Mejor solo que mal acompañado. Incluso podemos ir más allá de esta frase hecha.

La buena soledad es la que nos aleja de las malas compañías. Aprender a usar el tiempo que pasamos nosotros solos, en lugar de querer escapar de la soledad a toda costa, es una habilidad tan importante como saber relacionarnos con los demás.

De todas las situaciones que nos generan miedo e inquietud, la de sentirnos solos es, sin duda, una de las más temidas. En todos los rincones del planeta, las encuestas muestran una correlación entre la felicidad personal y la sensación de estar rodeado de familiares y amigos. “Sentirme escuchado”, “reunirme con mis amigos” o “estar con gente alegre” son las afirmaciones más repetidas.

Disfrutar de la buena soledad y la buena compañía

Sin embargo, eso nos puede llevar a confusiones, como pensar que estar rodeados de mucha gente constituye la garantía de nuestra felicidad. No nos engañemos, eso depende sobre todo de quiénes son acompañan, de los perfiles de las personas que llenan nuestro entorno y de cuáles son sus aportaciones positivas a nuestro crecimiento vital.

En un momento determinado de la vida algunas personas se dan cuenta que su círculo más cercano les aporta poco, que han descubierto que lo que tienen en común con ellos es escaso o ven que esas relaciones están vacías de sentido.

Es justamente en estas circunstancias donde la soledad adquiere una valor esencial: nos protege de las malas elecciones en las relaciones que establecemos. Por esta razón, el aprendizaje de la gestión de la soledad es de vital importancia para nuestra búsqueda del bienestar.

Si sabes estar contigo mismo, elegirás mejor con quiénes quieres estar

Cuando una persona no se ha ejercitado en las artes de la soledad y no ha aprendido a sentirse bien en ella, busca desesperadamente la compañía de otra. Cualquier persona, por el hecho de existir, puede saciar esa necesidad. En cambio, si sabes estar contigo mismo, elegirás mejor con quiénes quieres estar.

Sin embargo, si cuando estando solos nos sentimos bien, nuestro nivel de exigencia con las relaciones aumenta y buscamos no solo a personas que nos acompañen, sino también que nos enriquezcan, nos aporten sentido y contribuyan, directa o indirectamente, a hacer florecer lo mejor de nosotros mismos.

Nada tiene de egoísta o interesado querer rodearnos de seres que nos beneficien y nos hagan ascender en nuestro proceso de transformación y mejoramiento personal. Todo lo contrario, es muestra de coherencia, inteligencia y un claro afán de superación en la vida.

El miedo estar solo: una vida sin metas

Hay otro elemento que aún lo hace más sangrante: el dolor de la soledad. Lo expresan a la perfección estas palabras de Mihaly Csikszentmihalyi en su obra Fluir: “Cuando uno está solo y no hay nada que deba hacerse...”. Para muchos, la carencia de estructura en esas horas de soledad es devastadora.

Estamos habituados a que los estímulos y objetivos externos nos ayuden a mantener enfocada la atención. De ahí, por ejemplo, que medios como la televisión resulten tan útiles a tanta gente: la pantalla, con sus argumentos predecibles, los personajes familiares y los anuncios redundantes, ofrece cierto orden a la conciencia y un tranquilizador modelo de estimulación.

Es relativamente fácil, cuando se dispone de recursos y compañía, disfrutar de los amigos, sentirse comprometido en el trabajo, entretenerse con alguna afición que nos motive. La dificultad se presenta cuando nos las tenemos que arreglar con nuestros propios recursos interiores, nosotros solos.

La soledad debería vivirse como una oportunidad para adquirir nuevas destrezas y aptitudes

Aprender a hacer uso del tiempo en soledad, en lugar de escapar de ella, es una habilidad tan primodial como organizarse eficientemente o tener rutinas saludables.

Estar solo debería vivirse como una oportunidad de realizar las metas que no pueden alcanzarse con otros, la persona disfruta del retiro e, incluso, puede ser capaz de adquirir nuevas destrezas y aptitudes.

Por el contrario, si se vive la soledad como una condición que debe evitarse a toda costa, la persona será presa del pánico y recurrirá a distracciones carentes de sentido. Estar en soledad no tiene que ser necesariamente una experiencia traumática.

Por un lado, debemos tomarla como una habilidad esencial que protege y garantiza la calidad de nuestras relaciones.

Por otro, implica generar retos y objetivos personales cuya realización requiere de momentos de recogimiento y retiro. Solo así eliminaremos los estereotipos que acompañan a esta experiencia y aprenderemos a extraer de ella lo mejor.

4 consejos para disfrutar estando solo

1. Evalúa tus relaciones

Revisa tu lista de amigos y familiares, y analiza lo que te aportan. En ocasiones, algunas se limitan, por ejemplo, a criticar a otros a sus espaldas. Esta práctica extingue la luz de nuestro corazón, deteriorando la salud de nuestras interacciones.

2. Conoce a gente nueva

Las actividades por las que tienes simpatía, o verdadera devoción, y tus aficiones son un buen espacio donde focalizar tus energías. Encontrar personas con las que sintamos sintonía y conexión requiere a veces de una buena dosis de voluntad.

3. Reflexiona e identifica tus deseos

Tus objetivos vitales, asignaturas pendientes... Ten muy presente todo aquello que siempre quisiste hacer pero te exigía un tiempo de sosiego en solitario que facilitara tu dedicación y concentración.

4. Piensa en pequeño

Se trata de aprovechar cualquier momento para aumentar nuestras habilidades culinarias aprendiendo nuevas recetas; leer aquel libro de meditación pendiente y ponerlo en práctica; buscar un documental sobre aquel acontecimiento histórico que tanta curiosidad nos despierta...