como Hércules o Teseo, que habían destacado como benefactores de la humanidad por su labor como matadores de monstruos y gobernantes justos y sabios.

Aquiles no: es alguien que solo sabe matar y destruir, alguien para el que la guerra y la gloria que esta conlleva lo son todo. Así, es implacable, cruel e irascible, aunque también sea capaz de mostrarse generoso e, incluso, de amar y sentir compasión. Todo ello hizo de Aquiles el ideal de guerrero de la era heroica, aquella en la que tuvo lugar la guerra de Troya.

Aquiles, EL HIJO DE LA NEREIDA

Aquiles fue hijo del rey de los mirmidones Peleo (de ahí el epíteto Pelida que suele acompañarlo) y de la nereida Tetis, hija del dios Océano. Esta intentó que el niño fuera inmortal como ella, para lo que lo bañó en la infernal laguna Estigia, cuyas aguas tenían la facultad de volver invulnerable a quienes se sumergían en ellas. La única parte del cuerpo que quedó sin bañar fue el talón derecho por el cual Tetis sostuvo a su hijo.

Otra tradición mítica refiere que la nereida recurrió al fuego y no al agua para eliminar la naturaleza mortal de Aquiles. Que los otros seis hijos que había tenido con Peleo no hubieran superado semejante prueba y hubieran muerto incinerados parece que no la inquietó en exceso.

Afortunadamente, Peleo sorprendió a su esposa en el trance de quemar al pequeño Aquiles y consiguió arrebatárselo. La nereida, airada, regresó con su padre y hermanas al océano.

La vida breve pero gloriosa de Aquiles

Peleo encargó la educación de su hijo al centauro Quirón. Bajo su dirección, Aquiles aprendió el manejo de las armas, pero también a cantar y tocar la lira, arte por el que siempre mostró una especial predilección, sobre todo porque ayudaba a apaciguar un carácter que, ya en esa temprana época de su vida, era excesivamente impaciente y temperamental. Su dieta a base de entrañas de leones y jabalíes contribuyó a hacer aún más fiero ese carácter.

Ya de regreso en el palacio de su padre, llegó la noticia de que los griegos se aprestaban a partir para Troya para conquistarla. Aquiles se mostró dispuesto a participar en esa expedición. Su madre Tetis, que conocía el destino de su hijo, intentó que desistiera: le dijo que, si iba a Troya, su gloria sería eterna, pero su vida, breve, mientras que, si permanecía con los suyos, viviría largos años. Aquiles ni siquiera se lo pensó y partió al frente del pueblo de los mirmidones en cincuenta naves.

Otra tradición refiere que Tetis llevó a su hijo a la corte del rey Licomedes de Esciros y allí lo disfrazó de muchacha, le dio el nombre de Pirra y lo escondió entre las doncellas de la princesa Deidamía. Ulises, sin embargo, lo desenmascaró: se presentó en esa isla con presentes como joyas y telas, entre las que escondió una espada. Aquiles se delató al lanzarse sobre el arma y blandirla con los ojos brillantes de emoción.

Deidamía se quedó así sin la doncella a la que más amaba y con la que compartía noches inolvidables de placer excelso. Unos meses más tarde, dio a luz un niño al que, en recuerdo de aquella viril doncella, dio el nombre de Pirro, aunque acabaría siendo más conocido por el de Neoptólemo.

EL SACRIFICIO que aquiles intentó evitar

Desde el principio, Aquiles mantuvo una relación compleja con el resto de reyes griegos, sobre todo con su principal caudillo, Agamenón de Micenas. La razón fue que este utilizó el nombre del Pelida para atraer hasta el puerto de Áulide a su hija Ifigenia. Según le dijo a su esposa Clitemnestra, deseaba casarla con Aquiles.

La realidad era otra muy diferente: desde hacía semanas, la falta de viento impedía que la flota se hiciera a la mar con destino a Troya. Según un oráculo, esa calma se mantendría hasta que Agamenón, que había ofendido a la diosa Ártemis, sacrificara a su primogénita.

Aquiles, que desconocía esa treta, montó en cólera cuando la descubrió e intentó salvar a la joven, pero fracasó en el intento. Una vez Agamenón degolló a su hija, el viento volvió a soplar.

Aquiles, el terror en la guerra de troya

Aquiles se distinguió por su ardor guerrero nada más desembarcar en Troya. Su sola presencia causaba pavor, más aún por la armadura y las armas que su madre le había dado y que habían sido forjadas por Hefesto, el habilísimo dios de la metalurgia.

El héroe no solo luchaba ante los muros de la ciudad, sino que realizaba también incursiones en los territorios vecinos en las que daba cuenta de su implacabilidad. En Tebas de Misia mató con sus propias manos al rey y sus siete hijos; en Lirneso, a su soberano y a los tres hermanos de la reina Briseida, de la que se adueñó y a la que convirtió en su amante.

LA CÓLERA DE AQUILES

En el décimo año de guerra, una epidemia estalló en el campamento griego. Según el oráculo, el dios Apolo quería castigar con ella el que Agamenón tuviera como esclava a la hija de uno de sus sacerdotes. Aquiles obligó al rey a devolverla a su padre, pero Agamenón exigió entonces una compensación: la esclava de Aquiles, Briseida.

Obligado a ceder, el héroe se retiró a su tienda, no sin antes jurar que no volvería a luchar por la causa de los griegos.

Es ahí donde empieza precisamente la Ilíada homérica, toda ella dedicada a la cólera de Aquiles por la injusticia de la que se consideraba objeto.

Sin él en el campo de batalla, los griegos acumularon derrota tras derrota ante unos troyanos cada vez más envalentonados.

Todos los ruegos de los griegos, incluido Agamenón, para que Aquiles regresara al combate resultaron en vano. Y así fue hasta que Patroclo, el más íntimo de sus amigos, murió a manos de Héctor, el mayor de los hijos del rey Príamo de Troya.

EL ODIO Y la COMPASIÓN de aquiles

El dolor de Aquiles ante esa pérdida fue tan abrumador, que su grito heló la sangre de griegos y troyanos. Se lanzó así al combate en busca de Héctor, dejando un rastro de muerte a su paso. El troyano, dominado por el terror, intentó huir, pero fue en balde: Aquiles le dio caza y, tras una breve lucha, lo mató, pasó a través de sus talones perforados una cuerda que ató a su carro y arrastró el cadáver alrededor de los muros de Troya. Hecho eso, se retiró al campamento para celebrar los juegos funerarios en honor a Patroclo. En ellos, hizo sacrificar a todos los prisioneros troyanos.

Días más tarde, Príamo se arriesgó a ir hasta el campo griego para rescatar el cuerpo de su hijo. Lo hizo de noche y de incógnito. Aquiles le recibió con hospitalidad y, consciente de la impiedad que estaba cometiendo con el cadáver de su enemigo, aceptó devolverlo para que se le brindara un funeral digno.

LA GUERRA CONTINÚA

Desaparecido Héctor, la guerra continuó sin que ninguno de los bandos lograra imponerse. Los troyanos recibieron refuerzos, como el del etíope Memnón y el de la amazona Pentesilea, pero a ambos los mató Aquiles.

Al final, la profecía que auguraba el fin del héroe se cumplió. Sobre su muerte hay varias versiones. En una, Aquiles sucumbe ante los muros de Troya, herido por una flecha que le disparó otro de los hijos de Príamo, Paris, y que, guiada por Apolo, dio en su único punto vulnerable: el talón.

Más romántica es otra versión que refiere el amor de Aquiles por Políxena, una de las hijas de Príamo. Incluso llegó a pedirla en matrimonio a su padre y a prometer que, si se la daban, cambiaría de bando. El rey troyano accedió a ello y pidió al héroe que fuera a un templo que había fuera de los muros de la ciudad para sellar ese matrimonio.

Era una trampa: Aquiles acudió desarmado, de modo que Paris pudo matarlo fácilmente.

EL ESPÍRITU DE AQUILES

Aquiles recibió un funeral por todo lo alto. No obstante, la sangre siguió corriendo por su causa: una vez caída Troya, su fantasma se presentó ante los griegos y exigió que Políxena fuera sacrificada ante su túmulo. De ejecutar esa sentencia se ocupó Neoptólemo, quien había sido llamado a Troya para ocupar el lugar dejado por la muerte de su padre.

Más tarde, el espíritu de Aquiles se presentó ante su compañero de armas Ulises, cuando este bajó al inframundo para saber cómo podría regresar a su hogar. Aquiles le confesó que preferiría ser un miserable boyero, pero vivo, antes que reinar en ese mundo de los muertos.

Aquiles, sin embargo, dejó un recuerdo imperecedero. Él fue, por ejemplo, el gran modelo del conquistador macedonio Alejandro Magno, quien también murió joven después de una vida intensa. La fama del mirmidón era tal, que incluso el sultán turco Mehmed II, el conquistador de Constantinopla, acudió en 1462 al túmulo en el que habían sido enterradas las cenizas del héroe para rendirle homenaje.