Cada día son más los niños que salen de la consulta del médico con un diagnóstico de TDAH, pero muchos estudios cuestionan la existencia misma de esta enfermedad, critican su protocolo de diagnóstico y señalan sus efectos adversos.

TDAH: por qué no medicar a tus hijos

Si cree que su hijo sufre este trastorno le ofrecemos nueve razones para que intente resolver el problema sin recurrir a la medicación que suele recetarse.

1. En realidad, lo que le recetan son anfetaminas

Comercializado bajo los nombres de Ritalin, Ritaline, Rubifen, Concerta, Ritrocel, Aradix, Medikinet o Metadate, el metilfenidato es el psicoestimulante más utilizado para el manejo de los síntomas del TDAH, trastorno por déficit de atención con hiperactividad.

Su estructura es similar a la anfetamina, y está clasificado por la Agencia Antidrogas de Estados Unidos como un narcótico de clase II, como las anfetaminas, la morfina y la cocaína.

Estos medicamentos van directamente al sistema nervioso central, al cerebro y al sistema cardiocirculatorio. Está comprobado que reducen talla y peso en quienes los toman, además alteran la tensión arterial y el ritmo cardíaco, pudiendo llegar a producirse casos de muerte súbita.

2. No curan nada y generan enfermedades

La industria farmacéutica y quienes la defienden ocultan deliberadamente los resultados negativos de estos fármacos. No solo no curan nada, sino que más allá de los 14 meses (algunos investigadores hablan de menos tiempo), el núcleo conflictivo se reaviva, y en la pubertad y adolescencia reaparece con más virulencia.

Puede causar o exacerbar algunos trastornos psiquiátricos como depresión, comportamiento suicida, hostilidad, psicosis y manía.

3. Parten de una premisa falsa

El diagnóstico del TDAH parte de una falacia de falsa causa que acuñó el pediatra británico George Still: si los niños con meningitis, epilepsia o tumores cerebrales tenían conductas agresivas, antisociales e irascibilidad, eso quería decir que, los niños que presentaban agresividad, problemas relacionales o eran irascibles, también padecían una disfunción cerebral, aunque no se la pudiera determinar ni detectar por ningún lado.

Está claro que bajo esa premisa gran parte de la humanidad tendría una deficiencia en el cerebro.

Por si fuera poco amplio el campo que puede llegar a ocupar este pseudodiagnóstico, la Asociación de Psiquiatras Americana en su Manual Internacional de Diagnóstico de Trastornos Psiquiátricos (DSM) incluyó también a los niños hiperactivos bajo la etiqueta de “síndrome cerebral orgánico”.

Con la hiperactividad el mundo escolar entró de pleno y un poco más adelante, y con el medicamento Ritalin ya autorizado, este Manual americano definió el TDHA bajo tres ejes centrales: la hiperactividad, la desatención y la impulsividad.

En cada revisión que han hecho se ha ido reduciendo el número de conductas necesarias para que un niño o adolescente sea diagnosticado con TDHA.

4. No se hacen pruebas diagnósticas reales...

Precisamente, se vende como causa de esta “enfermedad” la existencia de una lesión cerebral. Sin embargo no se realiza ningún tipo de prueba del cerebro para su diagnóstico, cosa que sí sucede con lesiones cerebrales reales como la encefalitis, meningitis, etc.

Por otro lado, después de muchos estudios sobre esta supuesta base de deterioro en el cerebro, el neurólogo pediátrico Gerald Golden (1991) concluía: “la neuroanatomía del cerebro, como demostraron los estudios de imagen, no ha mostrado la existencia de ningún sustrato neuropatológico”.

Años después se han seguido haciendo estudios por distintos Institutos Nacionales de Salud reiterando que hay un carácter especulativo en la relación entre TDHA y deterioro cerebral.

5. ...porque se sustituyen por una lista de 9 preguntas (que contestan los padres)

A cambio de las pruebas fisiológicas que corresponderían a una lesión orgánica, nos hemos quedado con unas pocas preguntas sobre el comportamiento del niño o adolescente.

Actualmente los protocolos que se utilizan para detectar el TDHA que siguen el DSM-IV o V, constan de nueve preguntas sobre las conductas infantiles o juveniles, de las cuales son suficientes que se produzcan seis de ellas, para que el sujeto sea considerado que padece un TDHA.

Para el Déficit de Atención se trata de ver si el niño o la niña realiza “más de lo normal” de los niños de su edad, sin especificar qué sería lo normal, seis conductas como: No suele prestar atención a los detalles. Le resulta complicado organizar tareas. Pierde objetos frecuentemente (lápices, libros, juguetes). No suele acabar las tareas o los encargos que empieza. Se distrae con cualquier estímulo irrelevante. Es descuidado en su vida diaria.

Para la Hiperactividad serían seis comportamientos como: Suele mover en exceso las manos y los pies. Suele hablar en exceso. Le cuesta esperar su turno. Tiene dificultad para realizar juegos tranquilos. Suele correr o saltar en exceso. Suele dar respuestas precipitadas antes de que se haya terminado de hacer la pregunta.

Lo menos que se puede decir respecto a esta escueta plantilla de preguntas, que además responden los adultos, es que es excesivamente pobre y deficiente como para colocar a los niños y jóvenes bajo la etiqueta de un “lesionado cerebral”, ya que es eso lo que se sigue defendiendo como causa en el TDHA, y atacar su organismo en desarrollo con sustancias de probada toxicidad.

6. No se realizan protocolos de seguimiento adecuados

Esos medicamentos se están recetando y administrando, como si fuesen aspirinas, sin seguir las advertencias sobre la toxicidad del metilfenidato de organizaciones como la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, la Agencia Europea de Medicamentos, el Boletín de Farmacovigilancia de Catalunya o La Agencia Nacional de Neuropsiquiatría.

Todas ellas coinciden en la excepcionalidad con la que han de prescribirse este tipo de tratamientos en niños y adolescentes ya que estamos tocando su sistema nervioso central, se produce una gran incidencia en el sistema cardiovascular. Es preciso realizar un cuidadoso examen del mismo antes y durante el tratamiento, pero no se hace.

7. Hay una propensión a definir como enfermedad lo que solo es un problema

Frente a este panorama, no se trata de negar que pueda haber problemas y conflictos con los hijos, sean pequeños o adolescentes. Tampoco de quedarse en esa falsa dicotomía de que o es que los padres, o maestros lo hacen mal, o es que los niños tienen algo orgánico o genético y se busca que un médico lo catalogue como enfermo.

Se trata de que están pasando cosas frente a las cuales, tanto los chicos como los mayores, no encuentran recursos para resolverlos y eso puede desesperar. Pero hemos de recordar que, desde que nacemos, nuestras capacidades mentales se desarrollan y maduran con base en las palabras, los juegos, los cuentos, las explicaciones.

8. Se sigue una medicalización de la normalidad

Si sus hijos son pequeños han de tener en cuenta que cada día se enfrentan a multitud de estímulos exteriores que no digieren. Hemos de ofrecerles medios para desgranar todo eso que reciben a través de su cuerpo y de su mente.

Si son adolescentes, los puntos de referencia han cambiado. Ya no somos los padres, aunque sigan esperando que los entendamos. Ellos ya lo “saben todo” y sus referentes están en sus amigos y compañeros. Los sentimientos de rabia y frustración están a flor de piel.

En ambos casos, busque un tipo de ayuda que les permita encontrar sus propios recursos para resolverlos. Recurran a vías naturales y no agresivas. Esto los hará madurar y confiar en sí mismos..

9. Se retrasa la solución del problema

En cambio si optamos por las pastillas los estamos introduciendo en una espiral infernal de doble filo. Están etiquetados bajo una patología cerebral, lo cual los va a situar como “raros” frente a los demás. Hacemos depender la seguridad en sí mismos de un medicamento.

Los logros conseguidos o por conseguir quedarán siempre bajo la duda de si realmente, han sido ellos o han sido las píldoras las que los han conseguido, promoviendo así una “necesidad” o adicción cada vez que se presenta un conflicto o reto nuevo.

También retrasamos el abordaje del núcleo de fondo de esas conductas y hacemos más compleja y difícil su resolución.